Para dejar de fumar... hay que dejar de fumar
“El tabaco es una
sustancia única en el hecho de que mata al 50% de las personas que lo consumen.
No hay otro producto que se le acerque ni remotamente” (Judith Mackay. Exasesora
de Naciones Unidas en la Lucha contra el Tabaco)
No conozco las razones por las que se inician ahora los jóvenes en el
tabaquismo. Estoy convencido que muchos de los jóvenes que comenzamos a fumar
cigarrillos en los años sesenta lo hicimos para imitar a personas mayores fumadoras
que admirábamos, o a otros jóvenes fumadores de nuestra edad que eran buenos en
algún deporte o tenían mucho éxito con las chicas. Los mayores que imitábamos podían
ser profesores del colegio con gran personalidad u otro tipo de atractivo, padres
o algún otro familiar, o los artistas de cine, aunque a estos solo los conocíamos
de las películas.
Recuerdo
cuando unos compañeros de pensión y yo fuimos a ver “La muerte tenía un precio”,
que ponían en el cine Principal, en la Rúa Nueva de Santiago de Compostela. El portero
que nos recogió las entradas hizo la vista gorda porque era una película para
mayores de 18 años, y ninguno de nosotros tenía más de 16. En esta película
“trabajaba" Clint Eastwood. Llevaba una manta en los hombros y tenía
siempre un pequeño puro pegado al labio inferior, cuando le disparaba a los “malos”.
Al salir del cine, Manuel, un estudiante de maestría industrial, pequeño y
pelirrojo, fue al estanco que estaba enfrente del Principal y compró una caja
de puritos como los que fumaba el artista. Por la noche, cuando estábamos
jugando al julepe en la pensión, fumó varios durante el tiempo que duró la
partida, de la misma forma que lo hacía Clint Eastwood, dejándolos consumirse
entre los labios y echando una calada de vez en cuando. Manuel, al terminar la
partida de julepe, seguía siendo pequeño y pelirrojo, y no se parecía tampoco ahora
en nada ni ligó más después.
Me
inicié en el tabaco a los 7 años, fumando el papel de estraza de los paquetes
de azúcar que le iba a buscar a mi madre a la tienda; cuando el paquete se
quedaba vacío, liaba el papel, a veces sin nada dentro y otras rellenándolo con
las hojas de col secas, luego le
prendía fuego y lo fumaba. Después, un primo mayor me daba, los días de la
fiesta del pueblo, algún cigarrillo Chesterfield sin boquilla, que fumábamos a
escondidas en las rocas de la playa. Olían tan bien aquellos pitillos que aún ahora
recuerdo su aroma. A los 11 años ya fumaba una cajetilla al día de Tres Carabelas,
rubio sin boquilla, que compraba con el dinero que me daban mis padres para ir
al cine. Había tenido la suerte de hacerme amigo de Chus, la hija del dueño del
cine de Corcubión (La Coruña ),
una niña encantadora y guapísima, que me pasaba gratis y el dinero del cine lo
dejaba en el estanco.
En 2005 invité a la
psiquiatra Nora Volkow, directora del Nacional Institute on Drug Abuse de
Estados Unidos para hablar de la adicción a la nicotina y nos contó el
resultado de un estudio realizado con ratas. Se las hacía adictas a la nicotina
y después, para conseguir los cigarrillos, tenían que bajar una palanca varias
veces. Las que se habían hecho adictas de mayores, si tenían que agitar muchas
veces la palanca para conseguir los cigarrillos dejaban de hacerlo; las que se
habían hecho adictas de adolescentes agitaban la palanca más veces. Por lo
tanto, la administración de nicotina las hacía más vulnerables cuando se les
administraba en edad temprana. Los adolescentes se vuelven adictos más rápido
que los adultos y con menos cigarrillos. Por eso las compañías tabaqueras hacen
todo lo posible para que los jóvenes comiencen a fumar en edades más tempranas
porque, además de tener más tiempo por delante para comprar cigarrillos, la
adicción es más rápida y más fuerte.
