Mi viaje a Honolulu (I)
La duración del vuelo a Madrid desde Vigo
es de una hora. El avión aterriza a las 11.20 horas de la noche del viernes 21
de octubre de 2011. Ya es tarde para ir a dormir a un hotel, porque el vuelo
para Londres sale a las 7.05 de Barajas. Decido, mejor dicho, ya lo había
decidido antes, quedarme en el aeropuerto, como hice en viajes anteriores. El
año pasado la reunión anual del Colegio Americano de Tórax había sido en
Vancouver, Canadá. Este año eligieron Honolulu, la capital de Hawai, para
celebrarla.
El aeropuerto de Madrid, en el área previa
a las instalaciones situadas después del
embarque, no dispone de bancos cómodos para descansar. Busco alguno,
pero están todos ocupados por personas con maletas que al parecer han decidido
hacer lo mismo que yo. En una esquina hay cuatro o cinco acostadas en el suelo
y tapadas con mantas. Me entero después que son personas sin techo que duermen
en Barajas porque el aeropuerto es más seguro y hace más calor que en las
calles de Madrid. En una cafetería, con el mostrador de servicio ya cerrado,
hay personas sentadas en las mesas, hablando, con algunas bebidas vacías, ya
consumidas; otras escuchan música de sus mp3 con auriculares y una señora joven
está viendo una película en su ordenador portátil. Me acuesto en un banco
alargado de una de las mesas de aquel café con intención de dormir. Minutos
después una señora nos dice a los ocupas que nos vayamos de allí, porque tiene
que limpiar.
Me levanto y camino con la maleta, el
trolley de ruedas y el maletín hasta un banco con cuatro asientos, donde un
joven, con ojos de excéntrico, se levanta cada poco para alejarse, dejando
allí, en el asiento, sin vigilancia, un bolso y una mochila. Tal vez piense que
mi cara le ofrece confianza, pero creo que ya antes de llegar yo allí hacía lo
mismo. Una de las veces que regresa lo hace fumando un pitillo. En todo el
aeropuerto está prohibido fumar, pero su aspecto me dice que no le gusta
respetar las normas. Me voy de allí y me siento en otro banco, donde está una
pareja, hombre y mujer, de jóvenes franceses que me ofrecen mayor confianza.
Consigo dormir a ratos, en diferentes posiciones, todas incómodas, hasta las
cinco de la madrugada.
El embarque en Madrid con destino a Londres
es rápido. En el avión de British Airways sirven un desayuno frugal, pero mejor
que el de años anteriores. La tripulación y el comandante no saludan ni hablan
en español, el idioma de la mayor parte de los pasajeros, sino en el de ellos,
el inglés. No me parece una medida acertadas para la buena gestión económica de
esta empresa. Siempre me dio, y sigue dando, la impresión de que los ingleses
no tienen un buen concepto de nosotros. En los aviones españoles el comandante
se dirige a los pasajeros en los dos idiomas, español e inglés, obligado probablemente
por leyes internacionales de aviación, y el de este vuelo, que transporta más
de la mitad de viajeros de habla española, lo hace solo en inglés. Los
ayudantes de vuelo españoles, cuando los pasajeros se dirigen a ellos en
inglés, le contestan en su idioma. Los de British Airways no nos hablan en
español, solo en inglés.
En el aeropuerto de Heathrow el desembarque
se hace en autobús. Vuelvo a pasar otro control de seguridad, más riguroso que
el de Barajas. Todavía no está asignada la puerta de embarque a Los Ángeles.
Paseo por la zona de tiendas, algunas muy afamadas y con artículos de lujo.
Cada vez me gusta más este aeropuerto. La gente se apelotona, pegados unos a
otros, sentados y acostados, en los múltiples bancos del centro del área comercial.
En ellos se pueden ver pakistaníes, indios, americanos -algunos con sombrero
tejano-, españoles…, y un numeroso grupo de jóvenes estudiantes irlandeses con
sudaderas negras en las que se puede leer New York 2011.
Las tiendas de Bulgari, Cartier, Chanel,
Harrods, Hermès, Tiffany…, las de libros y revistas, gafas, equipajes de viaje,
etcétera, invitan a entrar. Aquí la crisis no se nota. Me voy a Starbucks.
Después de esperar en una enorme cola, un dependiente indio se acerca para
preguntarme que deseo tomar. Me da un ticket pequeño de papel con la
abreviatura del coffee late médium que he pedido, para que lo entregue al
llegar al mostrador. Me imagino que lo hacen para evitar que, en este
cosmopolita y multirracial aeropuerto, los problemas de muchas personas con el
inglés no entorpezcan la rapidez del servicio. Mientras espero, pienso cuanto
tiempo tardaremos en España en copiar, como hemos copiado tantas otras cosas,
tomar el café fuera de la cafetería, caminando por la calle, como hacen los
americanos (para no perder el tiempo) desde hace años.
La puerta del embarque por fin está asignada. La cola para realizar las
gestiones antes de embarcar va muy lenta. Un empleado pakistaní mueve
contrariado la cabeza. Como está llegando la hora del embarque, American Airlines
decide poner pequeñas mesas móviles, con ordenadores portátiles, para
agilizarlo. Al llegar mi turno un hombre indio o pakistaní me hace las
preguntas de siempre: cuantas maletas he facturado, si he sido yo quién hizo la
maleta o ha sido otra persona, si he vuelto a abrirla desde que salí de mi casa
y si alguien estaba en ese momento conmigo, si llevo dentro aparatos
electrónicos… Me imagino que todo el mundo le contesta lo mismo: “he hecho yo
solo mi maleta, nadie me ha ayudado, no la he vuelto a abrir después de salir
de casa, los aparatos electrónicos los llevo conmigo en la mochila o bolso de
mano”. Por último me pregunta en que hotel me hospedaré en Honolulu y cuál es
el motivo de mi viaje: negocios o placer. En el siguiente control un hombre
indio comprueba mi tarjeta de embarque y la legalidad de mi pasaporte. Antes de
entrar a la sala de embarque una mujer asiática comprueba, una vez más, que la
tarjeta de embarque está OK. ¡Por fin!
Le seguiré contando en detalle este interesante viaje de trabajo y
placer, work and enjoyment como dicen ellos, por si en el invierno, la mejor
época, decide pasar unos días allí, en la isla de Oahu, en Hawai. Sir Francis
Bacon, filósofo y estadista británico, decía, “los viajes son en la juventud
una parte de la educación y, en la vejez, una parte de experiencia”.
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