Actitud y aptitud
"Por bueno que sea un caballo, necesita espuelas" (Proverbio inglés)
Leía hace poco en “La Voz de Galicia” una
entrevista a Prudencio Donado, un profesor de filosofía del Colegio Maristas de
Ourense que, según el entrevistador del periódico, acaricia la jubilación y me llamó
la atención esta frase: “la vida es actitud, no solo conocimientos, no las
matrículas de honor”. Y me recordé de algo que también debí haber leído antes:
lo importante no es saber, sino saber aplicar el saber.
Seguro que usted, como yo, ha conocido personas
que sacaban muy buenas notas en la escuela, colegio o universidad y después no
tuvieron éxito en su trabajo o profesión. Y otros con notas menos brillantes
que triunfaron después en lo que hicieron. Así entiendo lo que ha dicho este
profesor de filosofía. O lo que es lo mismo, la diferencia entre aptitud y
actitud. Y de ahí, aquella frase tan cierta: hace más el que quiere que el que
puede.
Cuando pienso en la aptitud siempre
recuerdo a un compañero de colegio, brillantísimo, que estaba todas las semanas
entre los tres primeros de la clase por las notas tan altas que sacaba y que era
el mejor en matemáticas. Comenzó a estudiar la carrera de exactas (ahora tal
vez se llame matemáticas) y por su mala cabeza, por dedicarse a jugar a las
cartas en vez de estudiar, no logró terminarla.
Y si pienso en la actitud me acuerdo también
de la misma persona. De un hombre que cuando era niño se fue de casa de su
padre, cuando este volvió a casarse poco después de haberse muerto su mujer, su
madre, para irse a vivir a casa de su tío, donde lo consideraron como un hijo
más. Que comenzó a pescar en los barcos de su tío a los once o doce años,
cuando dejó de ir a la escuela, y que poco después era el que los guiaba por la costa. Que al año de casado, poco después de nacer su hijo, emigró a
Montevideo y allí estuvo varios años trabajando duro para enviar dinero a su
mujer y construir una casa. Que al volver de Montevideo compró un pequeño
barco de pesca con un socio para seguir trabajando duro, ya que su mujer se
empeñó en que su hijo tenía que estudiar una carrera universitaria. Que cuando disminuyeron
los ingresos de las pesca de bajura no tuvo reparos para embarcarse durante
algunos años en vapores de altura que transportaban carga a puertos
internacionales. Que cuando regresó de navegar en los grandes buques compró de
nuevo un barquito y siguió pescando hasta que pudo. Que adoraba a su familia.
Que se volvía loco con sus nietos, a los que transmitió sus genes, junto a los de los otros tres abuelos, para que tuvieran la misma fenomenal actitud que ellos, y la tienen. Que cocinaba para su mujer y para él cuando
ya eran mayores. En fin, que fue muy pocos años a la escuela y no tenía
matrículas de honor pero sí mucho sentido común.
A este buen gran hombre no le hacían falta
estímulos. Ya nació así, con aptitud y actitud.
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