Aquellos catedráticos...

 




“Un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede decir dónde acaba su influencia” (Henry Adams).

 




    Examen final oral de Farmacología en tercer curso de medicina en los 70 del siglo pasado. No digo el año exacto, aunque me acuerdo. Yo tenía 18 años y el examen era en junio de ese año. No había exámenes parciales en esa asignatura. El profesor, mejor dicho, el catedrático era Don Ramón Villarino Ulloa, fallecido en 1990.

    Los alumnos lo conocíamos muy bien. Se acercaba a la Facultad de Medicina caminando por delante de la Catedral y del Hostal de los Reyes Católicos en invierno con abrigo y sombrero negros y paraguas. Imagino que debía vivir en el centro de Santiago de Compostela.

    Todos los examinandos estábamos sentados en el aula. Nos llamaba por orden alfabético del apellido. Le tocó salir al estrado donde estaba sentado el profesor Villarino al alumno que me precedía por el apellido. Vestía camisa y jersey, sin corbata, pelo largo y barba. La primera y única pregunta: “Hace muy poco unos astronautas americanos acaban de subir a la luna: ¿Podría decirme sus nombres?” La respuesta a la pregunta fue: “No, no los sé”. La respuesta del profesor Villarino: “Está usted suspendido. Vuelva en septiembre”.

    No recuerdo bien si yo estaba nervioso o temblando. La pregunta que le había hecho no estaba en el libro de farmacología que no había recomendado comprar. Vestía camisa con corbata y una americana de cuadros de color marrón que me había comprado mi madre en invierno. Afeitado, con el pelo corto y peinado.

    Primera y única pregunta también a mi: ¨¿Conoce usted el nombre de unos comprimidos que se prescriben mucho para el dolor de cabeza, que se toleran muy bien y son muy eficaces? Mi respuesta: “Comprimidos de ácido acetilsalicílico o aspirina”. Respuesta del profesor Villarino: “Siéntese”. Mi nota de ese examen final de farmacología: Sobresaliente.

    Nunca tuve recomendación alguna. Mi padre un marinero y mi madre una trabajadora del campo ni conocían la Facultad de Medicina.

    El profesor Villarino era así. El alumno que me precedió no denunció lo sucedido. Aprobó en septiembre. Imagino que habría acudido al examen con corbata, afeitado y con el pelo corto.

    Siempre recuerdo cuando explicó la penicilina. Dijo que era el mejor antibiótico. Que una de cada 100.000 inyecciones de penicilina causaba un shock anafiláctico e incluso la muerte, pero para la persona que le tocaba este grave efecto adverso el porcentaje era del ciento por ciento.

    Cuando le cuento esto a un médico amigo mayor que yo, que estudió en la Facultad de Medicina de Madrid, él me cuenta lo que le sucedió después de un examen final escrito de Dermatología. El famoso catedrático, autor del libro de texto de dermatología que se estudiaba en las facultades de medicina españolas, le suspendió. Como él creía que su examen no era para suspenso pidió al catedrático que le recibiera para una revisión de la nota del examen. Entró en el despacho. El catedrático le preguntó que deseaba. “Por favor, quiero que revise mi examen porque creo que no es para un suspenso”. Respuesta del catedrático: “Váyase a tomar por el culo”. Salida del despacho y respuesta de mi amigo: “Muchas gracias”.  

    Algunos de aquellos catedráticos eran así…

 

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