Personas sin escrúpulos






"La maldad no necesita razones, le basta con un pretexto" (Goethe)






    Acababa de finalizar la carrera de ayer domingo por la mañana. Eran las 7:15 horas y pensaba en lo que me había dicho alguien el día antes: que para ser político no hay que tener escrúpulos, y que el nuevo presidente del gobierno de España, como la mayoría de los demás políticos, carece de escrúpulos. 
    Me paré para hacer estiramientos, que dudo sirvan para algo, en una barandilla de piedra que hay en la acera y giré la cabeza hacia atrás para ver como a un Peugeot 205 de color rojo, viejísimo, le costaba subir la pequeña cuesta donde yo estaba extendiendo mis cansadas piernas. Crucé la calle para la otra acera sin saber quién era la persona que lo conducía y ahora aparcaba.
    Salió un señor gordito, con cara de buena persona y con el cigarrillo en la mano, al que conocía muy bien. Hacía poco que lo había llamado al despacho de abogados donde trabaja. La secretaria me preguntó si era un cliente y, sí lo era, qué no hablaba con los clientes por teléfono, que tenía que ir al despacho. Pensé si sería por el mismo motivo que hacen algunos médicos, que no cogen las llamadas de sus pacientes para que vayan por allí y de esa forma cobrar las consultas. Le dije que era médico y quería hablar con él por un paciente con silicosis pulmonar al que íbamos a defender juntos en un juicio por su incapacidad laboral. Me pasó la llamada. Estuvo tan encantador como siempre. Le pregunté si seguía fumando. Se sonrió y me dijo que sí. Luego, me enteré qué no se puede pedir cita para él, sino que hay que ir allí, al despacho, para plantear el motivo por el que se requiere su servicio. Al parecer la sala de espera está siempre llena. Incluso hay gente esperando fuera, sentada en las escaleras. Un joven chófer, al que él había ayudado a conseguir una pensión por sufrir hipersomnia diurna que le impedía conducir el camión con seguridad, me decía hace poco que no le había querido cobrar nada. Y que le había dicho que estaba casi seguro que necesitaba más el dinero que él.
    Nos dimos la mano. Le pregunté, por esa incorrección profesional que tenemos algunos médicos, si me acompañaría al día siguiente a correr en vez de ir a la cafetería de al lado después de fumarse el pitillo. No te prometo nada, me dijo, y se rió. Le pregunté si no tenía miedo a morirse y si no deseaba que fuese lo más tarde posible. Me contestó que sí, pero que no conseguía dejar el vicio.
    Nos despedimos. Pensé que no había conocido en mí ya larga vida muchas personas que me parecieran tan buenas como este famoso, sencillo y humanitario abogado, y seguro qué con muchísimos escrúpulos a pesar de ejercer una profesión tan criticada y malmirada. Pensé también que nunca habría llegado a conseguir algo en la política. Duraría poco, por su no falta de escrúpulos.
    Cada vez me afianzo más en lo que creo desde siempre. Que hay (buenas) personas con escrúpulos, y que hay muchas otras sin escrúpulo alguno. En este último grupo incluyo a la mayor parte de los políticos… A casi todos.


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