La belleza





“La belleza no mira, sólo es mirada” (Albert Einstein)








    Elena me dijo que se llamaba Tinker cuando me la regaló. Y que la madre de Tinker había sido elegida, en un concurso nacional, la más bella de España. No podía tenerla en casa. A mi mujer no le encantaban los perros, incluso les tenía miedo, a algunos mucho miedo. Así que un viernes de un caluroso día de verano, cuando aún no anochecía, nos marchamos los tres para Quilmas, aldea del ayuntamiento de Carnota, en La Coruña, donde vivían mis padres. Tinker iba en el asiento trasero y no dejaba de moverse. Paramos en Cambeo a repostar gasolina. En un descuido salió del coche corriendo hacia la carretera que cruza el pueblo. Fuimos detrás de ella, llamándola, para que regresara y no la atropellaran. No sé si me creerá. Todos los coches que venían de ambos lados del trayecto se detuvieron y siguieron parados hasta un rato después de que la recogimos de la carretera. No se detuvieron solo para no atropellarla. Lo hicieron para mirarla. Porque era una cocker hermosísima.
    Mi padre quería que durmiera fuera de casa, en la huerta. Le dije que era una perra especial, que necesitaba una alimentación y cuidados exclusivos, y, aunque a él le gustaban los perros, me dijo que la llevara de nuevo porque no podía ofrecerle esos cuidados. Mis hijos estaban pasando unos días con los abuelos. Uno de ellos, que tenía aún más miedo a los perros que su madre, sentía una atracción especial por la belleza de Tinker y no se alejaba de ella como hacía con otros canes. Una vez se acercó tanto que Tinker -le debió notar el recelo- se irguió poniéndole las dos patas de delante en el pecho. Del susto se cayó hacia atrás pero se levantó riendo, como si se avergonzara de tenerle miedo a una perra tan bella. No me lo imagino reaccionando así con otro perro.
    Ese fin de semana Tinker estuvo con nosotros en la aldea y comprobé –no puedo demostrarlo pero me gustaría que me creyera- los efectos que su belleza ejercía sobre las personas y animales. Todos los vecinos que se cruzaban con Tinker hacían comentarios de su extraordinaria belleza. Incluso un niño, que conducía su bicicleta por el camino que pasa delante de la casa de mis padres, se cayó por no dejar de mirarla mientras seguía pedaleando. Le pregunté si le había tenido miedo y me contestó que no, que la miraba porque nunca había visto un can tan bonito.
    En la playa de Corna Becerra sucedió algo asombroso. Tinker iba delante, corriendo deprisa por encima de las múltiples enormes y pequeñas piedras, y todos o casi todos los perros de la aldea detrás de ella. No sé si Tinker había estado anteriormente en alguna playa rocosa, pero la belleza plástica de sus saltos, mucho más rápidos y elegantes que los de todos los demás canes que iban detrás, callados, sin ladrar, mirándola, incluso alguno cayéndose por el mismo motivo del niño de la bicicleta, era sublime. Hubiera merecido que un director de cine de la sensibilidad de Luchino Visconti grabara aquellas imágenes, como tan admirablemente grabó la belleza de aquel efebo rubio coprotagonista con Dirk Bogarde de una de las más maravillosas películas de la historia del cine, “Muerte en Venecia”.
    Cuando Luchino Visconti dio una rueda de prensa para presentar Muerte en Venecia, un periodista le preguntó sobre la razón o porqué había hecho una película sobre la homosexualidad. Visconti le contestó que lamentaba que no hubiese entendido la película. Y continuó diciéndole que Dirk Bogarde había seguido durante todo la película a aquel rubio adolescente, hermosísimo, porque le cautivaba su belleza.
    Recientemente tuve la suerte de haber sido invitado a participar de nuevo en “Saber Vivir”, en La Mañana de TVE, y “Más Vivir” en Intereconomía TV. El primero lo presentan Mariló Montero y el doctor Luís Gutiérrez, y lo dirige Alfonso García; el segundo lo presenta y dirige Manuel Torre Iglesias, acompañado en el plató por María Zabay. Las dos son mujeres hermosísimas. La belleza de ambas, incomparable y distinta, impresiona. La perfección de la cara, la belleza de los ojos y la mirada de Mariló Montero, cuando estás cerca, en el plató, te emocionan. Lo mismo, aunque distinto, sucede con la belleza más inquieta de María Zabay. Y las dos parecen inteligentes. No estoy de acuerdo con la estúpida creencia de algunos que belleza e inteligencia son incompatibles. El gen de la inteligencia no está conexo con el gen de la fealdad ni con el de la belleza.      
    Dije aquí, hace poco, que no entendía como Dios no había hecho a todos los seres vivos, distintos, pero igual de bellos. Todas las cosas bellas son distintas. Pero son bellas.  Albert Einstein decía que los ideales que le habían alumbrado el camino y una y otra vez le habían dado valor para enfrentar la vida con ánimo habían sido la verdad, la bondad y la belleza. Estos tres ideales de Einstein, más la inteligencia, hacen al ser humano casi perfecto. La belleza es la cualidad visible de otros seres vivos que no sabemos si poseen las otras tres, y de los seres inertes. Ya detallé en la Subida al Monte Pindo la belleza de las vistas que se observan desde lo alto de este Olimpo Celta, en O Pindo (La Coruña). Si puede, aproveche un día soleado y claro de verano para subirlo. Allí también hay mucha belleza para ser mirada.
    Óscar Wilde, en “El retrato de Dorian Gray”, escribió: “Y la belleza es una manifestación de genio, pues no necesita explicación. Es uno de los grandes dones de la naturaleza, como la luz del sol, o la primavera, o el reflejo en aguas obscuras de esa concha de plata a la que llamamos luna. No admite discusión. Tiene un derecho divino de soberanía. Convierte en príncipes a quienes la poseen… La gente dice a veces que la belleza es superficial. Tal vez. Pero, al menos, no es tan superficial como el pensamiento. Para mí la belleza es la maravilla de las maravillas. Tan sólo las personas superficiales no juzgan por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo que no se ve”.  



             

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