Sobre la obesidad... y la voluntad
“Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad” (Albert Einstein)
Si usted calcula su Índice de Masa Corporal (IMC)
dividiendo su masa en kilogramos, por ejemplo 60 Kg, por la talla en
metros al cuadrado, por ejemplo 1.64 x 1.64, y el resultado es 25 o inferior,
le felicito. Si lo mantiene así toda su vida, ahorrará dinero y vivirá más
tiempo y mejor.
Si por el contrario el resultado del cálculo de su
IMC fue superior a 25, está usted en el grupo de las personas con sobrepeso, y
si fue 30 o superior en el grupo de las personas obesas.
Creo que la adicción a la comida, como reflexionaba
ya hace en este mismo blog, es una de las peores adicciones en cuanto a la
dificultad para vencerla. La adicción a otras substancias como el tabaco,
alcohol u otras drogas, se diferencian de la adicción a la comida en que las
anteriores, si uno las domina, no tiene necesidad de volver a consumirlas el
resto de su vida. Se puede dejar de fumar y de tomar bebidas alcohólicas, de
consumir otras substancias como la cocaína o heroína, o de practicar el juego
de azar, al que también una persona puede hacerse adicta, porque no son
necesarios para vivir. Todo lo contrario, son perjudiciales de una u otra forma
para nuestra salud, vida familiar y existencia. Pero no podemos dejar de comer,
porque la comida es necesaria para vivir.
Los médicos nos enfrentamos a diario a dos
situaciones muy frustrantes (para mí, las peores): una, no poder ayudar a los
pacientes que sufren enfermedades irreversibles e incurables; y la otra, no
poder aumentar la voluntad de algunas personas para ayudarles a dominar
adicciones que están agravando su enfermedad y/o impidiendo mejorarla. En el
paciente con enfermedad pulmonar crónica tabáquica el no vencer la adicción al
tabaco agrava inexorablemente su dolencia, y la adicción a la comida, por la
obesidad que produce, empeora su dificultad respiratoria. Fumar cigarrillos y
comer excesivamente causan muchas otras enfermedades.
Adelgazar es fácil. Para adelgazar solo se necesita
comer menos de lo que se estaba comiendo. Y para comer menos todos los días
durante toda la vida, solo se necesita tener voluntad. Tal vez debería decir,
tener mucha voluntad.
Los médicos no podemos medir la voluntad de
nuestros pacientes. Si confiáramos en lo que nos dicen, todos o casi todos
ellos tienen mucha voluntad, todos o casi todos prometen que van a adelgazar,
pero todos o casi todos ellos vuelven a la próxima revisión en consulta con los
mismos o más kilos porque no han comido menos. Los pacientes aseguran que “lo
han intentado”, pero no lo han logrado porque han seguido comiendo lo mismo que
antes. Intentar hacer una cosa no es hacerla. Ya dijo Gustave Le Bon que las
voluntades débiles se traducen en discursos, las fuertes en actos.
Y no hay píldoras en las farmacias para aumentar la
voluntad. Cada uno de nosotros tenemos la voluntad transmitida por la herencia
y la adquirida a lo largo de nuestra vida. Tampoco hay academias o gimnasios
adonde podamos acudir para fortalecerla. El descubrimiento de una píldora que
incrementase la voluntad sería probablemente el mejor invento farmacológico
después del de la penicilina, y sería más beneficioso, para disfrutar de buena
salud, que todos los demás fármacos.
Una gran parte de las personas que tienen un IMC
normal, lo consiguen quedando con algo de hambre todos o casi todos los días de
su vida. Otro grupo más pequeño lo consigue sin quedar con hambre, incluso
comiendo más de lo normal. Son esas personas muy delgadas que todos conocemos,
que nos hacen quedar boquiabiertos cuando las vemos comer. Suelen vivir muchos
años. A pesar de comer enormes cantidades están delgadas porque todo o más de
lo que comen lo consumen.
Para adelgazar no hacen falta regímenes
alimenticios milagrosos. Solo comer lo mismo, pero en menor cantidad. ¿Y qué
alimentos engordan? Todos. Hay personas sanas y enfermas que comentan, “yo
engordo con agua”, pero el agua no engorda. Si comemos más, engordamos; si
comemos menos, adelgazamos.
Las personas sanas o enfermas siempre intentan
relacionar sus kilos de más con la no realización de ejercicio. Dicen no
hacerlo por múltiples causas: el mal tiempo, dolores en las articulaciones,
cuidados a familiares de edad o enfermos, etcétera. Siempre les comento que el
ejercicio es uno de los pilares básicos para disfrutar de buena salud, pero no
se engorda por las piernas sino por la boca. El ejercicio aumenta el apetito y
haciendo ejercicio no adelgazaremos si al mismo tiempo comemos más. Debemos
hacer ejercicio, pero también debemos “cuidar” la boca levantándonos de la mesa
antes de estar hartos, con algo de hambre, como hacen los japoneses del
archipiélago de Okinawa. De esta forma viviremos más años, como ellos.
Algunos fármacos, como los corticoides, aumentan el
apetito y en estos casos los enfermos precisan una cantidad extra de voluntad
para no aumentar de peso. Los corticoides son, en mi opinión, los fármacos más
difíciles de utilizar bien por los médicos y ha habido épocas en las que se
utilizaron con mucho temor por los enormes efectos secundarios que causan, y
otras, como las actuales, en las que tal vez los empleamos alegremente, con
escasa precaución, a pesar de que los efectos adversos continúan siendo los
mismos.
Decía nuestro genial Miguel de Cervantes Saavedra, “come poco y cena menos, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”. Podría haber añadido: «para lograrlo, solo necesitas (mucha) voluntad».
P. D.: Le decía a un enfermo que daba de alta hospitalaria, de 135 kg e insuficiencia respiratoria severa por silicosis pulmonar avanzada, que tenía que comer menos en su casa para perder peso ya que si no lo hacía se iría antes para el cielo. Me contestó: doctor, eso está hecho. Como había ingresado muchas veces anteriormente, ante su respuesta, le pregunté si no le habían dicho esto mismo los doctores que lo habían atendido en sus hospitalizaciones anteriores. Me respondió: No doctor, me dijeron todos que tenía que adelgazar, pero ninguno me dijo que tenía que comer menos.
Una señora mayor, de talla pequeña, hospitalizada por neumonía y con 103 kg. Le dije que al irse a casa tenía que comer menos. Me respondió: doctor, no puedo comer menos porque no como nada. Le respondí: entonces, por favor, coma la mitad de nada.
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