Mariano Rajoy, un gallego muy gallego
“Lo que se hace con precipitación nunca se hace bien; obrad
siempre con tranquilidad y calma” (San Francisco de Sales)
Hace pocos meses escribía aquí, en este
blog, sobre Mariano Rajoy, después de haber oído decir a un paisano gallego que
el gallego ―se refería a él― es mucho gallego ("O galego e muito galego”).
No le conozco de nada, pero una persona muy
allegada que estuvo con él en una boda me dijo que había estado bailando toda
la noche y que le pareció muy cercano, majísimo. Majísimo puede tener muchos
significados, pero se refería a agradabilísimo. Después volvió a
estar con él en una cena baile en el Club Náutico de Sanxenxo y me dijo que
cada vez le caía mejor. Me fío mucho de su parecer porque conoce
muy bien a las buenas y a las malas personas. Nunca o casi nunca se equivoca.
Tiene fama, Rajoy, entre mucha gente que no
lo conoce de nada, de todo lo peor: vago, que no hace nada, que no es capaz de
tomar decisiones, en fin, un desastre. A mí, sin embargo, cada vez me gusta más
cómo actúa.
Y siempre, cuando hablo con familiares y
amigos, les digo que hay que tener mucho cuidado con él. Qué es más resbaladizo
de lo que parece. Y no lo digo porque piense que es malo o vengativo. No,
sino porque a los que no lo pueden ver, incluso de su propio partido, simplemente
los deja hablar, deja que lo critiquen, que lo pongan a parir… sin inmutarse y
sin contestarles. Lo digo porque, sin que pareciera mover un dedo, ha ido
“acabando”, “haciendo desaparecer” a todos los que en su mismo partido se han
enfrentado a él desde siempre. Los últimos, algunos políticos de Valencia hace
algunos años, y los más recientes y sonados, la expresidenta de Madrid,
Esperanza Aguirre, y José María Aznar.
Ahora, con lo de Cataluña, miles de
comentaristas en radios y periódicos le han criticado porque no tomaba decisiones.
Esperó, esperó y esperó… Puso de los nervios a muchos. Las tomó, en mi opinión,
posiblemente en el mejor momento.
Seguiría hablando de él, pero lo que quiero
decir no sabría decirlo tan bien como lo hizo Francisco Umbral ya hace años: “Rajoy no insulta al enemigo político,
sino que le puntualiza y le hace una ironía final que el otro no entiende, pues
si lo entendiese sería el mismísimo Rajoy. Cuando una periodista le acució para
saber cuándo sería la proclamación del presidente o favorito, este portavoz
dijo que «después del verano». La periodista, que lo era de raza, le preguntó
entonces qué entendía él por verano. Y Rajoy: «Julio, agosto, el verano es un
tema opinable. ¿Cuándo empieza y termina el verano? Dejémoslo abierto». Esto es
lo que se llama definir la vaguedad difundiendo más vaguedad, defenderse de la
avidez informativa y a veces gratuita extendiendo los límites de la información
hasta no decir nada, dejando así patente el tono de obviedad en que se
desarrollan tantos diálogos informativos que la estatura intelectual de Rajoy
encuentra pueriles y a la vez divertidos para jugar un poco con la saturación
política que nos invade. El equipo en competición por la presidencia cuenta con
un hombre aureolado como Mayor Oreja, con un talento matemático como Rato, con
un político de acción como Ruiz-Gallardón, etc. Con lo que no contaría, si no
fuese por Rajoy, es con el político puro en estado de gracia que ve el sentido
último de la cosa política como un juego de la inteligencia y un don de la
cultura. Rajoy entiende la política como la mejor de las democracias posibles, que
consiste en dudar también de la democracia, pero nunca de la originalidad, el
prisma mental y esa elegancia y serenidad que hacen que los conflictos, las
leyes, los enemigos y toda la vida nacional le vengan a comer en la mano. Eso
se dice en El Hipódromo.”
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