La vanidad
“La vanidad es tan fantástica, que hasta nos induce a preocuparnos de lo que pensarán de nosotros una vez muertos y enterrados” (Ernesto Sábato)
“El ambicioso quiere ascender, hasta donde sus propias alas puedan levantarlo; el vanidoso cree encontrarse ya en las supremas cumbres codiciadas por los demás” (José Ingenieros)
La vanidad es,
como la calumnia en El Barbero de Sevilla,
un venticello que nunca deja de soplar, escribía hace poco, en su blog de El
Mundo, Fernando Sánchez Dragó. Creo que tiene toda la razón, aunque esa
brisa, creo yo, va suavizándose con el paso de los años en la mayor parte de
nosotros. Bueno, realmente no sé si en todos, pero sí creo que en la mayor
parte.
En lo de la vanidad, uno puede opinar de sí
mismo y sólo de lo que le parece respecto de las personas conocidas. Y nos
podemos preguntar, ¿por qué algunas personas son tan vanidosas?, ¿es fácil
descubrirlas?, ¿lo son más los hombres o las mujeres?, ¿cuando deja uno de ser
vanidoso?
Desde que recuerdo, lo que me vanagloriaba más
de joven era cuando alababan mi inteligencia -esto no quiere decir que lo fuese
(inteligente) antes, ni que lo sea ahora- y también si me decían que era
atractivo -que tampoco quiere decir que lo fuese-. Más tarde, cuando ya ejercía como médico, lo que más me envanecía y
envanece -creo que la palabra más adecuada es enorgullecía y enorgullece- es cuando
un familiar de un paciente que he atendido, o el propio paciente, me dicen
después, en un encuentro casual en el hospital o en la calle, que me están muy
agradecidos por haber tratado muy bien a su familiar o a él, y haber curado su enfermedad.
Bueno, realmente no sé si esto es vanagloriarse o es alegrarse con uno mismo por
haber hecho bien las cosas, que es lo normal, ya que hacerlas mal no es lo
normal, no es lo que debemos hacer, en esta profesión como en cualquier otra.
Y como creo que casi todos hemos
sido alguna vez o somos algo vanidosos, unos más que otros, por supuesto, de
ahí que intenten aprovecharlo los que negocian con nosotros. Recuerdo lo que me
decían los delegados de los laboratorios farmacéuticos cuando tenía relación
con ellos: “si prescribe nuestros fármacos a los pacientes esto era muy
importante para nosotros porque usted es un líder de opinión en su
especialidad”. No me envaneció casi ningún tiempo, porque ellos solo lo hacían
para que me lo creyese y les ayudase a mejorar las ventas. Recordaba
siempre en estos casos lo que dijo François de La Rochefoucauld: “la adulación
es una moneda falsa que tiene curso gracias sólo a nuestra vanidad”.
Pero he conocido y conozco personas tan vanidosas a las que les va muy
bien lo que dijo Antoine de Saint-Expury: “para los vanidosos todos los demás hombres son
admiradores”. El por qué son tan vanidosas no lo sé. Tal vez puedan influir los
genes, el grado de inteligencia, o el de madurez. Creo que a estas personas se
las presupone así solo con verlas y se las conoce poco después al oírlas: solo
hablan de sí mismas. Podemos confundirnos en algunos casos, pues también
hablan mucho de sí mismas las personas acomplejadas, que quieren demostrar sus
escasas cualidades resaltándolas.
En cuanto a si
son más vanidosos los hombres o las mujeres, creo que podemos decir lo mismo
que de la inteligencia: hay mujeres muy vanidosas y hombres también muy
vanidosos. Posiblemente la vanidad excesiva le queda igual de mal a los hombres
y a las mujeres, aunque Goethe escribió esto: "se dice que las mujeres son
vanidosas por naturaleza; es cierto, pero les queda bien y por eso mismo nos
agradan más". Y opinaba algo parecido Jonathan Swift, quien dijo que el
poder arbitrario constituye una tentación natural para un príncipe, como el
vino o las mujeres para un hombre joven, o el soborno para un juez, o la
avaricia para el viejo, o la vanidad para la mujer.
Alguien
dijo que la mejor cura de la vanidad es la soledad. Me parece muy acertado. Con el paso de los años va aumentando la soledad y desapareciendo la vanidad, y si
no desaparece, o al menos disminuye, habría que pensar que esa persona no solo
es vanidosa sino también estúpida.
Mi amigo me
criticará, con razón, por poner tantas máximas en un escrito tan pequeño, pero en
mi opinión son muy apropiadas para explicar la arrogancia, el envanecimiento y el
deseo de ser admirada por el alto concepto de los propios méritos de la persona
vanidosa.
www.clinicajoaquinlamela.com
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