Aceptar (bien) la enfermedad y la muerte






“La salud es un estado transitorio entre dos épocas de enfermedad y que, además, no presagia nada bueno” (Winston Churchill)







    Creo que era profesora, casada con un señor que la conocía muy bien y la quería mucho. Tenía una grave enfermedad pleural cuyo origen estaba en su aparato genital. No aceptó que estuviese enferma, y menos aún de algo serio. Su marido me repetía que aunque yo le dijese a ella la cruda verdad no me creería, pensaría siempre que yo era el equivocado, porque ella no podía estar enferma. Y lo estaba. No pude comprender como se había hecho aquel blindaje de la mente que le impedía admitir su enfermedad. Se murió sin haber estado, según ella, enferma.   
    Sin llegar a este extremo, hay un pequeño porcentaje de personas que aceptan muy mal la enfermedad, su enfermedad, incluso intentan negarla, como si pensasen que ellos no han nacido para enfermar, para estar enfermos. Nadie admite con gusto la enfermedad, pero siempre les digo a estos pacientes que deben aceptarla sin enojarse. Con la enfermedad no merece la pena enfadarse, porque no se puede razonar o discutir con ella como se puede hacer con la mujer o marido, con el amigo o amiga.
    Además, estos pacientes que aceptan muy mal la enfermedad, intentan justificar sus molestias achacándolas muchas veces a cosas sin importancia que les han sucedido anteriormente. Por ejemplo, en caso de tener un padecimiento pulmonar serio causado por fumar cigarrillos, atribuyen los síntomas a un golpe o traumatismo en el pecho que han tenido mucho tiempo antes.   
    Algunos, sobre todo cuando se trata de dolencias graves, llegan a creer que el médico no les ha diagnosticado bien y peregrinan de médico en médico a ver si encuentran uno que les diga lo que quieren oír: que fue un error diagnóstico, que están sanos. Ellos saben que todos los días enferma y muere mucha gente, ¡pero cómo les va tocar a ellos! 
    El manejo de la enfermedad en estos pacientes es complejo. Es más difícil aún en nuestro país porque no es habitual que el médico les diga toda la verdad, como se hace por ejemplo en Estados Unidos, y, por eso, cuando estos pacientes sufren una enfermedad seria para la que no hay tratamiento curativo, ni tan siquiera para aliviar los síntomas, consideran que el médico no ha acertado con el tratamiento, visitan a otros médicos o, si son personas mayores, solicitan a sus familiares la búsqueda de otros doctores “mejores” que le curen sus padecimientos.
    Aunque estos enfermos son especiales, no sé si pueden tener alguna responsabilidad los medios de comunicación general al informar, a veces muy alegremente, que hoy la medicina tiene solución para todo. Claro que ha habido avances, pero aún hoy la medicina no cura el resfriado común ni la gripe; afortunadamente se curan solos.
    Mostrar entereza ante la muerte cercana es posiblemente el mayor desafío al que nos enfrentaremos en la vida. El reto debe ser mucho menor para las personas con las facultades mentales deterioradas. Tal vez, por eso, no sería malo que a todos nos afectase este trastorno un poco antes de morir. 
    Hay una gran diferencia entre la aceptación de la enfermedad y de la muerte. Por desgracia, algunas personas pasan muchos años de su vida, algunas toda la vida, aceptando -bien o mal- la enfermedad desde que les ha sobrevenido. Cuando sucede la muerte, termina la enfermedad y la vida. No da opción para aceptarla -mal o bien-.   
    Al hablar del desafío de la muerte próxima siempre me acuerdo de un enfermo hospitalizado, en los 70 años aproximadamente, que sabía muy bien que su vida se estaba acabando. Sin embargo, recibía las visitas de sus familiares cambiando la tristeza de su cara por alegría. Cuando le preguntaban como se encontraba, respondía siempre, “mejor, ya estoy mejor”, a pesar de estar cada vez más enfermo, cada vez peor, y conocer perfectamente, sin preguntar nada, que le quedaba muy poco tiempo de vida.
    El profesor Alejandro Vallejo Nájera, prestigioso psiquiatra, escritor y conferenciante, concedía hace años una entrevista a Jesús Hermida en TVE, unos días o semanas antes de morir. Cuando este le felicitó por la entereza con que había aceptado el cáncer de páncreas que padecía, el eminente doctor le reveló que en alguna ocasión, cuando estaba solo, se le habían caído las lágrimas al pensar en la muerte, en su muerte.
    Hace poco tiempo, un médico neumólogo amigo, que en las últimas semanas de vida se había recluido en casa, pocos días antes de morir telefoneó a un amigo con el que iba a cazar para despedirse y pedirle que cuidase a su perro de caza. Otro amigo, también neumólogo, pocos meses antes de morir, nos advertía en una comida en la que estaba su madre, de edad muy avanzada, que por favor tuviésemos cuidado porque ella no sabía nada de su enfermedad y no quería que se enterase hasta su muerte.
    Por el contrario, hay personas que, al menos exteriormente, aceptan mucho peor la muerte inminente. Se pasan meses, semanas o días antes quejándose a los familiares, cuando ellos no pueden hacer nada por evitársela. No es una buena actitud pasar el día lamentándonos, preguntándonos por qué nos ha tocado ahora a nosotros –si pudiéramos elegir fecha nunca la pondríamos- y preocupando aún más a los que nos quieren. 
    Me atrevo a decir que admitir la muerte, nuestra muerte, es el mayor problema que se nos planteará en la vida. La cualidad y calidad de cada uno de nosotros están muy relacionadas con la aceptación de nuestra inevitable muerte.
    La muerte, a lo mejor es como un botón de encendido y apagado: ¡Clic!, y ya no estás, decía Steve Jobs. Para la muerte en edades muy, muy avanzadas -espero que nadie se ofenda con él-, quizá valga lo que también expresó: “La muerte es el mejor invento de la vida porque elimina del sistema los modelos obsoletos”.


www.clinicajoaquinlamela.com (se renovará en unos días)

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