La dulce y la loquita






“Un día mi abuelo me dijo que hay dos tipos de personas: las que trabajan, y las que buscan el mérito. Me dijo que tratara de estar en el primer grupo: hay menos competencia ahí” (Indira Gandhi)   







    Valentina, a ti de pequeñita te llamábamos patitas por lo rápido y bien que movías tus piernecitas cuando estabas contenta, que era casi siempre. Llamabas la atención. Y lo hacías, estuvieses donde estuvieses. En la cuna, cuando íbamos a despertarte, no parabas de moverlas hasta que te ponías de pie; en la sillita por la calle, en el suelo del salón…
    Y eras una “quedona”. Cuando te llevábamos en la silla por la calle o por el paseo marítimo de La Coruña, nada te pasaba desapercibido. A todos (no sé si tengo que decir a todos y a todas) mirabas. En la esquina de la calle de Juan Flórez, donde estaba casi todos los días un joven negro muy grande pidiendo limosna, mientras esperábamos a que el semáforo se pusiese en verde para cruzar, no le apartabas la vista. Él te sonreía por la mirada de curiosidad que ponías, porque se daba cuenta que era el color de su piel lo que tanto llamaba tu atención.
    Hace un año, Paco, tu otro abuelo, me dijo que eras muy dulce y le dije que estaba de acuerdo. Porque lo eres, muñequita. ¿Cómo me voy a olvidar cuando hace poco me esperaste al salir del baño para decirme, sin que nadie te oyera, que te querías sentar a mi lado en la mesa donde íbamos a comer la abuela y yo con tus padres y tus tíos, u otras veces cuando me dices al oído que me quieres mucho? Casi me pongo a llorar al escribirlo.
    Eres maravillosa. Lo digo yo y el resto de la familia. Y ya no digamos tus padres. O tu padrino que está loquito por ti. Tal vez porque recuerda cuando dijiste que te querías casar con él. O aquel día que llegó de Madrid y tú, que estabas en Orense con nosotros, te pusiste más nerviosa que una enamorada al llegar su enamorado. No parabas, no sabías adonde ir.
    ¿Recuerdas, hace poco, el día que veníais con tu papá a Orense, para seguir luego para encontraros con mamá en Verín, y fui a abriros el garaje y al ver que estaba solo lo primero que hiciste fue preguntar por la abuela? Llegó enseguida al garaje y te fuiste con tu hermana corriendo hacia ella para que os comiera a las dos a besos y decir emocionada: “¡Cómo os puedo querer tantísimo!”
    Hasta esa timidez que tienes, aún te hace más maravillosa. Recuerdo muy a menudo el día de la boda de tu padrino, cuando estaba hablando de él en el atril de la iglesia y te llamé para que vinieras a decir algo. Te cogí en el colo, te dije que dijeras algo y no abriste la boca. Luego te pregunté por qué no habías hablado y me dijiste que había mucha gente y no te atreviste. En la foto que envió tu madre ahora y acabo de ver, estás de pie detrás de tu hermana, y se aprecia claramente que ella es menos tímida, más descarada. ¡Sois tan distintas y, al mismo tiempo, tan maravillosas, tan encantadoras! ¡Y tú tan dulce!
    Uxía, tú también movías las patitas de pequeñita, pero mucho menos que Valentina. Porque además tu despertar no era tan alegre, casi siempre despertabas llorando para pedir el biberón. No, no te enfades, porque, aunque tan distinta eres también maravillosa, y peligrosamente encantadora. Tú te quedas menos con la gente, pero a los que miras, con esos ojos tan bonitos y vivos, se quedan contigo. Y todos comentan: ¡Qué ojos, que mirada!
    No es solo la mirada, es también esa risa tan explosiva, tan exagerada y bonita, por eso todos te llamamos, cariñosamente, loquita. Pero una loquita muy perspicaz. Porque después de esos estallidos de risa cambias a una delicadeza apegada, y con esa voz coqueta y esa mirada cautivadora nos conquistas el corazón a todos.
    Muchas veces te he preguntado si me quieres, y no haces como Valentina. No te importa contestar, con esa sonrisa loca, encantadora, que no, que no me quieres. Y si te contesto que yo tampoco, te da igual y continúas sonriendo o te quedas seria como si te importase.
    Hace pocos días hablabas con nosotros por teléfono. Tu madre te dijo que nos dijeras que ibais acompañar a tu papá a pescar y, cómo siempre, hiciste lo que te pareció y dijiste que no. Aunque dices que eres vikinga como tu abuelo, creo que estas respuestas, sin pamplinas, son más castellanas que gallegas. Aunque después, alguien que vio la foto tuya que tengo en mi consulta me dio una gran alegría al decirme que te parecías mucho a mí. Y dijo más, que no debería decir, pero lo digo: ¡tiene cara de lista como usted! (y se me cayó la baba, no por mí, por ti, te lo aseguro).
    Sonríes muy contenta cuando te preguntamos quien es tu padrino o te lo nombramos. César es menos niñero que Juan, pero también te adora lo mismo que él a Valentina. 
    Acabamos de veros por Facetime. Y tú, sin darnos ni los buenos días, te pusiste a reír y a cantar “Déjala que baile”. Tu hermana estaba acabando de hacer la cama de papá y mamá. Hacéis una pareja maravillosa. Sois muy distintas, pero adorables las dos.
    Nos tenéis loquitos a toda la familia. Tu tío y padrino de tu hermana os llama macaquitas. ¡Vaya dos macaquitas tan encantadoras!
    Ya tenéis dos primas y un primo. Muy pronto llegará otro primito. Espero que lo recibáis muy bien y lo queráis tanto como os quieren su padre y su madre a vosotras. Seguro que él también os querrá mucho. No, no os puedo decir su nombre porque no sé cómo se llamará. Tenéis que preguntárselo a su papá y a su mamá.
   


 

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