Los medicamentos ayudan a los médicos, a veces más que a los enfermos
“Creo
firmemente qué si todos los medicamentos del mundo fueran lanzados al mar,
sería mucho mejor para la humanidad y mucho peor para los peces” (Oliver Wendell Holmes)
“Había ido al médico por cansancio crónico.
Le dije que también estaba acatarrado. Me dijo que me daba un expectorante. Al
llegar a la farmacia y pedir el medicamento, me dijeron que no era un
expectorante, sino un antibiótico, levofloxacino. El famoso levofloxacino.
Cavilé si tomarlo o no. Al final lo tomé porque pensé: si el médico me lo dio
será porque lo necesito”.
Esto es lo que me decía ayer un paciente
que acudía por segunda vez a mi consulta, de 42 años, con carrera universitaria
y un buen trabajo. No era fumador, había participado en carreras de remos, y
ahora tenía una bronquitis aguda con escasos síntomas: únicamente tos, sobre
todo diurna. Había tomado cuatro comprimidos, uno cada día, del antibiótico. El
médico le había recomendado tomar el antibiótico siete días. Le dije que lo
dejara, que las bronquitis agudas están causadas por virus y que no están indicados
los antibióticos; que los síntomas, a veces muy molestos (tos continua, al
principio seca y luego con expectoración, dolor torácico con la tos, sensación
de dificultad respiratoria con los accesos de tos sobre todo por la noche en la
cama ⸺los mismos síntomas por el día inquietan menos que por la noche porque por
la noche todo está más negro⸺) mejoran con el paso de los días, salvo que esta infección
de vías respiratorias se complique con neumonía o sinusitis bacterianas.
Me preguntó si podía suspenderlo ahora y
continuó diciendo: claro que si la causa es vírica el antibiótico no hace nada,
¿no? Le respondí que incluso si padeciese una neumonía bacteriana, que no
padecía, cuatro días de tratamiento podían ser suficientes para algunos
gérmenes causantes de neumonía. Le dije que el levofloxacino podía causarle
diarrea, efecto adverso frecuente, molestias gastrointestinales e incluso,
mucho más raramente, inflamación del tendón de Aquiles.
Este es un ejemplo de la ayuda que
proporcionan los medicamentos a los médicos. Aunque el antibiótico no influya
nada en la evolución espontánea de la bronquitis aguda, el enfermo acaba
creyendo que la evolución favorable se ha debido al medicamento que le recetó el
médico.
Los síntomas de las bronquitis son muy
molestos. Yo sufro dos o tres todos los años, algunas o la mayoría contagiadas
por mis nietas y los pacientes. Nunca he tomado medicamento alguno. Cuando a
los pocos días mi tos nocturna no permite dormir a mi mujer, me levanto, me voy
a un sofá del salón y después de pasar a veces más de una o dos horas tosiendo consigo
quedarme dormido. Nunca he tomado un antibiótico ni ninguna otra medicina, y estoy
sano. La tos de la bronquitis aguda puede durar semanas, aunque con el paso de
los días, a partir de la primera o segunda semana, es cada vez menos intensa y
frecuente.
Cuando el paciente que la sufre toma un
antibiótico u otro medicamento (por ejemplo, un expectorante o un mucolítico, a
los que los neumólogos mejicanos llaman medicamentos inocentes porque no tienen
efecto beneficioso alguno, pero tampoco efectos adversos y entretienen al
paciente), al ir desapareciendo los síntomas, cree que el medicamento fue el
causante de esta mejoría. Si los síntomas empeoran, como sucede a veces después
de los primeros días, vuelven al médico, y pueden salir de la consulta con otro
antibiótico distinto, incluso con un inhalador o con un corticoide (cortisona)
oral, que tampoco van a influir en la evolución y pueden ocasionar efectos
adversos.
Todo esto sucede porque los pacientes,
sobre todo los menos leídos, confían más en los medicamentos y en nosotros, los
médicos, de lo que debieran. Los medicamentos son muy buenos cuando están bien
indicados después de haber sido diagnosticada correctamente la enfermedad que
padece el enfermo. Aunque hay enfermedades, bien diagnosticadas, como la
bronquitis aguda o gripe, para las que no hay tratamiento curativo alguno, solo
tratamiento sintomático para la fiebre o el dolor. Y los médicos, lo mismo que otros profesionales,
tienen distinto nivel de competencia. Los hay buenos y menos buenos. Los hay
honestos y menos honestos. Los hay que tienen una relación inapropiada con las
compañías farmacéuticas (el mayor número, que suelen ser los más prescriptores)
y otros (el menor número, y los menos prescriptores) que no tienen relación
inapropiada alguna con estas compañías.
Nunca
o casi nunca se critica al médico por recetar mucho. Suele ser al revés, por
recetar poco. Un gran error. Los mejores médicos son los menos prescriptores.
Es lamentable ver a enfermos mayores que toman más de diez comprimidos al día y
que al preguntarles porque toman cada una de esas medicinas no sepan decir por
qué las toman, y respondan: “porque me las ha recetado el médico, y si me las
dio será porque las necesito”.
La frase del doctor Oliver Wendell Holmes
es provocadora, pero posiblemente más de la mitad de las medicinas que se están
tomando ahora en el mucho desarrollado sean totalmente innecesarias, y estén
causando muchos efectos adversos y muertes. En Estados Unidos, los medicamentos
ocupan el tercer o cuarto lugar como causa de mortalidad. Hoy se considera una
verdadera “epidemia” las prescripciones de opiáceos (tramadol y otros similares),
que preocupa enormemente porque están causando muchas muertes. Allí, ahora, es
obligatorio que antes de prescribir estos medicamentos como analgésicos el
médico debe explicarle al paciente los serios efectos adversos de estos
fármacos, que además causan adicción, y debe ser aceptada la prescripción por el paciente con su firma. Hoy mismo leía que, en un ensayo de prevención
primaria, la aspirina no previno trastornos cardiovasculares en pacientes no diabéticos
y elevó ligeramente el riesgo de hemorragia gastrointestinal. ¡Y cuántas
personas sanas toman aspirina para prevenir estos riesgos!
El objetivo de las
compañías farmacéuticas es que todos, también los sanos, tomemos medicamentos.
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