¡Políticos!
“No hay cosa que haga más daño a una nación como el
que la gente astuta pase por inteligente” (Sir Francis Bacon)
No sé qué años tenía, posiblemente más de cuarenta. Una de las
pocas veces que le oí hablar de política, salvo cuando lo hacía para alabar a
Franco, le escuché decir que en tiempos de la segunda república él y sus
primos, muy jóvenes, algunos con menos de 20 años, se pasaban la noche pescando
sardinas y cuando llegaban al puerto de El Pindo, con el barco cargado, ya no
había compradores y tenían que dárselas a la gente del pueblo o tirarlas al mar.
No le gustaba aquello. Y terminó diciendo que los menos trabajadores, los más vagos, que llegaban antes al puerto con muchas menos sardinas, las vendían.
Estudié la carrera de
medicina en los mejores años en cuanto a crecimiento económico de la dictadura
de Franco. En los primeros cursos había asambleas de estudiantes que no se constituían
por casualidad, sino que las organizaban estudiantes pertenecientes al partido
comunista (de esto me di cuenta más tarde). No eran los mejores estudiantes, y
a mí nunca me gustó estar con las manadas. No creo que asistiera a más de una.
Sí fui a una manifestación enfrente de la Universidad que en ese momento estaba
en la Facultad de Filosofía o Derecho, en el Centro de Santiago. Nos dijeron
los grises (así se les llamaba a los policías nacionales en aquellos años) que
iban a contar hasta tres y que si no nos habíamos disuelto nos disolverían a
porrazos. Recuerdo que estaba en la segunda o tercera fila y los primeros que
comenzaron a correr fueron los de la primera, que eran los organizadores. No
volví a ninguna más y comencé a sospechar que estos organizadores de asambleas
y manifestaciones no eran trigo limpio.
Después, cuando hacía la
especialidad de neumología en el Centro Médico Marqués de Valdecilla en
Santander, los médicos comunistas organizaban asambleas en el hospital para
echar al director, que al parecer estaba muy bien relacionado con el dictador,
y, por eso, según decían, había conseguido que fuera uno de los mejores
hospitales de España, de los mejores dotados y con mejores especialistas. Y
contra la dictadura. A este hospital venían a operarse de corazón pacientes de
Galicia, Vascongadas, Navarra, Aragón y Castilla La Vieja. Aquí sí que entre
los médicos comunistas los había buenos, porque muchos de los especialistas,
sobre todos los de nefrología que eran los más rojos, eran buenos profesionales
y estudiosos. A mí, me gustaban más un cirujano y un cardiólogo vasco que no
iban nunca a las manifestaciones y eran también médicos excelentes. Nunca
pertenecí a ningún partido político y cuando estuve allí salía con compañeros médicos
que pensábamos parecido. Éramos “librepensadores”, no creíamos en los políticos
ni en los partidos.
El día antes de casarme
discutía en casa de los padres de mi mujer con una tía suya, casada con un
médico de La Coruña, porque ella defendía que un marinero ⸻como mi padre⸻
no podía
ganar lo mismo que un médico, y yo no estaba de acuerdo. Si fuera ahora, con mi
padre ya fallecido, posiblemente defendiera que no debía cobrar ninguno de los
ministros del gobierno actual, con su presidente a la cabeza, más que un buen
marinero.
He pensado mucho sobre
esto. Y también qué si ellos salen de la sociedad, tal vez algunos otros no dedicados a la política, serían igual de sinvergüenzas o
tramposos.
Al terminar la
especialidad me vine a trabajar al hospital de Orense y, desde aquellas fechas
hasta ahora, confirmé aún más estas opiniones. No tengo más remedio que
generalizar. Si usted conoce a políticos honrados, trabajadores e inteligentes,
estos probablemente serían la excepción que confirma la regla (dicen los
entendidos que esta expresión no es correcta y que sería mejor decir que amplía
o modifica la regla).
Ahora, creo aún menos que antes en
los políticos, y menos en los que se erigen como salvadores del pueblo,
como los de un partido nacido hace poco en este nuestro país. Tal vez se
quieran salvar ellos, privándonos a los demás de libertad y llevándonos a la
pobreza. Ya decía Lenin, que lo mejor para seguir gobernando al pueblo era
mantenerlo en la pobreza prometiéndole la riqueza.
Creo también que, en
general, en las cúspides de los partidos políticos hay un número superior de
estúpidos que en la población general. Es verdad que puede haber muchos
listillos, astutos, maliciosos, trileros… Una persona capaz y preparada, es
decir un buen profesional, aunque quisiese llegar a lo más alto, adonde algunos
políticos llegan, le resultaría muy difícil. ¿Por qué? Porque los partidos
políticos son como los cotos de caza. Los directivos y socios solo permiten la
entrada a nuevos socios si se parecen a ellos en los comportamientos y
costumbres. Siempre que pienso en esto recuerdo el caso de Manuel Pizarro,
aquel profesional inteligente y con un buen currículo, que entró en el Partido
Popular. Logró entrar en ese “coto” pero enseguida lo echaron. Eso sí, los que
llegan arriba son los más trileros, los más capaces de engañar a quien sea, a
todos los socios o afiliados menos astutos que ellos y a muchísima gente para
llegar a dirigir el partido y alcanzar el poder. El poder para ellos no es un
medio para mejorar la vida de sus conciudadanos sino el fin para su propio
provecho.
