Mientras arde el Monte Pindo


"El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad" (Albert Einstein)

 

    Empiezo a escribir cuando todavía no se ha extinguido el incendio que acabó de chamuscar la poca vegetación y arboleda que quedaba en el Monte Pindo, desde el incendio anterior acaecido hace pocos años. Por supuesto no me refiero a sus alrededores, desde donde también se puede llegar al pico del monte o laxe da Moa, donde hay mucha más vegetación y arboleda, ya carbonizados los días pasados, cuando se inició el incendio.

    Acabo de leer ahora mismo un estupendo artículo, "Viendo arder Galicia" de Roberto L. Blanco Valdés en La Voz de Galicia, que comienza así: "Mientras Cataluña arde, políticamente, por la irresponsabilidad sectaria de los nacionalistas, Galicia arde, en sentido literal, por los incendios del verano, que han pasado a ser como una especie de rito estival tan natural como las sombrillas playeras, las canciones horteras de Georgie Dann o las caravanas de los fines de semana". Y continúa haciendo un análisis con gran sentido común de la plaga gallega que nos afecta verano tras verano.

    Y me acuerdo de las noches de verano en mi mocedad, cuando también había incendios, pero menos, y la Guardia Civil paraba a la gente que volvía de la fiesta de algún pueblo cercano por la carretera, caminando o en coche, y la obligaba a subir al monte para ayudar a apagar el fuego que se había originado. De aquella no había brigadas ni coches de bomberos ni helicópteros, y aunque había más arboleda, no se quemaban tantas hectáreas como ahora.

    No sé quien quema el monte adrede ni tampoco la diversidad de las causas intencionadas de esta maldad, pero lo que no deberíamos permitir los ciudadanos es que los políticos gallegos solo utilicen los incendios para criticarse entre sí y no hayan solucionado, al menos en parte, el problema después de tantos años. Claro que, como decía Winston Churchill, para hacer política sólo hace falta saber historia y ser prudente, y todos, o la mayor parte, ni saben una cosa ni son la otra. ¡Cuán acertado estuvo Bertrand Rusell cuando escribió que los científicos tratan de hacer posible lo imposible y los políticos, a menudo, se afanan en hacer imposible lo posible!

    Termina Blanco Valdés diciendo esto en su artículo: “yo no volveré a repetir por enésima vez que es urgente elaborar un libro blanco -negro, en realidad, como el monte arrasado por la lumbre- sobre las causas de los incendios forestales, ni que hay que celebrar un gran pacto entre partidos y autoridades locales, provinciales, autonómicas y centrales contra los incendios forestales. Me limitaré a pedir, modestamente, que se informe sobre lo que nos cuesta anualmente per cápita el dispositivo de lucha contra el fuego: brigadas y fuerzas terrestres, aviones, y helicópteros. Para a ver si así, de una vez, al comprobar cómo nos sacuden el bolsillo, nos sacudimos de paso esta modorra que permite que el país arda mientras cientos de miles de gallegos contemplan, como si no fuera con ellos, un espectáculo que indignaría a cualquier otra sociedad civilizada”.

 

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