De médicos y pacientes






"El mejor médico es el que conoce la inutilidad de la mayor parte de las medicinas" (Benjamin Franklin)





    María - ¿Manuel, adónde vas tan temprano?
    Manuel - Voy a la consulta “inútil” del médico, aunque esta vez me viene bien porque me pasé la noche tosiendo, ¿o no me oíste? Seguro que no, porque roncabas.
    Manuel les llama “inútiles” a las consultas médicas programadas, ya que nunca entendió las visitas regladas al médico cada equis meses, porque cuando acude a la cita es, en muchas ocasiones, cuando mejor se encuentra, y sin embargo, cuando empeora su dificultad respiratoria no puede acudir al médico especialista que le conoce, más o menos bien, sino que tiene que ir a un servicio de urgencias de un centro de salud u hospital, donde un médico generalista le atiende como bien puede y, si no queda hospitalizado, vuelve a enviarle a la consulta del médico especialista. Él opina que este modo de hacer las cosas -consultas programadas para decirle el médico que continúe haciendo lo mismo que venía haciendo- aumenta la demora para las consultas con el especialista. Manuel es mal pensado y cree que de esa forma los médicos de la sanidad pública pueden incrementar su sueldo con algunas pagas extras, "peonadas", como les llaman, por aligerar la lista de espera.
    María - Ya veo como te preocupa la tos.
    María le dice esto porque son las nueve de la mañana y Manuel está fumando el segundo cigarrillo del día. El primero lo fumó al levantarse, en el  cuarto de baño. Su adicción a la nicotina es tan fuerte que en cuanto se despierta necesita notar en la garganta el humo caliente del cigarrillo, que tan bien le huele y que tan mal le hace. Es incapaz de mantenerse sin fumar hasta después del desayuno, como le han pedido los médicos. El que está fumando ahora lo encendió con el primer café. “Es el cigarrillo que mejor me sabe”, dice.
    Manuel tiene 78 años y María 76. Los dos nacieron en una pequeña aldea y se casaron cuando él tenía 22 años y ella 20. Manuel empezó a fumar a los diez años. Un primo mayor le metió en el “vicio”. En un agosto de finales de los años cuarenta del siglo pasado, en la fiesta del pueblo, su primo le dio un cigarrillo para que lo chupase. Le supo muy mal, tan mal que incluso le produjo nauseas y vómitos. Más adelante, los chavales del pueblo le enseñaron que con el papel de estraza que usaban en la tienda para empaquetar el azúcar y la harina se podía fumar, liándolo con trozos de hojas de berza secas. A los doce años dejó la escuela y comenzó a trabajar en un pequeño barco de pesca de bajura, propiedad de su tío paterno, con otros cuatro marineros. Todos fumaban y todos los días que salían a pescar le daban algún cigarrillo. Un año después fumaba casi una cajetilla diaria de cigarrillos de tabaco negro.
    A los veinte años estaba cumpliendo el servicio militar y se las apañaba para fumar más de 20 cigarrillos al día. Continuó fumando. Pocos años después comenzó a toser y expectorar por las mañanas, sobre todo en los meses fríos del invierno.
    A los cuarenta y seis, coincidiendo con un catarro tuvo que ir a urgencias del hospital más cercano porque tenía “gaitas” en el pecho y se ahogaba. El médico le atendió muy bien. Le ordenó desnudarse de la cintura para arriba. Le puso un aparato en el pecho que tenía una campanita con una membrana conectada a una goma que se dividía en dos y terminaba en dos tubitos metálicos recubiertos de plástico, también agujereados, que el médico introducía en sus oídos. Después de auscultarlo -se enteró más tarde que se llamaba así la exploración que le hizo el médico-, le dijo que tenía muchos silbidos en el pecho y tenía que dejar de fumar. Le prescribió un antibiótico y otro medicamento para dilatar los bronquios cuyo nombre recuerda muy bien, teofilina, y le dio una cita para acudir a la consulta del especialista de neumología dentro de tres meses. Le recomendó que dejara el antibiótico a los seis días y que continuara tomando las pastillas de teofilina hasta ser visto por el médico especialista.
    Acudió a los tres meses a la consulta y el neumólogo le preguntó cómo se encontraba y sí había dejado de fumar. Le contestó que ahora estaba mejor, que había dejado de tomar los comprimidos de teofilina porque no había notado mejoría alguna y le molestaban en el estómago. Y que seguía fumando porque le ayudaba a expectorar. Una enfermera, en una sala contigua donde había algunos aparatos que Manuel nunca había visto, le hizo una espirometría. Consistía en soplar por un tubo que estaba conectado a un gran conducto vertical transparente con una campana dentro, que subía y bajaba según Manuel expulsaba o introducía el aire en sus pulmones.
    El médico especialista examinó el resultado de la espirometría que le había hecho la enfermera. Le dijo que ya tenía una enfermedad pulmonar crónica causada por fumar cigarrillos y que si no dejaba el tabaco esta enfermedad acabaría asfixiándole. Le recetó un líquido blanco lechoso para que las pastillas de teofilina no le hiciesen daño en el estómago. Manuel le contestó que no tomaría la teofilina porque no había notado alivio alguno; solo había notado mejoría cuando estuvo dos semanas sin fumar, después de aquella bronquitis que le había llevado a urgencias. El médico le respondió que aunque no hubiese notado mejoría tenía que seguir tomándolos porque estos comprimidos le mejoraban la función del músculo que separaba los pulmones de la barriga, llamado diafragma, y esto contribuía a mejorar la respiración. Y terminó diciéndole que si no seguía sus recomendaciones y continuaba fumando no valía la pena que volviese a la siguiente revisión programada, o “consulta inútil” según él, para dentro de tres meses.
    Manuel esperó fuera hasta que el médico terminó de consultar a los demás pacientes. Cuando el médico se había quedado solo en la consulta Manuel oyó toser dentro y olió a humo de tabaco. Se preguntó si debía entrar para recomendarle al doctor que dejara de fumar y que tomara los comprimidos de teofilina. Y recordó que la única forma de influir en los demás es con el ejemplo, como muy bien dijo Albert Einstein (continuará…).

www.clinicajoaquinlamela.com (será renovada el 25/1/2017)



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