Parecido físico, similitud interior
“Desde la infancia nos enseñan; primero a creer lo que nos dicen las
autoridades, los curas, los padres... Y luego a razonar sobre lo que hemos
creído. La libertad de pensamiento es al revés, lo primero es razonar y luego
creeremos lo que nos ha parecido bien de lo que razonamos” (José Luis Sampedro)
Desde hace mucho sospecho que las personas
parecidas físicamente también se parecen en la “forma de ser”, en el
comportamiento.
A veces lo hablaba con mis familiares y
casi ninguno se había fijado en eso, la mayoría decía que podría tratarse de
una coincidencia.
Casi llegué a pensar que si esto era
verdad, y era (yo, diría José Mourinho) el único que se había dado cuenta,
tenía mucho mérito.
Pero, lógicamente, estaba equivocado. Estoy
leyendo estos días de vacaciones el libro “Una historia de la medicina o el
aliento de Hipócrates”, de Axel Kahn y tres autores más, y uno de ellos, Yvan
Brohard, en la página 32, titula el capítulo que escribe como “La fisiognomía: ¿una ciencia médica? Un
temprano origen”, y empieza diciendo que la fisiognomía, el “conocimiento
del carácter humano por el examen de las formas y aptitudes del cuerpo,
especialmente los rasgos faciales”, nació al parecer en Mesopotamia, donde
estuvo asociado a prácticas adivinatorias.
Paso a contarle a continuación datos
históricos sobre la fisiognomía, reproduciendo lo escrito por Yvan Brohard, que
me han parecido interesantes, y finalizaré con algunos ejemplos del parecido
corporal y anímico, y con sugerencias para usted.
Hipócrates, el llamado Padre de la
Medicina, fue el primero en utilizar el término por primera vez en su libro “Sobre las epidemias”, indicando que “un
médico no puede diagnosticar bien sin realizar previamente un examen fisiognómico
del paciente”.
Pero fue Aristóteles el que escribió un
verdadero tratado Physiognomica o el Seudo-Aristóteles, en el que subraya los
nexos que unen el alma con el cuerpo. Para el gran filósofo griego, el corazón
es el motor del cuerpo y la sangre, el fluido por el que corren la “actividades
del alma”. El hecho de que esté caliente o fría, espesa o fina, húmeda o seca,
que tenga un flujo lento o rápido, condiciona tanto el comportamiento como el
aspecto de un sujeto. En Grecia, al fijar una tipología de los caracteres, la
fisiognomía adquiere las dimensiones de una verdadera ciencia. Y los nobles
romanos no dudaban en recurrir a las habilidades de los metocostopi, los “lectores de rostros”.
Al alba del Renacimiento, entre los
representantes de la medicina universitaria, más orientados hacia el cuerpo que
al alma, hubo división de opiniones: unos consideraron que la fisiognomía
siempre había sido irracional, en tanto que otros, más abiertos, advirtieron en
ella un interesante campo de investigación. En esta época hubo verdadera pasión
por el tema. En muchos de sus dibujos Leonardo da Vinci aborda estudios fisiognómicos
que adquirieron validez científica con el redescubrimiento de los textos de la
antigüedad.
Para un buen analista fisiognómico, la
observación y reconocimiento de los signos resulta indispensable y, en este
sentido, no cabe duda de que en el rostro se aprecian las emociones más
perceptibles. Para conocer el temperamento de alguien basta con remitir su
retrato a un analista, siempre que esta representación sea expresiva y veraz.
Los ojos, el “espejo del alma” son un
terreno veraz. Así, el color azul del iris es el resultado de una excesiva
sequedad; signo evidente de una falta de modestia y una tendencia a la
infidelidad. El color de la tez, el sistema piloso o la manera de andar son
asimismo fuentes de información dignas de interés. Los hombros demasiado altos
indican mentecatez e infortunio. Un cuerpo bien equilibrado y proporcionado es
evidencia de la armonía de lo caliente, frío, seco y húmedo; denota coraje y
lealtad.
El teólogo y poeta Joham Kaspar Lavater
(1741-1801), fue un ferviente adepto de la fisiognomía, que definió como “la
ciencia del conocimiento de la relación que liga lo exterior con lo interior,
la superficie visible con lo invisible que oculta”.
Vigente aún en el siglo siguiente, fue muy
apreciada por escritores como Balzac, quien recurrió a la fisiognomía para
construir física y psicológicamente a sus principales personajes.
Bueno, pues aunque hoy no esté en vigor y
haya excepciones que modifican la regla, creo, como decía al principio, que las
personas que se parecen físicamente también se parecen en la forma de ser.
Ahora mismo estoy recordando a dos hombres, uno más conocido mío que el otro,
que se parecen físicamente: pequeños, deslucidos, con la misma forma de andar y
gesticular… y son igual de falsos. Y a dos mujeres, una nada y otra poco
conocida, que se parecen corporalmente, y estoy casi seguro que también en su
comportamiento.
Mi mujer dice que algunos actores y
jugadores de fútbol (todos ellos apuestos, admirados en su profesión, y que a
ella le encantan) que se parecen a nuestros hijos físicamente, también se asemejan
en los gestos y en la forma de ser.
Le sugiero que intente recordar a dos
personas conocidas suyas que se parezcan físicamente; ya verá como también le
encuentra una similitud en los gestos y/o en el comportamiento. Si ahora no se
da cuenta de ejemplo alguno, inténtelo más adelante o cuando vea la TV. Algún
presentador, participante o actor se le parecerá alguna vez a alguien conocido.
Compruebe si también se le parece en los gestos y
maneras. ¡A qué sí!
www.clinicajoaquinlamela.com
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