¿Son enfermedades?







“La ciencia es solo un ideal. La ley de hoy corrige la de ayer, y la de mañana la de hoy” (José Ortega y Gasset)





Hace unas semanas Óscar Outeiriño, consejero delegado de este diario, me invitó a presentar en el Foro La Región al Dr. Nolasc Acarín Tusell, un afamado neurólogo catalán, que había sido invitado para pronunciar una conferencia sobre la enfermedad de Alzheimer. 
El doctor Acarín hizo una charla fenomenal. Nunca había asistido a una conferencia destinada al público no médico de tanto interés. Y me pareció extraordinaria, también, por la mesura y encanto personal del conferenciante. La cena posterior a la charla fue muy agradable y animada. Le gustó, y lo anotó en un papel, la expresión del paisano gallego que responde a la pregunta de un catalán, que viaja en coche por su pueblo, acerca de quienes creía que ganarían las próximas elecciones: “por una parte usted ya ve, y por otra, que quiere que le diga”.
Lo mismo podría responder yo si usted me pregunta si algunas enfermedades actuales lo son realmente. 
En el Antiguo Egipto solo se consideraban enfermedades los trastornos que podían curarse. Hoy, enfermedad se define como un proceso y el estatus consecuente de afección de un ser vivo, caracterizado por una alteración de su estado ontológico de salud.
Ray Moynihan, un periodista australiano, buen conocedor del negocio de la salud y un referente mundial en la denuncia de la “invención” de enfermedades por la gran industria farmacéutica, publicó en 2005 un libro muy interesante, Selling Sickness (Vendiendo enfermedades), que fue traducido al español como “Medicamentos que nos enferman e industrias farmacéuticas que nos convierten en pacientes”, que les aconsejo leer, en él que, en el prólogo, describe las estrategias que utiliza cierto sector de la industria farmacéutica para ampliar el mercado de los medicamentos. 
Y cita a Henry Gadsden, director hace más de treinta años de la compañía farmacéutica Merck, quien hizo unos comentarios sorprendentes y, en cierto modo, candorosos a la revista Fortune. Dijo que su angustia era que el mercado de la compañía se limitase a los enfermos y que su sueño era producir medicamentos para las personas sanas y de esa forma venderlos a todo el mundo. Según el periodista, aquel sueño se ha convertido en el motor de una imparable maquinaria comercial manejada por las industrias más rentables del planeta. 
Sobre este tópico de gran interés el periodista pone como ejemplo perturbaciones o trastornos naturales, como la disfunción sexual, la menopausia y la osteoporosis en las mujeres, y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) en los niños, en los que la industria farmacéutica estuvo/está muy interesada en que fuesen/sean consideradas como enfermedades, y por eso a menudo patrocinó/a las reuniones de “expertos” médicos sumidos en el proceso de crear o vender enfermedades. Y se refiere también al interés de que cada vez más personas sean susceptibles de ser consideradas enfermas, rebajando, por ejemplo, los límites de normalidad como sucede con el colesterol o la presión arterial. Por ejemplo, dice él, si se reducen las cifras anormales de presión arterial, mucha gente que estaba sana se despierta convertida en hipertensa, por lo que debe tomar medicamentos. Y señala también, nadie enferma de colesterol porque es un factor de riesgo, pero lo tratan como si fuera una enfermedad. Él lo llamó “ampliar los límites de la enfermedad”, es decir, bajar el baremo para que las enfermedades, o mejor, el número de enfermos, aumenten. Es algo que está pasando en muchas enfermedades ya establecidas como la diabetes o hipertensión arterial.
Al final de la charla sobre la enfermedad de Alzheimer, que pueden leer en www.acarin.com, una señora joven le preguntó por qué, si hasta ahora no se había demostrado efecto beneficioso alguno de las pastillas para la memoria, como él había dicho, los médicos se las prescribieron a un familiar suyo. El doctor Acarín, muy diplomáticamente, repitió lo que había dicho y le dijo que debería hacerle esta pregunta a quién se las había recomendado a su familiar, porque es posible que le diese una información distinta a la suya. Un señor preguntó por qué habían aumentado tanto los casos de demencia y que es lo que podía haber influido en este incremento. El doctor Acarín le respondió que el aumento de casos de demencia se debía exclusivamente al aumento de la longevidad de las personas. Y contrastó la edad media de 42 años en las primeras décadas del siglo XX con la actual, alrededor de 80. 
El doctor Nolasc Acarín explicó en la conferencia como el cerebro de las personas con Alzheimer se atrofia, de la misma forma que se arruga el bacalao desalado, y que sería lo mismo o parecido a la osteoporosis de los huesos, pero que en las personas con los huesos esponjosos el cerebro puede ser normal y viceversa. 
Las dos últimas preguntas fueron del presentador. ¿Por qué la demencia hay que considerarla una enfermedad y no un trastorno relacionado con la edad, que unas personas desarrollan antes y otras después, como sucede con la hipertrofia prostática en los hombres o la menopausia en las mujeres? ¿Si en este o en el próximo siglo la vida media se acercase a los 150, no estarían dementes todas o casi todas las personas que llegasen a esas edades? Creo que el doctor Acarín me contestó que el Alzheimer era casi exclusiva de los humanos, porque los chimpancés, los animales más parecidos, no la desarrollaban como nosotros. Hoy se cree que la vida máxima a la que podrán llegar los seres humanos es 120 y la edad máxima habitual de los chimpancés es 60, aunque Cheetah haya llegado -¿con su cerebro bien?- a los 75.
Después de la respuesta del doctor Acarín a mis preguntas recordé la sentencia de Bertrand Russell, “ten poco respeto por la autoridad de otros, porque siempre encontrarás autoridades tan importantes que piensen de forma distinta”. Y continué con mis dudas, porque también decía el genial filósofo inglés, “nunca estés absolutamente seguro de nada”.
(Artículo publicado en "La Región", posiblemente a finales de 2012)

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