Felicidades, Ignacio
“La excelencia moral es resultado del hábito.
Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos
de templanza; valientes, realizando actos de valentía” (Aristóteles)
Estaba en una boda, viendo con el móvil
cómo iba el partido de fútbol entre la Juventus y el Real Madrid. Poco después
aparecía la noticia de los terroristas en Londres, donde has perdido la vida de
una puñalada en la espalda cuando con tu monopatín fuiste a ayudar a una joven
australiana con la que se estaban cebando y a la que también mataron estos
miserables malnacidos.
Unos días después vi hablando a dos de tus
hermanos en la TV, cuando ya sabían que te habían asesinado. Me impresionaron
sus palabras. Por eso te felicito, Ignacio. Por la familia que tienes.
En este país de tantos gruñones y maleducados, fue
para mí una delicia ver como tus hermanos daban las gracias y defendían a los
que iban contigo ese día, a la policía británica, al embajador y ministro de exteriores de nuestro
país... Dos días después vi la sonrisa de tu madre ante el presidente del
Gobierno cuando recibía, acompañada de tu padre y tus hermanos, tu cadáver en
Torrejón de Ardoz.
Sé, o estoy casi seguro, que a mucha gente
le extrañó la entereza de tu familia y también tu valentía arriesgando la vida
y muriendo para ayudar a una persona que lo necesitaba. Muchos lo justificarán
por vuestras creencias religiosas. No creo que sea solo por eso. Conozco a
muchas personas de misa diaria que no se parecen en nada a vosotros.
Sí, es posible que tenga que ver con la
educación que tú y tus hermanos habéis recibido. Incluso, y me enorgullezco, en
lo que haya contribuido en esta educación la gente del pueblo de As Pontes, donde
has pasado tu infancia.
Sin embargo, en mi opinión, en tu
comportamiento y en la serenidad de tu familia después de lo sucedido tienen mucho
que ver, además de la educación y los hábitos aprendidos de tu familia, los
genes. Leí después que en tu familia ha habido personas como tu tío abuelo,
Antonio Hornedo, fallecido en 2006, obispo de los indios de la selva peruana y
que sus compañeros, según leo en una crónica de Martín Mucha y Javier Negre,
desde Londres para elmundo.es, describían como “un optimista, lleno de
confianza en los demás, positivo y cariñoso con todos”, y que esto mismo, según
dicen los que te conocían, se te podía aplicar a ti. Tu madre, abogada también,
ha ayudado a mujeres maltratadas y tu otro tío abuelo fue torturado y asesinado
por los comunistas cuando tenía 16 años.
He nacido en una aldea, en la misma costa gallega donde tú naciste mucho después, donde he visto y oído a familiares
llorando y gritando cuando se mortía alguien cercano. Siempre pensé que los
lloros y los gritos no se correspondían con el dolor que sentían. Sigo pensando
lo mismo ahora. Y tu familia me ha reforzado en esta creencia. No hay dolor
mayor que la muerte de un hijo para una madre. Estoy seguro que el dolor de tu
madre no es menor que el de cualquier otra madre llorando y gritando.
Fue tu coraje, y el de tu familia después con
su apacibilidad, un ejemplo para todos los españoles de bien. Aunque, por
desgracia, pronto lo olvidaremos, como casi siempre.
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