Mis dos nietas maravillosas





“Un día mi abuelo me dijo que hay dos tipos de personas: las que trabajan, y las que buscan el mérito. Me dijo que tratara de estar en el primer grupo: hay menos competencia ahí” (Indira Gandhi).






    Hace unos días veía un video donde aparecía el Rey Juan Carlos saliendo de un restaurante de Vigo por la noche. Algunos de los que habían acudido allí para verlo se mofaban de él con comentarios y preguntas improcedentes, no por habérselos dicho o hecho al Rey sino porque lo serían también para cualquier otra persona mayor, como lo es él. No sé con quién había cenado, pero no lo había hecho con sus nietos.
    En ese momento recordé a mis dos nietas maravillosas y la última comida con ellas en un restaurante de Madrid celebrando el cumpleaños de su padre.
    Y a continuación me pregunté si los reyes, por serlo, no disfrutan de los nietos como los demás abuelos que no lo somos. Al Rey Juan Carlos se le ve mucho más en las regatas en Sanxenxo y en cenas con amigos y amigas que con sus nietos, y tiene muchos más que yo.
    Tengo algunos años menos que él, pero ya desde hace mucho no tengo interés alguno en cenar fuera de casa. Tal vez influya que él tenga una relación familiar distorsionada.
    Pero quería hablarles de mis dos nietas maravillosas, no del Rey Juan Carlos. Viven con sus padres a casi doscientos kilómetros de nuestra casa. Cuando vienen o vamos nosotros ―¿y nosotras?―, mi mujer y yo, a verlas y cuidar de ellas, el mucho “trabajo” que dan es compensado de sobra por las inmensas satisfacciones.
    No hay nada más grande, a mi edad, que ver a Valentina, la nieta mayor, esperándome a la salida de la habitación para decirme al oído, “quiero sentarme a tu lado en la mesa cuando vayamos a comer”, o, en otro momento, decirme, también al oído: “te quiero mucho, abuelo”. Tiene cuatro años y es muy dulce, como dice su otro abuelo, pero también muy avispada. Y muy diplomática, no sé si por ser vikinga.   
    Uxía, la pequeña, tiene dos años. También maravillosa, aunque más guerrera y cambia chaquetas. Hasta hace poco era yo su preferido, incluso casi o sin casi tanto como su padre. Me dijo, en una grabación en el móvil, que me amaba. Ahora, se lo dice a su abuela. También es maravillosa y espabilada como Valentina, aunque menos diplomática. Si le pregunto ahora si me quiere, riéndose o muy seria, me dice que no y se queda tan pancha.
    Hoy llegarán con sus padres para pasar el fin de semana con nosotros. Estoy deseando verlas y comprobar una vez más, estoy seguro, como nos muestran su alegría riendo, pataleando, e intentando salir de sus sillas en los asientos del coche para venir a nuestros brazos.
    Le he dado más de una vez las gracias a mi hija por habernos dado estas nietas tan guapas y maravillosas. Estoy pensando ahora que también tendré que dárselas hoy a mi yerno.
    Al Rey, le diría lo del Eclesiastés, que hay un tiempo para todo… y que tal vez su tiempo, el de ahora, debería emplearlo más en estar con su familia, con sus nietos. Así evitaría las mofas de hace unos días y beneficiaría a su hijo y a la institución monárquica.
    Y a mis nietas, dentro de muy poco, les diré lo mismo que le dijo a Indira Gandhi su abuelo.

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