Diario para mis nietos, 14 de abril de 2020






“El ánimo gozoso hace florida la vida; el espíritu triste, marchita los sucesos” (Salomón)










    Hola Valentina, Uxía y Jaime. Hoy no tenía pensado escribiros porque tuve una mala mañana. No por demasiado trabajo, no. Fue porque se enfadó la abuela conmigo y sufro mucho cuando me llama la atención porque soy muy sensible.
    El plan que me había encargado ella para hoy por la mañana era el siguiente. Llevar la basura a los contenedores, ir a la frutería a comprar el encargo que me escribe en un papelito, y llevar la declaración trimestral al abogado.
    Vuestros padres y tíos ya me conocen. Saben que me gusta llegar a los sitios que tengo que ir holgado de tiempo, y se ríen de mí. Pero, sabéis, el que ríe último es el que ríe. Estoy esperando que un día alguno de ellos pierda el tren o avión es verdad que tal como están las cosas tardaré mucho en reírme para ver quien se ríe después.
    La frutería abre a las diez. Vuestra abuela me dio la razón el otro día y me dijo que a partir de aquel día iba a hacer las cosas con tiempo, que no lo iba dejar todo para el último momento como venía haciendo. Ella y vuestros padres, madres y tíos, están cansados de oírme decir lo que decía San Juan Bautista: “lo que tengas que hacer hazlo pronto”. Pues bien, ayer por la noche le di el papelito cuando estaba viendo la película de la tele, y me dijo que lo haría hoy por la mañana.
    Me levanté a las seis, no para irme ya para la frutería porque tendría que esperar cuatro horas sino para desayunar, leer las noticias en los diarios digitales, revisar noticias en las revistas médicas y escribir. A veces os escribo por la mañana, pero hoy no tenía ganas porque como os dije ayer nadie me había elogiado el diario que os había escrito dos o tres días antes, y, además, fue criticado por la abuela.
    Bueno, pues la abuela no había escrito nada en el papelito que tengo que llevar para ir a la frutería. Estaba en blanco, en la mesa del salón. Empecé a ponerme nervioso, porque ya iban a ser las nueve y la abuela no se había levantado.
    Se levantó a las nueve. Dio los buenos días (antes me daba a veces un beso, pero ahora con el confinamiento respetamos los dos metros de distancia) y se fue a la cocina para desayunar. Cuando estaba en el despacho me llamó Xiana y Germán para que te viéramos, Valentina, porque te habías levantado temprano para trabajar desde casa como tus padres. Le llevé a ella el teléfono para que te viera y se alegró mucho, como siempre. La dejé sola, porque dice que cuando está desayunando no quiere que se le moleste. Todavía no había nada escrito en el papelito. Seguía en blanco. Disimulé mi nerviosismo, pero no podía concentrarme en esa novela que llevo más de cinco años escribiendo y que no publicaré, pero os la dejaré a los tres para que la corrijáis a ver si conseguís publicarla. Entonces, como no aguantaba más, a las 9:25 me levanté y comencé a meter las cosas que había en la cocina para tirar, además de la basura. Y vi que había escrito algo en el papelito. Pero como otras veces, ponía kiwis o cebollas, pero no ponía la cantidad o el peso. Le dije que aclarara eso en peso o número porque yo le entregaba el papelito a una de las dos trabajadoras de la frutería para no entrar dentro y ella me hacía los paquetitos para meter después en la bolsa de Mercadona que llevaba, pero si no aclaraba la cantidad o el número… Ya se enfadó. Me dijo que desde que se levantaba por la mañana no la dejaba relajarse… y siguió hablando en voz alta, que cada uno tendríamos que estar en nuestro sitio y que no nos íbamos a molestar el uno al otro, que ella no es como yo, que no la dejo vivir tranquila, etcétera, etcétera, etcétera (tengo que preguntar si también hay un teléfono para que podamos llamar los hombres cuando nos tratan o hablan con violencia). Aunque exista ese teléfono no sé si llamaré. No vaya a ser que os entrevisten a vosotros tres en la televisión para que opinéis si habíais visto alguna vez esa violencia verbal de la abuela al abuelo. Estoy seguro qué Valentina declararía a mi favor, porque ya en muchas ocasiones le dijo a la abuela que no me gritara ni riñera, “porque el abuelo es muy bueno”.  
    Bajé la cabeza, cogí las bolsas de basura, preocupado por la hora que era, las 9:35, y me despidió con estas o similares palabras: Vete a tomar viento, refunfuñón (vete a tomar viento también lo decía vuestra bisabuela Victoriana; digo que lo decía porque ahora la pobre ya no puede hablar con claridad). Y me fui calladito, casi con miedo, además de preocupado por la hora.
    Tenía pensado ir antes al cajero del banco, pero me fui directamente a la frutería. Yo quería ser el primero, pero ya había una señora esperando (esto es para que vuestros padres vean que aún hay gente más previsora que yo). Eran las 9:43, según me dijo ella porque no llevo relojes cuando salgo a la calle por si el coronavirus tiene afinidad por ellos.
    Le di el papelito a una de empleadas y siguieron los problemas. ¿Qué tipo de manzana le pongo? Esta es más pequeña (me pareció que era la que lleva vuestra abuela), pero esta otra es más grande y mejor yo le había dicho lo mismo que el otro día, que era el marido de la enfermera que se rompió la muñeca, pero ella no se acordaba de la clase de manzana que llevaba. Luego pasó a los kiwis. Me dijo que había varios tipos, hasta que entendió italianos que había escrito la abuela al lado. Y siguió con las peras, que clase me ponía… (al llegar a casa la abuela me dijo que ella cogía otra clase de manzanas más pequeñas y baratas, hasta me dijo el nombre, y pensé, por qué no lo pondrá en el papelito, pero mejor sería seguir con la fiesta en paz porque ya se le había pasado el enfado de antes; posiblemente había recapacitado y se había dado cuenta que había estado muy dura conmigo).
    Me alegré poco después porque la mamá de Valentina y Uxía me dijo que había leído los dos últimos diarios que os escribí y que le habían gustado. Jaime, más tarde tu padre me dijo que los había leído con tu madre y que no estaban mal (Jaime, tu padre siempre hace eso, nunca me alaba nada, porque no se da cuenta de muchas cosas, aunque dice que es muy listo. Por ejemplo, como me emocioné hoy arreglando el despacho y viendo una foto en la que estamos los dos sentados en el sofá del salón, pasándole el brazo por su hombro y sonriendo los dos, y creo que era cuando todavía estudiaba poco y le reñía mucho. Ahora, menos mal que ya sabe lo que se le quiere a los hijos… pero ya te reñirá también), y que tu madre había dicho “qué majo” (añadió tu padre que se refería a mí, pero que no sabía por qué lo había dicho…). Estos comentarios me animaron a escribiros hoy de nuevo.
    Todos los abuelos y abuelas (antes valdría decir solo abuelos) os queremos muchísimo.  
      
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