Una madre, abuela, y suegra maravillosa
“Jamás en la vida encontraréis ternura mejor y más desinteresada que la de vuestra madre” (Honoré de Balzac)
Cuando la conocí, enseguida me di cuenta de que era una mujer con
carácter. Fue en la casa de Zamora, donde vivía con su marido y su hija. Era la
madre de mi novia, todavía no era mi suegra. Creo que fue un día por la tarde, no
sé de qué estación del año, cuando entré por primera vez en su casa. Me quedé
encantado después de aquella merienda con ella, con su marido y mi novia. Sacó
chorizo y salchichón zamoranos, y después café con leche y unas pastas
riquísimas. No sé si aquello influyó para aumentar las ganas de casarme con su
hija.
Ella, mi suegra, había nacido en Porto de Sanabria, un pueblo fantástico
que conocí más tarde, ya después de haberme casado. Dio a luz a sus dos hijos
en el pueblo ayudada por otras mujeres que tenían experiencia con los partos de
otras señoras de allí. A un niño, y dos años después a una niña. La niña, de
mayor fue mi novia y más tarde mi mujer.
Era muy trabajadora y una gran cocinera. Cuando mi mujer y yo
invitábamos a alguien a comer o cenar en casa (ella, después de morirse su
marido, vivió muchos años con nosotros en Orense) sabíamos que quedaríamos bien
dejando que ella preparase la comida o la cena. No le hacía falta casi nada
para preparar platos riquísimos. Recuerdo, cuando íbamos a Porto de Sanabria y
venía a casa el marido de una prima de mi mujer, oírle decir que alguna vez había
ido a visitarla y haberle dicho mi suegra que lo invitaba a comer, pero que
solo tenía “un caldo limpio”. El ya conocía como cocinaba. Aceptaba tomar aquel
caldo limpio porque estaba riquísimo. Las mollejas, guisadas a la zamorana con una
salsa riquísima, eran conocidas por muchos de nuestros amigos por haberlas
comido en casa. Nos recordaban después, muchas veces, que era uno de los mejores
platos que habían comido en su vida. Y también las caldeiradas de pulpo y
cocidos gallegos porque Porto de Sanabria está a pocos kilómetros de la frontera
con Galicia (perteneció a Galicia hace algunos siglos), se habla gallego y
castellano, y se cocina como en Castilla y Galicia. Pero, si un día no tenía
buen género a mano, podía hacer rápidamente una sopa de arroz también riquísima.
Y muchos otros platos, como arroz con pollo, espaguetis, sopa de fideos, pollo
guisado… los bordaba.
Nuestros tres hijos la adoraban y la siguieron adorando hasta su muerte.
Y no era por lo bien que les cocinaba y tampoco porque fuese muy cariñosa. Era
castellana, sin aspavientos, pero se daban cuenta de que los quería muchísimo.
Aunque tenía mucho carácter, cuando murió su hermano más joven y más
tarde su marido, estuvo con el duelo durante meses. La encontraba llorando
frecuentemente, casi todos los días, durante semanas, meses, después de los dos
fallecimientos.
Era muy religiosa y vitalista. Le encantaba comer. Si era pulpo a la
gallega o jamón, ¡cómo disfrutaba! Una pulpeira de Carballino, el día de la
boda de su nieta, nuestra hija, preparó como entrante un pulpo a la gallega riquísimo
que ella comió con tanto entusiasmo que se manchó el vestido de la boda, pero
no le importó y continuó comiéndolo. Pero también disfrutaba, como me recordaba
ahora su hija, con los emparedados de queso y jamón
En los veranos, ya cuando era mayor, podía pasarse hasta altas horas de
la madrugada jugando a las cartas en Porto de Sanabria. Se quedaba fácilmente
dormida mirando la televisión, pero no se dormía si jugaba a la brisca o al
tute.
Salvo cuando estaba dormida siempre estaba haciendo algo. Cuando estaba
en casa con nosotros cuando yo llegaba del hospital siempre tenía la televisión
encendida, pero casi no la miraba porque estaba calcetando o haciendo jerséis
para sus nietos u otras prendas para la casa.
Hace unos años comenzamos a notar que perdía memoria. Su envejecimiento
cerebral fue progresando hasta perder el habla y no poder moverse por sí sola,
acabando en demencia con la que vivió durante muchos años hasta su muerte.
Mi mujer se pasó las últimas semanas de su vida a su lado, cuidándola y amándola. No creo que haya hija que haya querido tanto a una madre. ¡Cuántas palabras bonitas le oí decir y cuántos besos le vi dar a su madre las últimas semanas de su vida!
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