Un barrendero, un profesional excelente
“Hagas lo que hagas, hazlo bien”
(Abraham Lincoln)
Casi todas las mañanas lo veo de madrugada
cuando salgo a correr. Nunca lo había saludado hasta hace unas semanas cuando
le di los buenos días. Y añadí: “Me parece usted un profesional fenomenal; si
tuviera una empresa que se dedicara a la limpieza, le ofrecería un trabajo
ahora mismo”. Sonriendo, me dio los buenos días y las gracias.
Se encarga de la limpieza de la calle donde
vivo y de algunas otras. Desde hace tres o cuatro años lo veo casi todos los
días excepto cuando está de vacaciones y los fines de semana. Nunca lo vi sin
hacer nada. Incluso, cuando llega al inicio de la calle donde comienza a hacer la
limpieza, acompañado de otros compañeros, nunca lo he visto pararse a hablar
con ellos. Tampoco lo he visto nunca con el móvil en la mano. ¡Y como barre las
aceras, vacía las papeleras y limpia la suciedad que hay al lado de los
contenedores!
Ayer, cuando salía de mi casa de madrugada,
iba con una caja grande de cartón de esas en las que te envían las botellas de
vino, difíciles de romper para que puedan entrar por la abertura de los
contenedores. Como no pasaba sin romperla intenté abrir el contenedor por el
lado opuesto, pero no fui capaz. Él estaba allí limpiando la suciedad que había
alrededor de los contenedores. Se acercó y me dijo que iba intentar abrirlo por ese lado. Lo
consiguió y esperó con la tapa levantada a que yo echara la caja sin necesidad
de romperla.
En el hospital veía a algunas limpiadoras (señoras
que hacían la limpieza) de los pasillos, habitaciones de enfermos y despachos
médicos, y había alguna, posiblemente menos del dos por ciento, que se esmeraba
en su trabajo como mi amigo. A estas pocas excelentes profesionales las
felicitaba frecuentemente. Y les gustaba que al menos alguien reconociese su
buen trabajo.
Cuando mis hijos eran pequeños les decía
que un barrendero o limpiadora podían ser buenos profesionales y gustarle lo
que hacen. Les decía que es más importante querer lo que uno hace que hacer lo que uno quiere. Me decían que era imposible que les gustara su oficio. No nos poníamos de acuerdo. Les ponía
el ejemplo de su abuelo, mi padre, que disfrutaba levantándose todos los días a
las cinco de la mañana en el verano, y un poco más tarde en invierno, para ir al
mar a pescar.
Siempre creí, y sigo creyendo, que las
personas merecen el respeto en relación directa con la excelencia con la que
hacen su trabajo, el que sea, y no por sus títulos o situación económica.
Siempre respeté más a un buen celador del hospital que a un mal médico.
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