Continué fumando y aumenté
el número de cigarrillos fumados al día. A partir de los 25 tosía todas las
mañanas en los inviernos y ya tenía ruidos sibilantes en el pecho (“gaitas”)
con las bronquitis agudas. A los 30 años, después de algunos intentos y
fracasos, conseguí vencer la adicción. El día del nacimiento de mí primer hijo
y el día que logré dejar de fumar, son los dos días más importantes de mi ya
larga vida. Soy feliz porque no fuma ninguno de mis tres hijos y por lo tanto ninguno
se morirá por fumar cigarrillos.
Para dejar de fumar, hay que
dejar de fumar y resistir, mientras dure, el síndrome de abstinencia. La mayor
parte de los exfumadores y exfumadoras han conseguido dejar de fumar únicamente
con su voluntad, algunos después de múltiples intentos y fracasos. La voluntad
es lo fundamental para dejar de fumar. Destaca Simon Chapman, antes director de
la revista “Tobacco Control” y ahora profesor de Salud Pública de la Universidad de Sidney
(Australia), uno de los mejores expertos en tabaquismo y “gurú” antitabaco, en
PLoS Medicine, que la mayoría de los fumadores vence su adicción sin más ayuda
que la de su voluntad y su esfuerzo y denuncia las estrategias de una industria
farmacéutica “empeñada” en vender su producto, y que como efecto secundario
está “medicalizando” el tabaquismo. Y añade, “de esta forma las
poblaciones pierden confianza en su propia capacidad para cambiar prácticas que
no son sanas y se debería repetir a los fumadores que pasar el síndrome de
abstinencia e ir reduciendo el consumo son los métodos más comunes entre los
que logran dejarlo. La mayoría se sorprende al ver que dejar de fumar es fácil
o tan solo un poco difícil”.
El fumador con tos o dificultad respiratoria
debe acudir al médico para ver si ya tiene bronquitis crónica tabáquica u otras
enfermedades pulmonares relacionadas con fumar cigarrillos. El médico, con la
realización de una espirometría, puede informarle si ya existe enfermedad
pulmonar obstructiva crónica tabáquica. La única medida terapéutica que
consigue evitar la progresión de estas enfermedades es dejar de fumar
cigarrillos. El médico también valorará la conveniencia de recomendarle alguna
ayuda para aumentar la voluntad para vencer la adicción.
Hace años, Paco Costas, un
magnífico presentador, comenzaba el programa de TVE, “La segunda oportunidad”, mostrando
un turismo chocando con una piedra y se oía una voz en off que decía: “el
hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra; de todas
formas ¡que bueno sería contar en ocasiones con una segunda oportunidad!”.
Después repetía la imagen, pero evitando esta vez el choque del coche en el
obstáculo. Con el tabaco no hay una segunda oportunidad.
Recuerdo un paciente que
acudió a la consulta muy nervioso porque estaba convencido de que padecía un
cáncer de pulmón por tos de dos semanas causada por una bronquitis aguda. Una
radiografía de tórax fue normal. Le recomendé dejar de fumar, le dije que si seguía
fumando podía tener un cáncer de pulmón en el futuro. Prometió no volver a fumar.
Una semana después lo veía por la calle con el cigarrillo en la mano. Seis o siete
años después volvió a la consulta por dolor en el hombro izquierdo. Esta vez
una radiografía de tórax mostraba un tumor en el pulmón izquierdo y metástasis
en el derecho. Al decírselo comentó: “J…., porque no habré dejado cuando me lo
recomendó hace años”. No tuvo una segunda oportunidad.
Para dejar de fumar solo
hace falta: 1) No querer morirse por echar humo, y 2) estar dispuesto a pasarlo
mal unas semanas. Al dejar de fumar se consigue: 1) Mayor supervivencia, 2)
mejor salud y calidad de vida, y 3) ahorrar dinero, que no viene nada mal en
estos tiempos. Nadie se ha muerto por el síndrome de abstinencia causado por
cesar de fumar. Muchas personas se mueren todos los días por fumar cigarrillos.
Les digo siempre a los fumadores o fumadoras que me hago responsable de lo que
les suceda por dejar de fumar. Pero son ellos o ellas los que tienen que
escoger entre tabaco o salud, como ya decía hace muchos años un slogan del
Insalud, “Tabaco o salud, tú decides”. Ojalá algunos de los fumadores o
fumadoras que lean este artículo, escojan salud a partir de este momento.
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Para dejar de fumar... hay que QUERER dejar de fumar.
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