Los que presumen
Presumir es vanagloriarse, tenerse un alto concepto de sí mismo. Ya dije
aquí alguna vez que en mi opinión es bueno quererse a uno mismo y que
probablemente todos alguna vez hemos presumido de haber hecho algo bien o al
menos habérnoslo creído. Incluso algunos fuimos y somos presumidos en el
cuidado de la apariencia externa, en el atuendo.
Pero hay otras personas que presumen o se tienen un alto concepto todos
los días, o al menos eso parece, sin tener motivo alguno para ello. Dos
ejemplos:
Él es un “señor” de talla pequeña, más bien feo, bueno, nada atractivo,
que camina con pasitos cortos y rápidos porque sus piernas son pequeñitas, que
se deja el pelo largo ahora porque ya es de color grisáceo, y ya antes de que
el sol brille intensamente se pone las gafas de sol porque cree que con las
canas y las antiparras está más seductor. Su cuello breve y ancho aún le desluce más. Él sabe que no es Leonardo Di Caprio,
ese actor tan atractivo para la mayoría de las mujeres, pero llega a creerse
que no está del todo mal, aunque, claro, no puede evitar verse chiquito. Habla
bajito, tal vez porque tiene la boca también pequeña, y gesticula mucho con la
cara y las manos. Como es muy pequeño sabe que las (largas) corbatas no le
sientan bien y siempre, aunque sea en actos oficiales, por el cargo que ocupó y
ocupa, aparece vestido de sport, con camisa y americana. En el trabajo lleva a
veces el uniforme o la chaqueta por encima de los hombros, sin introducir sus
pequeños brazos en las mangas, tal vez para parecer más alto.
No sé lo que piensa él de sí mismo realmente. Si es presuntuoso porque
no sé lo que se cree o porque no le queda más remedio que serlo para creerse lo
que sea. Claro que también se conceptúa mucho más listo que casi todos los
demás. Juntando estas cosas, al final, solo se trata de un “pequeño hombre”, o
un “pobre hombre” como diría mi amigo, que camina por la vida intentando llegar
más arriba para compensar su menudencia en talla e integridad.
¿Conoce a alguien con estas características? Puede cambiarle el color
del pelo, alargarle los pasos o ponerle corbata… Yo sí. No me lo he inventado.
El otro es también, por llamarle de alguna forma, un “señor”. Es campechano.
Estoy seguro que personas que no lo conozcan tan bien como yo hasta puedan
creer que es una buena persona. Su voz es engolada, pausada, acompasada, y casi
siempre, si está sentado, se levanta para hablar de pie, quieto, sin moverse,
extendiendo ligeramente el cuello hacía atrás y ladeando la cabeza, poniendo el
brazo derecho, o los dos, en posición horizontal, porque cree que hablando
erguido la gente valora más las obviedades que dice. Es o parece educado,
respetuoso. Profesionalmente está en el peldaño más bajo pero él se sitúa en el
más alto, porque los puestos que llegó a ocupar siempre fueron inmerecidos
(¿para él merecidísimos?), conseguidos con trampas y amaños, y mal desempeñados,
pero esto último es lo de menos porque en la empresa pública donde él
ejerce, que es de nadie y de todos, sus superiores son tan o más
incompetentes que él. En el centro de trabajo prefiere ir sin uniforme, porque tiene pánico a ser requerido para resolver un problema urgente. Su caminar es lento, pausado, como
su voz, para darse más importancia. E igual en la calle, pero suele hacerlo con
las manos detrás de la espalda, parándose cada poco, posiblemente para que los
que le conozcan y vean piensen que no deja de pensar, ni estando fuera del horario de
trabajo. Después de esas paradas suele entrar al bar para celebrar sus nuevas
ideas, relacionadas casi siempre en como fastidiar a quien sea con tal de
subir otro peldañito en la "empresa".
No le pregunto si conoce a alguien similar a este último “señor”,
cambiándole si quiere lo de las manos en la espalda o las paradas mientras
camina pausadamente por la calle, porque estoy seguro que sí. Yo también.
Tampoco me lo he inventado.
Aunque a mí me extraña que la presunción de este último, de que posee una
inigualable cabeza, se la crea, tengo que aceptar que sea así porque los más
estúpidos e incompetentes son los que menos se dan cuenta de sus enormes
limitaciones, según me dijo un amigo muy inteligente.
Los dos son distintos en presunción y perspicacia -el primero es más
inteligente-, pero la maldad es la misma.
Lo de “pobres hombres” es un decir. Los personajillos como estos, en
este país, al menos en las empresas públicas, suelen llevarse más dinero a
final de mes que otros compañeros de trabajo más competentes y honestos, porque
los que están por encima son iguales o peores.
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