Contemplar la belleza




“La belleza es una carta de recomendación que nos gana de antemano los corazones” (Arthur Schopenhauer)





    Cuando bajaba ahora de la séptima caminando, para tomar café contigo, en el descanso de la quinta planta vi una chica o señora, que ya pasaba de los treinta, vestida con una camisa o chaqueta azul vaquera y unos pantalones cortos, también vaqueros. Sus shorts dejaban ver más de las dos terceras partes de sus piernas, apoyadas en zapatos negros de altísimos tacones. En ese descanso se paró a hablar con alguien, probablemente algún familiar, y yo me paré para mirarla.
    Su talla era de 1.70 metros o algo más, pero no puedo afinar mejor por los tacones tan altos que llevaba. Su pelo era rubio, natural o teñido, y recogido en un moño. El cuello largo y delgado, perfecto. Su camisa o chaqueta vaquera era de manga corta y permitía ver unos brazos hermosísimos. Su generoso escote dejaba conocer algo de sus pechos y adivinar el resto. Era delgada, bueno, con una estrecha cintura y bonitas caderas. Antes de pararse pude observar como caminaba, y, a pesar de aquellos tacones, se movía con una desenvoltura y una elegancia exquisitas. Al pararse y ponerse de espaldas contemplé las piernas más bonitas que nunca antes había visto. Y me pregunté, y te pregunto: ¿Enseñaría o luciría igual esta chica o señora sus piernas si no las tuviese tan bonitas? ¿Es malo que las mujeres bellas muestren sus encantos? ¿A qué se debe que solo algunas mujeres ensalcen la belleza de las de su género? ¿Por qué las mujeres menos favorecidas corporalmente se engalanan menos, al contrario de lo que hacen las más agraciadas? ¿Es la belleza física o la forma de moverse lo que hace elegante a una mujer? ¿Por qué algunas mujeres envidian más la belleza que el talento de las de su mismo género? ¿Por qué Dios, si existe, y es bueno y todopoderoso, no hizo muy bellos a todos, hombres y mujeres?
    Esto, más o menos, me lo decía un compañero médico residente en la cafetería del Hospital de Valdecilla, en los años setenta del siglo pasado, y que reproduzco por estar de acuerdo en casi todo. Creo que le dije ya de aquella que la belleza está para ser mirada, y que tampoco nos venía mal a los médicos residentes, que en aquellos tiempos no salíamos del hospital antes de las 19 o 20 horas de la tarde y hacíamos una o dos guardias a la semana, relajarnos durante unos momentos contemplándola, como él había hecho. Y seguí: “¿Acaso no recuerdas aquella gogó guapísima de la discoteca Caracol cuando vino a urgencias por un dolor abdominal? Aunque luego no fue intervenida quirúrgicamente creo que no hubo médico residente de guardia que no se acercara ese día a la sala de urgencias donde ella estaba, unos para verla porque no la conocían, otros para saludarla porque sí la conocían, y algunos para palpar su fosa ilíaca derecha por si se trataba de una apendicitis aguda”.
    No hace mucho decía que había que desconfiar de la existencia de Dios porque no casan sus atribuidos poderes, ser bueno y todopoderoso, con no haber dotado a todas las personas de parecida belleza.
    Y no debemos tomar a mal que haya personas más agraciadas corporalmente porque ellas no tienen culpa alguna. La belleza de la chica o señora que me contaba mi compañero no la había adquirido de mala manera, sino que la había recibido de su padre y de su madre. La belleza es el resultado de una selección sexual, dijo Charles Darwin.
    Lo único malo de la belleza es su finitud. Es terriblemente triste eso de que el talento dure más que la belleza, escribió Oscar Wilde.

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