La voluntad




“Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad” (Albert Einstein)







    Hace poco le propuse a una excelente psicóloga escribir entre los dos un libro sobre la voluntad. Le enseñé el guión y me dijo que le gustaba. Pero a continuación comentó que si ella encontrase un libro sobre la voluntad en una librería probablemente no lo compraría. Me extrañó su respuesta. Pensaba que los psicólogos, cuando hacen recomendaciones a sus clientes, utilizarían mucho esta u otra frase similar, “debe tener (mucha) voluntad para...”.
    Si la voluntad no era atractiva para una psicóloga menos lo sería para el resto de las personas. Por más vueltas que le daba no lograba entenderlo, porque pienso que tener mucha voluntad es lo más importante para conseguir lo que uno se propone. Tener poca voluntad es lo mejor para llegar a ninguna parte. Cuando era pequeño mis padres me decían, “tienes que tener mucha voluntad si quieres ser algo en la vida, si quieres acabar pronto tus estudios, si quieres ser un hombre de bien”. Y recuerdo a los dos dándome buen ejemplo de lo que predicaban. Dar ejemplo no es la mejor forma de influir en los demás, es la única forma, decía Albert Einstein.
    No me desanimé. Fui a Wikipedia, donde se define la voluntad como “la capacidad de los seres humanos que les mueve a hacer cosas de manera intencionada. Es la facultad que permite al ser humano gobernar sus actos, decidir con libertad y optar por un tipo de conducta determinado. La voluntad es el poder de elección con ayuda de la conciencia. El actuar humano está orientado a todo aquello que aparece como la mejor opción, desde actividades recreativas hasta el empeño por mejorar en el trabajo, sacar adelante a la familia o ser productivos y eficientes. La voluntad es fundamental para el ser humano, pues lo dota de capacidad para llevar a cabo acciones contrarias a las tendencias inmediatas del momento. Sin voluntad no se pueden lograr objetivos planeados”.
    Allí también encontré referencias de libros sobre la voluntad. El de Azorín, escrito en 1962, y el de Arthur Shoppenhauer, pero en ninguno de ellos hallé contestación a mis preguntas: ¿por qué unas personas tienen mucha voluntad y otras tan poca?, ¿la voluntad se hereda, se adquiere a lo largo de la vida o las dos cosas?, ¿se puede tener mucha voluntad en la niñez?, ¿cómo pueden influir los padres en los hijos para que tengan mucha voluntad cuando sean adultos?, ¿tienen más voluntad los ricos que los pobres?, ¿es preciso tener mucha voluntad para ser un millonario decente?, ¿cómo influyen en la voluntad los éxitos y los fracasos?, ¿ven el mundo de forma distinta las personas con mucha voluntad de como lo ven las personas que tienen menos o muy poca?, ¿cómo se puede acrecentar la voluntad?
    Los médicos consultamos todos los días a personas que están enfermas por haber tenido poca voluntad. Personas con enfermedades pulmonares, cardiacas y tumorales causadas por haber fumado; con enfermedades hepáticas y esofágicas causadas por haber tomado demasiadas bebidas alcohólicas, y con enfermedades metabólicas causadas por haber ingerido excesivas cantidades de comida. Una gran parte de estos enfermos, después de informarles el médico que sus enfermedades están causadas por el tabaco, las bebidas alcohólicas o el exceso de ingesta, continúan fumando, tomando bebidas alcohólicas y comiendo lo mismo por no tener voluntad suficiente para cesar de fumar, dejar de tomar bebidas alcohólicas y comer menos.
   Aunque no se puede generalizar, habitualmente las personas con mucha voluntad no fuman, no toman cantidades excesivas de bebidas alcohólicas, comen poco y hacen mucho ejercicio.
   Pero la excepción confirma la regla. Mi padre, marinero desde muy joven, tenía mucha voluntad para levantarse todos los días muy temprano para ir a pescar y tenía muy poca para dejar de fumar. Siempre le decía que tenía que dejar el tabaco, pero no fue capaz; continuó fumando y cuando lo dejó ya padecía enfermedad pulmonar avanzada. Los últimos años de su vida los pasó respirando oxígeno suministrado por un concentrador, a través de unas cánulas nasales, porque el oxígeno del aire no le era suficiente. Me decía en los últimos meses de vida que se ahogaba y yo no podía ayudarle. Se asfixiaba por no haber tenido voluntad para haber dejado antes el tabaco.
    El otro día subía para mi consulta y delante de mí lo hacía una señora gordita que iba a la de un médico reumatólogo que la tiene cercana a la mía. Tardamos más de diez minutos en subir unas veinte escaleras. Subía dos escaleras, se quejaba y se paraba a descansar. Al llegar arriba, después de pedirle permiso a la familia y rogarle a ella que no se enfadara, le dije que hubiera subido mucho mejor aquellas escaleras con menos kilos encima. La familia contestó que ellos se lo decían todos los días pero que ella no les hacía caso y seguía comiendo lo mismo.
    Aunque la herencia influya en la voluntad, creo que esta también se puede fortalecer desde la infancia: 1) Poniendo freno los padres a muchos de los deseos innecesarios de los hijos; en mi opinión, la negativa de los padres a la realización de deseos superfluos de los hijos no tiene por que ser explicada sino mantenida, y este tipo de prohibición no es perjudicial para el cerebro del niño; 2) obligando los padres, y más tarde exigiéndose uno mismo, a realizar tareas no apetecibles pero sí provechosas (estudiar, trabajar, hacer ejercicio); 3) soportando la ejecución de acciones no trascendentales pero importantes para lograr una vida mejor y más saludable (por ejemplo, levantarse de madrugada para realizar ejercicio antes de ir a trabajar); 4) resistiendo estoicamente la abstinencia de sustancias a la que uno se había vuelto adicto (tabaco, alcohol, comida), y 5) recordando todos los días el dicho alemán: “donde hay una voluntad se encuentra un camino”.
     

   
   
   

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