Toses, medicamentos y médicos



“Nada es más estimable que un médico quien, habiendo estudiado la naturaleza desde su juventud, sabe las propiedades del cuerpo humano, las enfermedades que lo asaltan, los remedios que lo beneficiarán, ejercita su arte con cautela y presta la atención igual al rico y al pobre” (Voltaire)





    Estos días, por bronquitis aguda o gripe, muchas personas con tos, sin fiebre o con ella, con más o menos descarga nasal, con cansancio o mucho cansancio, con malestar y dolorimiento o con dolor muscular generalizado, según se trate de la primera o la segunda enfermedad, acuden al médico.
    Muchas de ellas salen de la consulta sin que el médico les haya dicho el diagnóstico de lo que padecen. Algunas salen con un medicamento sintomático para la fiebre y/o dolor y otras con un antibiótico además de los anterior; muchas otras con todo lo anterior más un jarabe “para expectorar” e incluso un inhalador con un broncodilatador y un corticoide inhalado.
    Hoy por la mañana -estoy escribiendo esto por la noche- vino a consultarse un paciente con bronquitis aguda y evolución favorable, que había tomado tres antibióticos, codeína, paracetamol, un antihistamínico… Claro, en la bronquitis aguda suelen empeorar los síntomas después de los primeros días y a veces tardan hasta dos semanas en comenzar a mejorar; él paciente iba al médico para decirle que no había mejorado y se le recetaba otro antibiótico, hasta tres. Su médico le solicitó una radiografía de tórax y le dijo que era normal, que no tenía nada en el pulmón, pero le volvió a dar otro antibiótico.
    Suscribo lo que decía hace poco Peter Gotszche, que no hay ningún médico en el mundo que conozca todos los efectos adversos de los medicamentos que prescribe. Y, en mi opinión, los que menos los conocen son los que más alegremente los prescriben.
    Recuerdo una sesión clínico-patológica cuando tan solo tenía 24 años y acababa de comenzar la especialidad en el Hospital Valdecilla de Santander. Se presentaba el caso de un paciente que había fallecido por aplasia medular. El anatomopatólogo explicaba los hallazgos de la necropsia. Cuando terminó se levantó un nefrólogo joven, el doctor Morales, uno de los mejores clínicos del hospital, y dijo que aquel paciente se había muerto por un error médico, por habérsele prescrito erróneamente cloranfenicol -un antibiótico que en la actualidad no dispone de presentaciones comercializadas en nuestro país por sus serios efectos adversos, entre ellos poder causar aplasia medular- para tratar un cólico nefrítico.
    He sufrido muchas bronquitis agudas y algunas gripes. Nunca he tomado un antibiótico. Y cada vez tengo más reparo en tomar analgésicos para el dolor de cabeza, que afortunadamente pocas veces tengo, porque el paracetamol, aunque muy raramente, también puede causar efectos adversos serios. Y como decía el profesor Villarino, mi catedrático de farmacología en los 70 del siglo pasado: “la penicilina es el mejor antibiótico, pero puede ocasionar la muerte por shock anafiláctico a una de cada 100.000 personas, pero a la que le toca el porcentaje es de cien por cien”.
    Hemos dicho aquí muchas veces que el tratamiento de la tos es tratar la enfermedad que la produce, y, los virus de la bronquitis aguda y la gripe no tienen tratamiento efectivo y no están indicados, por tanto, los antibióticos. La naturaleza, el tiempo, va curando la enfermedad, y según al médico que acudamos saldremos de la consulta solo con algún medicamento sintomático para la fiebre o el dolor, o con varios, como le sucedió al paciente del que se informó más arriba. 
    Y entonces, por qué se prescribe tanto y tan inadecuadamente, se preguntará usted. Son varias las razones, en mi opinión.
    Los mejores médicos, es decir los que tienen más conocimientos, sentido común y experiencia, son los que menos prescriben. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dijo Benjamin Franklin hace muchos años: “el mejor médico es el que conoce la inutilidad de la mayor parte de las medicinas”. ¿Por qué? Porque los mejores médicos hacen entrevistas o historias clínicas a los pacientes durante el tiempo que sea preciso, los exploran detenidamente, realizan solo las pruebas complementarias necesarias y hacen un diagnóstico. Si consideran que el paciente padece resfriado común y bronquitis aguda o gripe no prescriben ningún antibiótico, solo algún medicamento sintomático para la fiebre o el dolor. Otros médicos, menos buenos, prescriben más. La medicina pública, y las compañías privadas de salud con sus indecentes pagos por consulta a los médicos, hacen que los tiempos dedicados por algunos médicos a la entrevista y exploración del enfermo sean irrisorios.
    Esta es, en mi opinión, la razón por la que algunos médicos -los menos buenos- son grandes prescriptores, pero hay otras:
    - No tener en cuenta, no valorar adecuadamente, no poner en una balanza, antes de prescribir un medicamento, los beneficios y los perjuicios o efectos adversos que le podrá ocasionar al paciente.
    - La relación impropia de los médicos y autoridades sanitarias con las compañías farmacéuticas.
    - Los precios asequibles de las medicinas para los asegurados.
    - La publicidad engañosa permitida en los medios de comunicación sobre medicamentos. Véanse estos días los reclamos sobre los “maravillosos” expectorantes, mucolíticos, antigripales, etcétera, en radio y TV.
    - La escasez de denuncias en nuestro país por los efectos secundarios de los medicamentos erróneamente prescritos. Por haberle recetado un médico de California un bifosfonato -que tanto se prescriben en nuestro país- a una paciente y haberle causado necrosis del hueso maxilar, sin haberle informado previamente de este posible efecto adverso, el seguro del médico tuvo que indemnizar a la paciente con varios millones de dólares.
    El mejor médico que he conocido, don Juan García Lema, de mi ayuntamiento, que me enseñó a auscultar cuando terminé la carrera, prescribía solo lo necesario. Cuando las madres venían a la consulta para decirle que su niño no comía y que le recetase unas vitaminas, no se las recetaba y les respondía: “si no te come al mediodía, ponle la misma comida a la cena, si no te la come, pónsela al día siguiente al mediodía y si no la come tráelo a la consulta”. Y la madre no volvía con el niño.



    

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