Acerca de los lunares... y la preocupación por la enfermedad (y la muerte) (y 3)









“Aunque todos los expertos coincidan, pueden muy bien estar equivocados” (Bertrand Russell)







    Pasaban pocos minutos de las ocho de la tarde cuando entró en la consulta. El dermatólogo se sonrió y le preguntó a que se debía el haber adelantado dos días la fecha para que le extirpara el lunar y, a continuación, antes de que él respondiese, "¿te has asustado?”
    - No, solo he pensado y, como me dijiste que podía tratarse de un melanoma "in situ", decidí que lo mejor sería sacar este lunarcillo de la pantorrilla cuanto antes.
    El dermatólogo le ordenó subir a la camilla y le preguntó si tomaba algún medicamento anticoagulante o era alérgico a algún anestésico local. Él le contestó que no a las dos preguntas.
    - Te voy a resecar el nevus con unos márgenes de unos 5 milímetros a cada lado, porque si se trata de un melanoma no habrá que volver a ampliarlos después, le dijo el dermatólogo.
    - Haz lo que mejor te parezca, contestó él. 
    De nuevo se colocó en la camilla panza abajo, como un día antes. Enseguida le pareció notar un líquido frío en la cara posterior de su pantorrilla derecha, que el dermatólogo debió haber pulverizado, y a continuación un pinchacito menos doloroso que la picadura de un mosquito; pocos minutos después le dijo que ya estaba, que ya había terminado. Le mostró el trozo de piel en forma de huso que había sacado de su pantorrilla con el lunar incluido. Él le preguntó cuál era su opinión diagnóstica, ahora, después de haberlo extirpado. El dermatólogo le contestó que había un 90 por cien de posibilidades de que se tratase de un nevus atípico y un 10 por cien de un melanoma "in situ".
    - Pero aunque sea un melanoma "in situ" no tienes que preocuparte porque te garantizo la curación, y no tendrás que hacer revisiones, ni estudios de extensión, ni nada de nada, le dijo.
    Al día siguiente él entregó el frasco con el pedacito de piel extraído de su pantorrilla derecha en el laboratorio de anatomía patológica que el dermatólogo le había recomendado. Cada día, al principio, y luego cada dos días, su mujer le hacía la cura de la herida quirúrgica. El dermatólogo le había dado diez puntos pequeñitos de sutura y su mujer le decía que le iba quedar un buen hueco en la pantorrilla cuando se curase. A él eso no le preocupaba, y ahora tampoco le inquietaba el resultado de la biopsia; solo le impacientaba el no poder salir a correr de madrugada, como hacía antes, hasta que se secase la herida.
    A los seis días le llamaron del laboratorio porque ya estaba el resultado de la biopsia, para que fuera a buscarlo. Se lo entregaron en un sobre abierto y leyó el diagnóstico: queratosis seborreica pigmentada. Es decir, no se trataba de un nevus atípico ni tampoco de un melanoma "in situ".
    Y esto, y por eso lo contó, le confirmó una vez más sus opiniones sobre los médicos, y los diagnósticos y tratamientos que estos hacen.
    Él piensa que el conocimiento médico es imperfecto, como lo son todos o casi todos los conocimientos de otro tipo (no estés nunca absolutamente seguro de nada, aconsejaba Bertrand Russell), y la toma de decisiones de los médicos es muy compleja. Y es más compleja para unos que para otros, porque los médicos, como cualesquiera otras personas, son distintos en cuanto a su formación, sentido común, sabiduría, inteligencia, experiencia…, y en la aplicación práctica de los conocimientos teóricos adquiridos. Los mejores médicos toman mejor y más fácilmente las decisiones. Los no tan buenos o peores son además más obstinados y las complican más. Recuerda ahora a un médico internista del Hospital de Valdecilla, donde realizó su especialidad, que tenía fama de ser el médico del hospital que más libros compraba y más tiempo pasaba estudiando en su casa y en la biblioteca, y el que menos “acertaba” -como dicen los pacientes- con los diagnósticos que hacía a los enfermos en su práctica diaria. Un día, cuando él estaba acompañándolo durante una guardia por el pasillo de una sala de hospitalización, el médico internista vio que un paciente sentado en la cama movía los dedos de la mano de una forma determinada, y aunque el paciente no estaba a su cargo se empeñó que aquel movimiento era el signo de una enfermedad neurológica muy rara y a él le costó convencerle para seguir caminando hacia el servicio de urgencias de donde los habían llamado. El internista llevaba gafas y él no pudo evitar pensar en las anteojeras que se le ponen a los burros para que solo puedan mirar de frente.
    Y siguió pensando. Todos los médicos pueden cometer -y comenten- errores, pero son más frecuentes en los doctores peor formados, menos perspicaces, con poco sentido común, y escasa práctica. Ya decía el antropólogo italiano Guy de Chauliac, “es menester en cualquier médico, primero hacer ciencia, después uso y experiencia”.
    Él cree, además, que la entrevista y la exploración física del paciente continúan teniendo más importancia para lograr un buen diagnóstico que todas la demás exploraciones complementarias. Si él supiera y les hubiera dicho a los dermatólogos que ese lunar lo tenía ahí desde hacía muchos años y que no había aumentado de tamaño, no tendría ahora un huequecito en la cara posterior de su pantorrilla derecha. Bueno, mejor dicho, ni los hubiera visitado. Su mujer le había comentado, antes de extirparlo, que ella creía habérselo visto en otra subida a Peña Trevinca, pero no estaba segura. Y si su hija no hubiese ido detrás de él subiendo al Monte Pindo, o no hubiese dicho nada, seguiría con el lunar y con el trocito de piel que el dermatólogo de la tarde le había sacado.  
    A él le pareció correcto que los dos dermatólogos que examinaron el lunar de su pantorrilla derecha hubieran emitido un juicio diagnóstico previo, aunque se equivocaran, porque hoy es muy frecuente que los médicos soliciten pruebas y más pruebas a los pacientes sin aclarar cuál es su impresión o sospecha diagnóstica. Y las pruebas o exploraciones complementarias solicitadas a los enfermos deben contar con su autorización, después de haberles explicado con claridad cuál o cuáles son las sospechas diagnósticas de su padecimiento.
    Para él, al final, todo estaba claro. El primer dermatólogo, el de la mañana, continuaría siendo su dermatólogo de confianza. Él creía que su mayor experiencia había sido la causa de que no le nombrara tan siquiera la posibilidad de que el lunarcillo de su pantorrilla derecha fuese un melanoma. El segundo, el de la tarde, es posible que tuviese la misma ciencia, pero probablemente menos uso y experiencia.


   
 





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