Meigas(*)





"Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas ("Yo no creo en las meigas, pero haberlas, las hay")

    Era muy pequeño. Mi madre llevaba varias semanas con dolor de estómago y vómitos, y había adelgazado. Había ido al médico, le había dado un tratamiento de jarabes y píldoras, pero no mejoraba.
    Una tía de mi padre se enteró de que estaba enferma y vino a verla. Fueron las dos a un cuarto de la casa donde vivíamos y salieron al poco rato. Oí como le decía la tía de mi padre a mi madre que tenía “el estómago caído,” y que eso se lo curaba ella enseguida. Se fueron hasta el pequeño cobertizo donde estaban las gallinas y el cerdo. Dejaron que las acompañara. La tía de mi padre había cogido una caja de cerillas en la cocina y le preguntó a mi madre si tenía ramas de laurel seco, del que se bendice el día de Ramos. Mi madre le contestó que no le quedaba ninguna, que se le habían caído las hojas secas y las había tirado. La tía de mi padre le dijo que lo intentaría con las ramas verdes del laurel que había en la huerta. Cortó varias ramas. Al llegar al cobertizo las puso en el suelo y encendió una cerilla para prenderles fuego. Como las hojas de laurel estaban verdes, necesitó tres cerillas para que el fuego prendiera en las ramas amontonadas en el suelo. Cuando la llama ya era intensa, le dijo a mi madre que saltara tres veces por encima, despacio, dejando pasar algo de tiempo entre cada uno de los saltos. Mi madre así lo hizo. La tía de mi padre, mientras tanto, hacía con cada una de las manos el signo de la higa española mientras gritaba “meigas fora”, cada vez que mi madre saltaba la pequeña hoguera. Tenía un ojo tuerto -creo que de pequeña le había embestido una vaca y uno de los cuernos le había perforado un ojo y la había dejado ciega- y casi me daba miedo mirarla, ya que había cerrado la puerta del cobertizo y solo había la luz de la llama. Me extrañó que la cerrara y luego gritara ¡meigas fora! Esperó a que se apagara la pequeña hoguera con la cabeza inclinada y con las manos en la misma posición ¿y rezando? -hablaba bajito y no entendí lo que decía-. Cuando se apagó del todo la fogata le dijo a mi madre que en pocas horas comenzaría a sentirse bien, dejaría de vomitar y le pasaría el dolor de estómago. Y se fue.
    Y así fue. Al día siguiente mi madre dejó de tener vómitos, dejó de dolerle el estómago y volvió a comer como antes, y en pocas semanas había recuperado casi todo el peso perdido.
    No entendía como me habían dejado acompañarles hasta el cobertizo siendo tan joven, pero aún entendía menos como se había curado mi madre después de saltar tres veces una pequeña hoguera de ramas de laurel. Los días siguientes me vino cada poco a la cabeza aquello que había visto, pero no me atrevía a preguntarle nada a mi madre.
    Pasaron algunos años. Tenía dieciséis, iba a comenzar mis estudios de medicina, y estábamos cenando los dos solos porque mi padre había ido al mar para pescar sardinas por la noche. Me atreví a preguntarle por lo sucedido aquel día, cuando la tía de mi padre, Benita se llamaba, “le había sacado el aire” -así le llamaban en el pueblo a lo que le había hecho a mi madre para curarla-, y esto fue lo que me contestó:
    “Mira, te lo voy a contar porque vas a comenzar la carrera de medicina y ya eres un hombre. Si me lo hubieras preguntado antes no te contaría lo que te voy a contar. Pero, por la carrera que vas a hacer tal vez te venga bien. Me dijo tu padre, que ya sabes que vivió con ella y sus otros dos hermanos, tío Ramón y tía Veneranda, desde que se quedó huérfano cuando era un niño, que de su tía Benita, desde que era muy joven, se decía en el pueblo que estaba embrujada o enmeigada, que podía echar el mal de ojo a las personas que le habían hecho algo malo o simplemente porque le caían mal, y a quien se lo echaba después le sucedían desgracias.
