Consultas médicas no presenciales


 


“Si escuchas al paciente, él te está diciendo el diagnóstico” (William Osler)



 


    A los que estudiamos la carrera de medicina en el siglo pasado, en las asignaturas médicas de los últimos años nos enseñaban como atender a los enfermos. Por supuesto, lo más importante era, y sigue y seguirá siendo, la entrevista o historia clínica y la exploración física. Antes de las dos, la inspección u observación.

    ¿Qué es la inspección? Es lo que hacemos o debemos hacer los médicos al entrar el paciente a la consulta. Con la inspección, percibimos su estado físico y anímico. Hay pacientes que ya antes de sentarse empiezan a contarnos sus síntomas sin darnos tiempo a que se los preguntemos. La forma y la prisa en contar las cosas que les pasan, y otras particularidades, como cuando les dices que se sienten en la camilla y se acuestan en ella o viceversa, nos hacen ver cómo es de tranquila o inquieta la persona que viene a consultarse.

    Siempre comento que la inspección es muy importante para nosotros porque necesitamos ver a los enfermos, y que nos diferenciamos de los curas, posiblemente más listos que nosotros, en que ellos no necesitan ver a los confesantes. Ya saben, solo con oírlos, si son pecadores o no lo son.

    A continuación, viene la entrevista o historia clínica. Ahora, es importante dejar hablar al paciente todo el tiempo que necesite. Cuando termine, debemos interrogar sobre cuestiones que no han quedado claras y otras preguntas que consideremos importantes, pero sin intentar dirigirlo para que nos responda lo que queremos oír por haber hecho una impresión diagnóstica precipitada. Si se desvía mucho en su historia, contándonos cosas que no ayudan para hacer el diagnóstico de su padecimiento, tendremos que reconducirlo con mucho tacto.

    He conocido médicos muy estudiosos que pecaban de hacer diagnósticos precipitados, irreflexivos, y que después les costaba mucho reconocerlos como desatinados (¡no sé cuántas veces habré pecado yo de lo mismo!).

    Después debemos hacer una buena exploración. Y eso significa, como nos enseñaban en la facultad y después en el hospital al hacer la especialidad, un examen general. Todos los médicos hemos encontrado alguna vez, al explorar por entero al enfermo, algo que nos orientó mejor al diagnóstico (no se puede hacer un buen tratamiento sin hacer antes un buen diagnóstico de la enfermedad).

    La entrevista o historia clínica es lo más importante para hacer un buen diagnóstico, más que todas las exploraciones complementarias, como tomografía computarizada, resonancia, ecografía, análisis de sangre, etcétera. Casi siempre, cuando no se orienta(n) bien la(s) sospecha(s) diagnóstica(s) por no haber realizado una buena historia clínica y exploración, se solicitan “miles” de exploraciones complementarias innecesarias. 

    Hoy, debido a la covid-19, han aumentado las consultas telefónicas y por videoconferencia. El paciente pide consulta a su médico y es atendido telefónicamente. Es difícil que la historia clínica se haga por teléfono durante el tiempo necesario y, además, no podemos inspeccionar ni explorar al enfermo como si estuviese en la consulta. Por videoconferencia, sucede algo parecido. Solo cambia que de esta forma podemos inspeccionar su cara y puede mostrarnos más datos que por teléfono: cómo respira, si tiene anormalidades cutáneas, bultos, etcétera. Pero tampoco la consulta por videoconferencia ofrece las garantías de la consulta presencial. Y tiene mayores riesgos. Son más probables los errores diagnósticos y las prescripciones desacertadas, y esto último puede ocasionar al enfermo efectos adversos incluso importantes.

    Al enfermo hay que tenerlo cerca, al lado. Cuando terminé la carrera, con veintidós años, fui con el doctor Juan García Lema, uno de los dos médicos del ayuntamiento, a su consulta para aprender algo de la práctica médica ya que en la facultad solo nos enseñaban teoría. El doctor García Lema fue el mejor médico que he conocido, y he conocido muchos médicos excelentes en el hospital Marqués de Valdecilla de Santander donde me formé en neumología. Tenía una pierna de palo porque se había caído del caballo cuando venía de atender un parto a domicilio en Ézaro (La Coruña), al día siguiente de haberse casado. Un día de los dos meses que pasé con él, antes de irme a La Coruña para hacer las prácticas de milicias, vino a la consulta una madre para pedirle a don Juan que fuera a atender a su hijo con fiebre muy alta a su casa, que estaba a menos de un kilómetro de la consulta. Allá nos fuimos los dos caminando, llevando yo su maletín. Al llegar, después de hacerle él preguntas a la madre, fuimos a la habitación donde estaba su hijo en la cama. Era una mañana soleada de verano. Le dijo a la madre que cerrara las contraventanas. Le pidió cerillas. Encendió una para ver como reaccionaban las pupilas del chico, miró si tenía el cuello rígido o flexible y auscultó sus pulmones y su corazón. Le dijo a la madre que tenía rigidez de cuello, pero que era por meningismo debido a una neumonía y no por meningitis. Le recomendó que lo llevaran al hospital de Santiago de Compostela y allí se confirmó su sospecha diagnóstica (unos meses después, el médico que le atendió en urgencias del hospital me contó que el doctor García Lema era muy famoso entre los médicos del hospital de Santiago de Compostela por los diagnósticos tan acertados solo con la historia clínica y la exploración con sus manos y el fonendoscopio de los pacientes que enviaba). Cuando terminó de ver al chico fuimos a lavar las manos a la cocina. Yo no lo había tocado, pero también las lavé. Cuando él se las estaba secando me dijo que a los pacientes había que acercarse y no había que tener miedo a contagiarse. Que nuestra profesión, como muchas otras, comportaba riesgos. Y qué él había atendido allí, en El Viso (Carnota), una epidemia de cólera y no había dejado de atender a los enfermos que venían a la consulta. Se había dado cuenta que yo, aunque entré con él en la habitación, me había mantenido lo más lejos posible del chico por si padecía meningitis u otra enfermedad infecciosa y pudiese contagiarme. No olvidé nunca sus palabras.       

 

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