La mayor suerte para los hijos...


   



 "Ningún día es demasiado largo para el que trabaja" (Séneca)







  
    Siempre he “envidiado” a las personas que recuerdan gran cantidad de cosas que le sucedieron en su infancia. Pensaba que con la vejez comenzaría a recodar muchas de las que me acontecieron porque se dice que con los años se olvidan las cosas recientes y se recuerdan mejor las del pasado, pero por el momento no me ha sucedido. Tendré que esperar a ser más viejo aun de lo que soy.
    Bueno, sí recuerdo algunas. La que mejor recuerdo es cuando los niños de la aldea jugábamos —¿en verano?— de noche a la “tornela”, con luna llena, en los caminos de la aldea. Solo así podíamos jugar de noche porque no había iluminación pública.
    Recuerdo alguna otra relacionada con mis padres. Tal vez ya no era tan pequeño. Cuando estaba estudiando el bachillerato en una pensión de un pueblo cercano, Corcubión, con diez u once años, y posiblemente antes. Las vacaciones de Navidad las pasaba en casa con mis padres (mi padre y mi madre). Eran días de lluvia y viento del sur, vendavaladas como le llamaban los marineros de allí (ciclogénesis, ahora), en la cocina, antes y después de cenar, iluminándonos una vela porque con los temporales siempre se iba la luz de la empresa eléctrica del Jallas. Mi padre remendando las redes y mi madre cosiendo o haciendo ganchillo.
    Y también, cuando me despertaba al oír a mi padre levantarse a las cinco de la madrugada o antes para ir a pescar, o mejor para ir al puerto porque muchas veces el mal tiempo no le permitía salir a la mar. Siempre lo recuerdo trabajando, salvo cuando eran las fiestas del pueblo de al lado, El Pindo, donde había vivido desde muy joven con sus tíos. Entonces sí celebraba la fiesta en casa con familiares. No pisaba el bar de la aldea y por eso lo criticaban los vecinos, por no hacer lo que hacían los demás.
    Mis padres se pasaron la vida trabajando para que yo pudiese estudiar medicina. Y siguieron trabajando lo mismo después de terminar la carrera.
    Decía Albert Einstein que la única forma de influir en los demás es con el ejemplo. Mis padres me dieron un buen ejemplo de trabajo y honradez. Espero que esa herencia se la hayamos transmitido mi mujer y yo a nuestros hijos.
    Creo que además de dar cariño a los hijos es importante darles buen ejemplo. La mayor suerte para los hijos es nacer de unos padres honrados y muy trabajadores.


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