Acerca de la honestidad (y el carácter) del médico







“Honestidad, humanidad, humildad y humor son cuatro características principales que debe tener un buen médico” (William Osler)








    Hace unas semanas, un paciente conocido me decía en la consulta que había oído decir que era muy duro con algunos pacientes que me visitaban, y que uno le había dicho “solo falta que te castigue por no hacer una vida sana, dejar de fumar y comer menos”. No me quitó el sueño por la noche, como le dije a él al día siguiente, pero sí consiguió que me viese en la obligación de escribir este artículo.
    No voy a contarles mis errores en el trato personal de pacientes y sanos porque les aburriría, pero sí quiero aprovechar esta oportunidad para pedir disculpas a todos aquellos enfermos que se hayan sentido ofendidos por un trato inadecuado.
    He conocido las consultas médicas mucho antes de terminar la carrera de Medicina, por haber tenido que acompañar a mi madre en muchas ocasiones. En aquella época no había consultas del seguro como ahora. Recuerdo que mi madre, que vivía en una aldea de la provincia de La Coruña, se consultaba con los médicos de fama de Santiago, a los que acudió muchas veces. Había sido diagnosticada de piedras en la vesícula y en aquella época el tratamiento que le recomendaba un afamado médico de aquella ciudad era fundamentalmente dietético. Una de las veces que la acompañé -debía estudiar segundo o tercer curso de medicina, dieciocho o diecinueve  años-, entré fumando a la consulta y cuando quise apagar el cigarrillo en un cenicero que había en su mesa de despacho, que parecía, o era, de oro, me ordenó salir y apagarlo fuera, en uno de latón o cristal que había en la sala de espera. Cuando volví, él estaba preguntándole a mi madre como se encontraba. Mi madre le respondió que no había mejorado. Aquel médico le preguntó si había hecho la dieta que le había ordenado. Recuerdo que en la dieta recomendada, escrita a máquina en un papel de muy buena calidad, figuraba sopa de sémola o tapioca y pescados blancos, como lenguado y rodaballo. Mi madre le dijo que en la tienda de su aldea no había sémola ni tapioca, que había tomado sopa de fideos, y que los lenguados y rodaballos que pescaba su marido tenían que venderlos para pagar mis estudios. Él achacó la no mejoría por no haber hecho bien la dieta y le dio una nueva cita para dentro de dos meses. Más tarde mi madre fue diagnosticada de depresión nerviosa por otro médico; no tenía piedras en la vesícula. Además, hoy en día no se le da tanta importancia (creo) a la dieta en el tratamiento de la colelitiasis o litiasis biliar, términos médicos de las piedras en la vesícula.
    ¿Qué quiso decir con esta historieta?, se preguntará usted. Creo que nos enseña algunas cosas. Una, que en la ciencia, también en la ciencia médica, existe la verdad, pero no la seguridad. Y lo que hoy es verdad, mañana puede no serlo. No hace falta ver cómo ha cambiado lo que sabemos, o creemos que sabemos, hoy de muchos trastornos, por ejemplo, el asma o la úlcera gastroduodenal, y como los tratamos con respecto a ayer. Pero esta es la verdad de hoy, no sabemos cual será la de mañana. Otra, que lo más importante en la medicina no es el tratamiento sino el diagnóstico correcto. Las molestias abdominales de mi madre no estaban causadas por una litiasis biliar sino por una depresión nerviosa. Y una más, tal vez la más importante, relacionada con la honestidad y humanidad del médico.
    Si aquel médico le recomendaba un tratamiento dietético a mi madre, para la litiasis biliar que no tenía, y no mejoraba, porque ella no lo hacía o no lo podía hacer, ¿por qué le recomendaba volver a la consulta periódicamente? Si un/a paciente tiene una enfermedad pulmonar causada por fumar cigarrillos y el/la paciente continúa fumando, ¿para qué revisarle periódicamente en la consulta? Creo que es más honesto decirle, eso sí, con buenas maneras, que el mejor médico para su trastorno sólo puede ser él/ella, dejando de fumar, y que si no lo hace no es preciso que siga pagando revisiones en la consulta privada o que siga acudiendo a las consultas públicas, sobrecargando aún más las listas de espera. La compasión o humanidad está mejor empleada con los enfermos que ponen de su parte para que las cosas vayan mejor.   
    Le repliqué a mi distinguido paciente: entonces, según usted, ¿a los enfermos fumadores u obesos no debe el médico encomendarles que cesen de fumar o adelgacen, si fumar o comer en demasía son las causas principales de sus trastornos? Es verdad que he oído a algunos médicos que atienden a pacientes con enfermedades causadas en gran parte por la obesidad -artrosis de caderas o rodillas, por ejemplo-, decir que no les hablan de la necesidad de adelgazar: “total no se consigue nada y algunos no vuelven a consulta, porque no les gusta que se lo digas, y además dicen que no saben cómo pueden engordar con lo poco que comen, que no pueden comer menos, y lo peor, no reconocen que es un problema de falta de voluntad para levantarse de la mesa con hambre”. ¿Es más honesto hacer la vista gorda con un paciente y recomendarle fármacos que no van a tener probablemente efecto beneficioso alguno, que decirle, “no es necesario que acuda a la revisión si no deja de fumar, adelgaza, o deja de ingerir bebidas alcohólicas”, en los casos en que alguna de estas tres adicciones sea la causa de la enfermedad qué padece? Claro que también al enfermo que no pone nada de su parte hay que seguir atendiéndolo, pero para eso está la labor fundamental de los médicos de cabecera que pueden lograr la misma efectividad o mayor que el médico especialista en esos casos.
    Decía George Bernard Shaw, en su libro “The Doctor´s Dilemma”, escrito en 1911, de los médicos ingleses: “Hay otra dificultad para confiar en el honor y conciencia de un médico. Los médicos son iguales a los otros hombres; la mayor parte de ellos no tienen honor ni conciencia: lo que ellos generalmente confunden con el honor y conciencia es el sentimentalismo y un intenso miedo para hacer algo que los demás médicos no hacen, u omitir hacer algo que todos los demás hacen”. Pienso, como él, que los médicos somos iguales a los demás hombres y mujeres, también en la honestidad, y que el último párrafo de la frase demuestra una gran perspicacia del autor. No estoy de acuerdo en que la mayor parte no tienen honor ni conciencia; no sé sí sería así en 1911.


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