Siempre me negué a prescribir medicinas sin una indicación clara... y seguiré negándome (I)
“Prepárate para ayudar al enfermo y también para no hacerle
daño” (Hipócrates, a sus alumnos y futuros médicos)
Con mucha frecuencia oigo decir que a los
enfermos que acuden al médico, aunque no padezcan enfermedad alguna o padezcan alguna
en la que solo están indicados tratamientos sintomáticos como antitérmicos en el
caso de la gripe, les gusta salir con medicinas de la consulta.
Las razones que aducen los que dicen esto es
que muchos pacientes piensan que si no recetas eres un mal médico. Y, aunque no
acabo de creérmelo, tal vez algunos enfermos piensen así, erróneamente.
La misión o tarea principal del médico no
es prescribir medicamentos, sino diagnosticar correctamente la enfermedad que
padece el paciente y, después, solo después, tratarlo debidamente.
Después de muchos años de práctica he visto
de todo. Conozco perfectamente que cuánto menos nivel cultural o educacional de
las personas que se consultan con el médico más fácilmente tomarán los
medicamentos que este le recete sin tan siquiera preguntar las razones, los
porqués se los prescribe. Muchísimas veces les pregunto a los enfermos que
toman varios medicamentos al día la razón por la que toman cada uno de ellos y
solo saben la de uno o dos, habitualmente los protectores gástricos (hace poco
salió publicado un estudio epidemiológico en la revista inglesa British Medical
Journal que los protectores gástricos ―omeprazol y similares― pueden aumentar
la mortalidad) que toman casi todo el mundo o los de la próstata que toman casi
todos los hombres mayores. Y, además, me suelen contestar que si se los dio el
médico será porque los necesitan. Les suelo decir que no es así, que los
médicos no son todos iguales, que otro médico le podría recetar menos medicinas
y otro distinto incluso más.
No estoy en contra de que a algunos pacientes
se les prescriba un placebo, aunque tampoco suelo hacerlo (la palabra placebo es
la primera persona de singular del futuro de indicativo del verbo latino placere, que
significa ‘complacer’). Por ejemplo, recetar como placebos expectorantes o
mucolíticos, medicamentos que no suelen tener efectos adversos y tampoco se
demostró nunca científicamente efectos beneficiosos, y a los que los neumólogos
mejicanos llaman “medicamentos inocentes” porque dicen que no hacen bien pero
tampoco hacen mal y entretienen al enfermo.
Es verdad que
muchas personas toman los medicamentos alegremente porque creen que si el
médico se los ha recetado es porque los necesitan. Hace unos días se podía leer
en los periódicos que en España se consumen el doble de antibióticos que en
otros países de la Unión Europea. ¿Y eso por qué? No es porque los necesitemos
más que el resto de los europeos. Es por una mala calidad de la atención
médica, una escasa y mala formación en salud de los ciudadanos, y una relación
inadecuada de los médicos con las compañías farmacéuticas.
Siempre defendí que
lo de salir descontento de la consulta sin medicamentos no sucedía si el médico
atendía bien al paciente, le explicaba la enfermedad que padecía y por qué no
precisaba medicamentos. Ahora ya no lo defiendo con la misma convicción. Le
explico el porqué. Todos los años, sobre todo en los meses del otoño e
invierno, pero también ahora en primavera, acuden a consultarse personas con
bronquitis agudas o gripes. Les hago una entrevista detallada, sin prisas
(sigue siendo lo más importante para llegar a un correcto diagnóstico), las
exploro y solo recomiendo tratamiento sintomático para la fiebre o el dolor,
después de explicarle que la bronquitis aguda o la gripe solo se curan con el
paso del tiempo y que la tos, molestísima, con/sin expectoración, puede durar
mucho aunque lo normal es que comience a disminuir a partir de la segunda
semana (en las personas tranquilas suele durar menos tiempo). Les digo que los
antihistamínicos de primera generación, tomándolos al principio de los síntomas,
cuando la tos es seca (ahora se ven muchas recetas de los médicos de cabecera del
antihistamínico cloperastina), pueden conseguir disminuirla ligeramente, pero
se debe solo a que producen ligera somnolencia (los enfermos anestesiados
tampoco tosen) y no tienen efecto beneficioso alguno en la inflamación
bronquial aguda causada por el virus. Yo he probado en mi alguna vez, en la tos
seca que se da al principio de la bronquitis aguda, el antihistamínico difenhidramina
y no he vuelto a tomarlo por su escaso efecto antitusígeno. Incluso les cuento a
los enfermos mayores como Calígula, el trastornado emperador romano, resolvió
la tos de su sobrino. Lo supe por lo que un médico pediatra de La Coruña, con muy
poca paciencia, les decía hace años a las madres de los niños que lo llamaban repetidamente
por teléfono para decirle que sus niños, después de consultarse con él y haber
tomado más de un jarabe, seguían tosiendo. Les decía que les podían hacer entonces
lo que Calígula ordenó hacer a su sobrino, que tenía tos por la noche y no
dejaba dormir al enloquecido emperador. La madre pensaba que sería un buen
remedio y le preguntaba que le dio. No volvían a llamarlo cuando les decía lo
que Calígula había ordenado hacer a su sobrino.
Tampoco están
indicados los antitusígenos como la codeína u otros opiáceos que no tienen
efecto beneficioso alguno en la inflamación bronquial. Solo causan sedación y
pueden disminuir ligeramente la tos por este motivo.
¿Y por qué
atendiéndoles correctamente todavía algunos enfermos que acuden a consulta con
bronquitis aguda o gripe no quedan convencidos y vuelven a llamar para consultarse
de nuevo con el médico que hizo lo correcto o se consultan con otro? Se lo revelaré
en el próximo escrito.
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