De médicos y pacientes (III)
“El arte de la medicina consiste en
entretener al enfermo mientras la naturaleza cura la enfermedad” (Voltaire)
Y continuó diciéndole aquel médico: “Ahora,
la gente quiere vencer la adicción a la nicotina y a la comida sin pasarlo mal
y esto no es posible. Para vencer la adicción a las drogas o a la comida hay
que tener mucha voluntad y estar dispuesto a pasarlo mal. La voluntad, una
fuerza más poderosa que la bomba atómica, según la definió Albert Einstein, no
se dispensa en las boticas y la mayor parte de las personas tiene muy poca.
Además, hoy, tener voluntad no está de moda”.
Y siguió. “Manuel, para la enfermedad
pulmonar que usted padece, causada por el tabaco, dejar de fumar es lo más
importante, porque ya está delgado y en su historial clínico escriben los
médicos que camina todos los días desde su casa hasta el puerto, y les dijo que
eran tres kilómetros, y otros tres a la vuelta hacen seis”.
A Manuel le sigue gustando aquel médico. Y
le dice: "no le prometo que voy a intentar dejar de fumar como dije a
otros médicos anteriormente; no, le doy mi palabra que no volveré a llevar un
pitillo a la boca desde este momento".
El doctor se sonríe. “Manuel, ojalá cumpla
lo que promete, no por mí sino por usted, por su salud”. Luego le explica cómo
tiene que utilizar el espray que le ha prescrito y le dice que si no nota
mejoría alguna de la dificultad respiratoria no vuelva a por otra receta. “Y no
se engañe, porque algunos pacientes con la misma enfermedad que la suya lo
utilizan después de realizar un esfuerzo, por ejemplo después de subir
escaleras, y creen que les mejora, aunque yo pienso que lo que les alivia es
quedarse sentados después de haberlo realizado”. Y antes de que Manuel salga de
la consulta, el doctor lo llama para decirle que no coja las medicinas en la
farmacia si no deja de fumar, porque no le servirán de nada.
Manuel llega a casa y le cuenta a su mujer
lo ocurrido. Desde que salí de la consulta no he fumado ningún cigarrillo ni
volveré a fumar, y haré el tratamiento como me lo recomendó, le dice a María.
Manuel vuelve a la consulta a los seis
meses, sin haber probado un cigarrillo. Le dice a aquel médico que unas semanas
después de cesar de fumar dejó de toser y expectorar. Que la fatiga sigue como
antes más o menos y que aumentó dos kilos de peso porque ahora tiene más
apetito. Y que el espray lo dejó de utilizar de forma regular porque no notaba
beneficio alguno y sucedía lo que el doctor le había dicho: cuando hacía un
esfuerzo lo que le mejoraba era quedarse quieto, no el espray.
Aquel médico le expresa sonriente que está
encantado por su hazaña, por haber conseguido dejar de fumar. Y que con
respecto al tratamiento médico le parece muy bien lo que ha hecho. Además es
usted, no yo, el dueño de su salud y de su enfermedad, le dice. “Nosotros, los
médicos, solo debemos dar información, no sesgada, a los enfermos sobre lo que
creemos que es bueno para tratar su enfermedad, pero las decisiones sobre el
tratamiento deben ser compartidas con ustedes”.
Los cuatro años siguientes Manuel iba cada
seis meses a la consulta con ese doctor, que siempre le recibía con amabilidad
y hablaba con él sin prisa alguna, todo el tiempo que hiciese falta. Es un
profesional como la copa de un pino, pensaba Manuel. No le volvió a prescribir
ninguna medicina. Solo le recomendaba que no aumentase de peso, que caminase
todos los días y que no volviese a fumar.
Cuando acudió a la última revisión estaba
otro médico. Manuel le preguntó a la enfermera que había pasado. La enfermera
le dijo que aquel médico ya no pasaba la consulta porque se había ido a otro
hospital.
Entró triste a su casa. María le preguntó
por lo que había pasado. Manuel le contó que aquel médico, con el que tan bien
se entendía, se había marchado a otro hospital.
Y le contó a su mujer algunas cosas que
aquel médico le había comentado en las más de ocho consultas o revisiones que
le había hecho. Me decía siempre que los médicos españoles, tal vez prescribían
demasiado porque los medicamentos eran gratuitos o casi gratuitos para los
asegurados, y también, posiblemente, por la relación tan estrecha que tenían
con las compañías farmacéuticas. Que, en su opinión, esa relación, casi de
camaradería, entre los médicos y los delegados de las compañías farmacéuticas
aumenta el número de prescripciones. Y que en algunas enfermedades nosotros,
los médicos, le damos la razón a Voltaire, que tanto nos quería, “entretenemos”
al paciente, mientras la naturaleza cura la enfermedad. “Manuel, cuando usted
sufre un resfriado o una gripe, si va al médico es muy probable que salga de la
consulta con un medicamento para la fiebre, un antibiótico, un expectorante, e
incluso con un espray. A los pocos días usted se encuentra peor porque estos
trastornos empeoran los días siguientes, y vuelve al médico para expresarle que
el antibiótico que le dio “no le ha hecho nada”. El médico le prescribe otro
antibiótico y con el segundo mejora, no por el antibiótico, sino por el tiempo
pasado desde el comienzo, es decir, por la historia natural de la enfermedad.
Al año siguiente, cuando vuelve a sufrir otra gripe o resfriado, usted y el
médico vuelven a hacer lo mismo y quien únicamente se beneficia es la industria
farmacéutica. Las gripes y los resfriados están causados por virus y solo deben
emplearse tratamientos sintomáticos o remedios caseros, como hacíamos antes los
españoles y aún hacen hoy los holandeses”. Me dijo también que él creía que
ahora los médicos pasaban menos tiempo escuchando y explorando al paciente por
la masificación de las consultas, y que la entrevista o historia clínica y la
exploración física seguían siendo lo más importante para hacer un buen
diagnóstico, -objetivo fundamental del médico para tratar correctamente la
enfermedad del paciente-. Y me dijo más cosas… (continuará y finalizará)
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