Terquedad
“¡Cuán corriente es no considerar sensatos sino a los que piensan como nosotros!" (François de La Rochefoucauld)
Verano de 2014. Leo y veo en la TV todos los días el lío entre palestinos
e israelíes. No sé quiénes de ellos tienen más razón pero me parecen muy tercos
cuando negocian, y que ninguno de los dos quiere dar el brazo a torcer. Claro
que, al final, a los que se les tuercen los brazos y a veces la vida es a los
pobres ciudadanos, heridos o muertos por los cohetes palestinos o las bombas
israelíes.
No conozco en detalle el problema palestino-israelí y seguro que metería
la pata si considerara esto como un ejemplo de falta de flexibilidad en la
negociación por los dos bandos para alcanzar una paz duradera. Por tanto, indudablemente
este no es un buen ejemplo de terquedad, que es lo que pretendemos tratar hoy
aquí.
Pero estoy seguro que usted, lo mismo que yo, conoce personas tercas,
obstinadas. Hasta lo podemos ser nosotros, usted o yo. A usted no sé, pero a mí
más de una vez me han dicho que era terco e incluso algunas veces muy terco.
Creo que todos en algunas ocasiones hemos sido tercos discutiendo con
alguien que no pensaba como nosotros porque creíamos tener razón, pero a lo que
quería referirme hoy es a los que lo son siempre o casi siempre y que el ser de
esta forma a uno le da la impresión que disfrutan siéndolo.
He conocido algún compañero de trabajo al que le resultaba imposible
estar, alguna vez al menos, de acuerdo con los demás. Por eso, cuando tenía que
hablar con él para plantear mi punto de vista sobre la forma de manejar un
problema que había surgido en nuestro trabajo diario, siempre iba con pies de
plomo, con mucho cuidado. Pero era igual. Él siempre tenía que mostrar,
refunfuñando, su desacuerdo. Era misión imposible lograr su conformidad o
acuerdo en algún asunto.
Y acabé dándome cuenta que lo mejor era no intentar convencerle de que
podía estar equivocado porque era perder el tiempo, ya que si alguna vez me
parecía que había conseguido persuadirlo, enseguida daba marcha atrás y volvía
a obstinarse y a decir que era él quien estaba en lo cierto.
No sé si Baltasar Gracián fue demasiado
severo cuando escribió que todos los necios son obstinados y todos los
obstinados son necios. ¿Piensa usted lo mismo? Aunque en la necedad y en la
obstinación hay grados, como en casi todo en la vida, creo que tenía razón.
Acabo de leer “La montaña mágica”, la novela considerada por los
entendidos como una de las mejores o la mejor del siglo XX, y también Thomas
Mann describe algún personaje testarudo. Creo que todos nos hemos encontrado más
de una vez con personas asiduamente tozudas.
Ojalá los palestinos e israelíes dejen de ser tan tercos y alcancen una
paz duradera.
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