    A tu padre, los tres hermanos de ella, lo adoraban porque era muy trabajador y cariñoso. Incluso cuando les dijo que se iba a casar conmigo ella se enfadó mucho porque quería que se casara con una mujer rica, y yo era de familia pobre. Debido a la cornada de la vaca, tía Benita, que ya no era muy agraciada físicamente aún lo parecía menos por lo del ojo tuerto. Ella quería casarse y tener hijos. No tuvo novios y por tanto lo tenía muy difícil porque los hijos de soltera o de “puerta abierta”, como le llamamos por aquí, no eran bien vistos. Un poco antes de cumplir los treinta, una noche no fue a dormir a casa y apareció al día siguiente por la mañana con muy mal aspecto. Su hermano quiso saber lo que le había pasado y esto fue lo que le contó, según continuó relatando mi madre.
    "Me encontré con mi amiga Ascensión -su hermano y hermana la conocían bien porque se decía en el pueblo que también era meiga como su hermana- y comencé a lamentarme de que ya no podría tener hijos porque los chicos no se acercaban a mi. Ella, como sabéis, tiene un hijo de soltera que no se sabe de quién es, bueno, quién es el padre, me dijo que podía hacer que también yo lo tuviera, si hacía lo mismo que había hecho ella. Acepté y nos fuimos a su casa. Allí me dio a beber algo que no me dijo lo que era y me untó todo el cuerpo con un ungüento muy oloroso, y lo mismo se hizo ella. Le pregunté para que era aquel ungüento y me dijo que lo usaba siempre que quería atraer y hablar con el demonio. Lo que me dio a beber tampoco sabía lo que era, pero no se lo pregunté. Imaginé que también valdría para lo mismo. Ya casi era de noche cuando salimos de su casa. Me dijo que íbamos a subir al Monte Pindo, y, allí, me desnudaría y pondría el culo en el agua que todavía habría en las pías o pozas de la Laxe da Moa, mientras ella haría conjuros hasta que llegase el demonio y me empreñase. No sé cómo llegué arriba, si fui caminando o me llevó ella en volandas con la escoba que siempre lleva cuando hace cosas raras. Pienso ahora que esto se debería a lo que me dio a beber antes. Arriba, en la Laxe da Moa, me desnudé y me hizo sentar en una de las pozas todavía con agua. Con las manos en la posición de la higa que ya conocéis, Ascensión comenzó a llamar por el demonio para que viniera y me preñase. Yo casi no veía, posiblemente por aquel brebaje que me había dado, pero me pareció distinguir la figura de un cabrón grande que me acostó cuando estaba sentada y me abrazó por detrás, después de hacerlo con Ascensión, también por detrás, pero a ella de pie. Mientras el cabrón o lo que fuese me abrazaba, ella gritaba, con las manos en la misma posición de antes, “meigas fora, meigas fora, meigas fora…”. No sé cuánto tiempo me abrazó el cabrón o lo que fuese, porque me quedé dormida. Cuando desperté, estaba sola, con la ropa que me había sacado antes sobre mi cuerpo. Me vestí, y, con mucha dificultad y despacio, pude llegar a casa. Todavía me duele la cabeza. Y he notado marcas de uñas en los brazos y en el cuello".
    Siguió contándome mi madre: tía Benita no quedó embarazada. Se dice que cuando las meigas tienen relación carnal con el demonio, en figura de cabrón, él lo hace por las partes traseras. Por eso se piensa que su amiga Ascensión no se quedó embarazada por haber tenido relación, ya entiendes a lo que me refiero, con un demonio cabrón sino con un humano. Y las marcas de las uñas de los brazos y cuello de tía Benita se creyó que eran del demonio, porque marca a las meigas cuando las hace suyas”. 

(*) Dedicado a tía Benita, yo también la llamaba así, fallecida hace muchos años, que me quería mucho, aunque luego no le gustase que no me hubiese casado con una prima mía, también segunda sobrina suya, como quería ella. Le encantaba que todo quedase en la familia, tal vez porque no había tenido hijos y quería mucho a los sobrinos y a los hijos de estos.



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