Competir



"La incompetencia es tanto más dañina cuanto mayor sea el poder del incompetente" (Francisco Ayala)



    Competir es contender, rivalizar entre sí dos o más personas aspirando unas y otras con empeño a una misma cosa, según el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española. Es lo que hace el tenista Nadal. Es lo que hacen los jugadores de los equipos de fútbol españoles para ganar la liga o los de los equipos europeos para ganar la Champions. O lo que hacen los concursantes de “Pasapalabra”.
    Esto nos parece normal a todos. Pero ya nos gusta menos si somos nosotros los que tenemos que competir para conseguir algo o para mantenerlo si ya lo tenemos.
    ¿Es porque estamos mal acostumbrados? Seguro que esto tiene algo que ver. Al nacer, ya conseguimos lo que más nos importa, la leche del pecho de nuestras madres, simplemente con quejarnos o llorar un poquito, y a veces incluso la obtenemos sin necesidad de gimotear, de forma programada. Más adelante, en la escuela o colegio, la competitividad también es escasa, y ahora aún menor que antes. Y después también, aún hoy, en nuestro país se puede conseguir un trabajo sin competir, con una buena recomendación o estando apuntado en las listas de paro o en las que manejan los sindicatos de las empresas públicas.
    ¿Es por el mal ejemplo? Indudablemente. Es verdad que se puede tener la suerte -creo que más antes que ahora- de dar con maestros o profesores excelentes en el colegio, pero también lo es que se puede tener la desgracia que suceda todo lo contrario, y, además del mal ejemplo por el escaso esfuerzo que hacen muchos docentes por dar la mejor educación a sus alumnos, les quieran inculcar que la competitividad es mala. Y es todo lo contrario. Competir puede no gustar a algunos individuos, o a muchos, pero es bueno para la sociedad. Incluso algunos profesores abanderizados identificarán esta "perversa" palabra con los Estados Unidos, una de las sociedades más competitivas y por ello más adelantadas.
    No quiero generalizar sobre el ejemplo que dan o nos han dado nuestros padres porque puede haber grandes diferencias, desde los que se esforzaron y esfuerzan compitiendo en su trabajo para obtener recursos y formar lo mejor posible a los hijos, a los que lucharon y luchan muy poco por ellos (en la edad de estudiar, antes de comenzar a trabajar, conocemos los buenos ejemplos de muchas familias pudientes que educan a sus hijos para hacerse con algunos ahorros trabajando en su tiempo libre, para poder comprarse algún capricho o irse unos días de vacaciones). Más tarde, si uno es trabajador de alguna empresa pública de este país probablemente siga evidenciando el mal ejemplo, ya qué en la mayor parte de ellas la ausencia de competición para mantener el puesto de trabajo es la norma. Incluso se puede escalar sin mérito alguno como sucede en los hospitales públicos, empresas de servicios desgraciadamente dependientes del poder político, donde se pueden lograr los más altos puestos de responsabilidad sin competitividad alguna. El cargo más importante del hospital, el de director gerente, es elegido a dedo por el consejero de sanidad del gobierno regional, y este elige a los otros miembros de su equipo generalmente también por amistad, afinidad política y/o por recomendación de la estructura política sanitaria superior. Para la elección de los jefes de servicio, incluso de las supervisoras de enfermería, tampoco se tiene en cuenta el currículo profesional sino otras cuestiones para nada relacionadas con el mérito.
    ¿Es por nuestra idiosincrasia? Es posible que también influya. Parece que los países del norte de Europa y América son más competitivos que los del sur y hay quien opina que el clima tiene que ver con esto.
    Es probable que contribuyan varios factores a esta aversión de los españoles a competir. Personalmente me causa una gran pena leer en las encuestas realizadas a los jóvenes europeos que sean los nuestros los que den un porcentaje más alto, cercano al 100%, de respuestas a favor del deseo de trabajar como funcionarios públicos.
    Creo que el desarrollo y bienestar económico de un país está relacionado con la competitividad para lograr que los mejores trabajos, todos los trabajos, sean ocupados por los mejores trabajadores. Lo que sucede aún hoy en día en algunas empresas de nuestro país, sobre todo públicas, donde influye tanto o más la casualidad, recomendación o amistad que la competencia para obtener un trabajo, no es propio de un país desarrollado.
    Julio Iglesias, el cantante español más universal de todos los tiempos, iba para portero de fútbol y por un accidente de tráfico tuvo que dejarlo. Con su vivaz y maravillosa voz compitió con otros cantantes, y llegó muy alto a base de esfuerzo y trabajo. El otro día en una entrevista en “El Mundo” decía esto: "España tiene a Jorge Lorenzo, a Fernando Alonso... Gentes que están dedicadas a la disciplina mágica de ser mejores, eso tiene que corresponder también al pueblo español, a los que estudian, a los que quieren ser carpinteros o ingenieros. Esa competitividad grande que tienen esos espíritus tiene que trasladarse al pueblo, a nosotros, y de ahí surgir una España mucho más competitiva, mucho más atractiva, más fuerte... Pese a la crisis, fruto de una administración mala, una educación bastante mediocre y una competitividad mediocre, España es un país hecho que saldrá adelante... Si con diez años hubiera sabido que iba a ser cantante, malo como soy, hubiera aprendido más música y sería mejor cantante. Me arrepiento de no haber aprendido más en mi vida sobre mi gran pasión, la música… Todos tenemos que aprender un poco antes…".
    Y si usted me pregunta si se puede competir con uno mismo, le diría que sí. Porque, aunque no se ajuste a la definición de la RAE de la Lengua, todos y cada uno de nosotros podemos competir con nuestro pasado, con nuestro día anterior incluso, para mejorar el trabajo que realizamos, el que sea.


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