Para apoyar mi opinión
cito las sentencias de Friedrich Nietzsche y Gilbert Keith Chesterton. El
primero dijo que la política es el campo de trabajo para ciertos cerebros
mediocres, y el segundo escribió qué si no logras desarrollar toda tu
inteligencia, siempre te queda la opción de hacerte político.
Suelen ir en manada,
aunque pensando siempre en traicionarse entre ellos y engañar a los ciudadanos.
Y como muy bien dijo Carlo M. Cipolla en El Poder de la Estupidez, segunda
parte de su maravilloso librito “Allegro ma non troppo” ⸻que le
recomiendo leer⸻ las personas estúpidas tienden a agruparse y como son tantas
acaban teniendo mucho poder. En el capítulo de Estupidez y poder, Cipolla dice esto: “Entre los burócratas,
políticos y jefes de Estado se encuentra el más exquisito porcentaje de
individuos fundamentalmente estúpidos, cuya capacidad de hacer daño al prójimo
ha sido (o es) peligrosamente potenciado por la posición de poder que han
ocupado (u ocupan). La pregunta que a menudo se plantean las personas
razonables es cómo es posible que estas personas estúpidas lleguen a alcanzar
posiciones de poder o autoridad. Las clases y castas (tanto laicas como
eclesiásticas) fueron las instituciones sociales que permitieron un flujo
constante de personas estúpidas a puestos de poder en la mayoría de las
sociedades preindustriales. En el mundo industrial moderno, las clases y las
castas van perdiendo cada vez más su importancia. Pero el lugar de las clases y las castas lo ocupan hoy los partidos
políticos, la burocracia y la democracia (la negrita es mía). En el seno de
un sistema democrático, las elecciones generales son un instrumento de gran
eficacia para asegurar el mantenimiento estable de la fracción o cuota de
estúpidos entre los poderosos. Hay que recordar que, según la Segunda Ley, un gran porcentaje de
personas que votan son estúpidas, y las elecciones les brindan una magnífica
ocasión de perjudicar a todos los demás, sin obtener ningún beneficio a cambio
de su acción. Estas personas cumplen su objetivo, contribuyendo al
mantenimiento del nivel de estúpidos entre las personas que ocupan el poder”.
Creo que es cierto que
son casi todos parecidos. Desde que comencé mis estudios universitarios hasta
ahora comprobé que los estudiantes de la facultad que se dedicaban a organizar
asambleas “políticas”, como dije antes, y más tarde los médicos que se
dedicaban a la política en los hospitales donde he trabajado, no eran los
mejores estudiantes ni los mejores ni más íntegros médicos. Algunos conocidos llegaron
a desempeñar cargos en la administración pública y no brillaron por su bien
hacer ni por su honradez. Esto me hizo llegar a la conclusión que entre los que
no nos dedicamos a la política no hay un porcentaje tan alto de desvergonzados
o deshonestos.
Hasta creo que entre los
que se dedican a la política el porcentaje de vagos es más alto que en el resto
de la población. Claro que oyéndolos decir lo mucho que trabajan ⸻sería mejor
decir predican⸻
durante el tiempo de elecciones, uno no tiene más remedio que tomárselos a
broma.
Por tanto, en mi opinión
y generalizando otra vez, por lo que he visto durante tantos años, el
porcentaje de deshonestos, corrompidos y perezosos es superior entre los
políticos que entre el resto de los ciudadanos.
Claro, podrá decirme,
que esto se debe a que los que no nos dedicamos a la política no tenemos la
misma oportunidad de corrompernos. Podría tener razón, pero no lo creo por lo que
expuse antes.
Piero Rocchini, psicólogo en el Parlamento
Italiano, utilizó su experiencia debida al contacto directo con los honorables
diputados durante nueve años y publicó “La neurosis del poder” para
radiografiar los efectos perversos que provoca en los representes políticos el
continuado desempeño de cargos de notable relevancia.
Según Roberto Blanco Valdés, catedrático de
Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago y colaborador en las
páginas de opinión de La Voz de Galicia, «una de las conclusiones esenciales de
la apasionante obra de Rocchini, en realidad un estudio sobre la degradación de
los partidos italianos y del sistema político que aquellos manipulaban a su
gusto, resultaba devastadora: que una clase dirigente inútil y de corte cada
vez más parasitario era perjudicial y debía ser superada, pues daba lugar a un
poder que se nutría a sí mismo, olvidando la finalidad para la que había sido
creado. A tan terrible constatación llegaba Rocchini tras un análisis que en el
apartado titulado Neurosis narcisista encerraba algunas de sus más sabias e
inquietantes reflexiones: entre otras, aquellas en las que el autor resumía el
mensaje que envían los políticos («Soy una persona importante, mejor dicho:
importantísima. Soy el centro del universo y los demás existen para dar vueltas
a mi alrededor»); subrayaba que «un componente importante de la neurosis
narcisista era el sentido de la grandiosidad, la importancia excesiva que se
trataba de atribuir a cada acto propio»; denunciaba que «el narcisista vive en
el mundo como si fuera un habitante de otro planeta, de modo que solo mediante
un esfuerzo extremo consigue percibir lo que sucede a su alrededor»; o, en fin,
insistía en que el político narcisista «vive para sí y la atención hacia los
demás es solo instrumental», de forma que todo lo que está «por debajo de su
nivel de consideración se convierte en una amenaza para la autoestima, lo que
se traduce en agresividad y depresión».
Estas acertadas conclusiones de este
psicólogo italiano se pueden aplicar muy bien a muchos de los miembros del
gobierno actual y, sobre todos, al presidente.
www.topdoctors.es/doctor/joaquin-lamela-lopez
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