Y le dijo más cosas, referidas a su enfermedad pulmonar causada por fumar cigarrillos (y IV)
“El
médico no es otra cosa que el consuelo del alma” (Petronio)
Y aquel médico también le dijo: “Manuel,
cuando un buen médico escucha y examina detenidamente al enfermo, y después le
explica por qué no precisa medicinas, el enfermo lo entiende y no sale de la
consulta lamentándose porque el médico no le haya recetado nada. Antes, cuando
las madres acudían a los médicos pidiéndoles que les dieran algo para abrir el
apetito a sus hijos, algunos le recetaban unas vitaminas u otros preparados que
no servían para nada, y menos aún para abrir el apetito; otros, muy
educadamente, les decían que les pusieran a sus niños la misma comida a la
cena, si no la comían que se la pusiesen al día siguiente en el almuerzo y si
no la comían que los trajesen a la consulta, y las madres no volvían”.
La noche siguiente a la mañana que la
enfermera le había comunicado el traslado de aquel médico con el que se
entendía tan bien, soñó con él. Se le aparecía en el sueño diciéndole que no
volviese a fumar y advirtiéndole que no tomase medicinas para su enfermedad si
no notaba alivio con ellas. Y a continuación le explicaba que su enfermedad era
como otra, afortunadamente menos frecuente, para la que tampoco había tratamiento
para mejorarla, la silicosis pulmonar. Pero que había diferencias entre la suya,
la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), y la otra. La suya se producía
por inhalar humo de quemar tabaco de forma voluntaria; la otra, la silicosis
pulmonar, por inhalar polvo de sílice trabajando en las canteras de piedra o
pizarra. La silicosis llevaba en el nombre la causa que la producía, el polvo
de sílice, y sin embargo la EPOC no incluía la causa en el nombre, cuando el
humo de tabaco es la causa principal de esta enfermedad mal denominada. Lo
mismo que se le llaman a la enfermedad hepática causada por el alcohol,
hepatitis alcohólica crónica, así se le debería llamar a la suya, neumonitis
tabáquica crónica o al menos enfermedad pulmonar obstructiva crónica tabáquica.
Y le seguía informando que para las dos enfermedades el mejor tratamiento es
aún hoy, y lo será siempre, dejar el tabaco y el alcohol. Pero grupos de
presión económica, con gran influencia sobre los médicos, no quieren que se incluya
tabaco en la denominación porque probablemente se dejarían de utilizar fármacos
de muy dudosa eficacia.
Esto lo soñó Manuel porque aquel doctor se
lo había dicho alguna vez antes en la consulta. Aquel médico, que solo con
hablarle hacía que Manuel saliese de la consulta mejor de lo que había entrado.
Un día le preguntó a que se debía eso. Le respondió que ya Hipócrates, el padre
de la medicina, había dicho hace muchos siglos que algunos pacientes se sienten
bien solo con la bondad de sus médicos, y que esto siempre será verdad. Muchas
enfermedades mejoran cuando los enfermos se sienten muy enlazados a sus
médicos.
Manuel no volvió a fumar. Pero como
respiraba mal, se olvidó de lo que le había dicho aquel médico especialista. Comenzó
a tomar esprays que le dieron otros médicos, y engordó porque tenía más apetito
y llegó a pensar, equivocadamente, que con esos kilos de más lucharía mejor
contra la enfermedad. Se encontraba más animado, sobre todo cuando tomaba ciertas
medicinas, que debían ser como “drogas”, porque cuando los tomaba, aunque no
soplaba más por aquellos aparatos que medían como funcionaban sus pulmones, al
querer suspenderlas los médicos después de disminuir progresivamente las
dosis, se encontraba más cansado, como si estuviera con gripe; iba de nuevo al
médico, este volvía a aumentarle las dosis y de nuevo la euforia tramposa. Se
le puso la cara como de luna llena, como le había oído decir una vez a aquel
médico a una señora que la tenía como la suya, y volvieron las manchas
rojo-violáceas a los antebrazos y manos. Cada vez tenía menos fuerza para
caminar y se pasaba todo el día en la cama y en la silla con el oxígeno que le
habían recomendado últimamente. Además sus bronquios se habían colonizado por
un germen, la pseudomonas aeruginosa, que se asienta en los bronquios y aparece
frecuentemente después de la toma de grandes dosis de cortisona y antibióticos.
Después de múltiples ingresos hospitalarios
Manuel fallece en su casa un frío jueves de febrero a los 87 años. Y María
ahora recuerda que unos días antes de morirse Manuel le había dicho que se iba
a morir antes de tiempo por no haberle hecho caso a aquel médico con el que tan
bien se entendía, por no haberle hecho caso a lo que le había repetido más de
una vez: “Manuel, últimamente los médicos nos hemos olvidado de lo que decía
Hipócrates hace muchos años a sus alumnos, que se prepararan para ayudar a los
enfermos y para no hacerles daño; hoy los médicos tenemos muy poco en cuenta
los efectos adversos de los medicamentos, y, además, que él estaba de acuerdo
con Benjamin Franklin cuando expresó que los mejores médicos son aquellos que
reconocen la inutilidad de la mayor parte de los medicamentos”.
Y por haberse olvidado también últimamente de
las recomendaciones, que le había dado y repetido más de una vez, para vivir
mejor con su enfermedad pulmonar crónica causada por fumar cigarrillos: 1) cesar
de fumar totalmente; 2) comer menos para adelgazar, porque, cuanto más peso más
dificultad para respirar; 3) caminar por sitios llanos todos los días que
comiese, durante el mayor tiempo posible; 4) vacunarse de la gripe todos los
años, porque tal vez sea mejor que no hacerlo, y 5) tomar solo los medicamentos
con los que notara algún alivio y no le causaran efectos adversos, porque
últimamente se estaban utilizando medicinas para su enfermedad que producían más
efectos desfavorables que beneficiosos.
Y le dijo también que en su enfermedad las
únicas medidas que aumentaban la supervivencia eran dejar de fumar y el
tratamiento con oxígeno, cuando estaba indicado, en etapas avanzadas de la
enfermedad. Le había contado que su padre vivió muchos años con esta
enfermedad, después de estar ya con oxígeno domiciliario, posiblemente porque
estaba delgado y tomar solo los espray, “a demanda”, que le aliviaban algo
después de utilizarlos, o creer que le aliviaban, la dificultad respiratoria.
En alguna ocasión le había leído esta frase
que le había dicho Harry Loynd, presidente de Parke, Davis and Company desde 1951 a 1967, a los altos
cargos de su compañía farmacéutica: “Si pusiéramos estiércol en una cápsula, se
la venderíamos al 90% de estos doctores”.
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