Psicofármacos






“El mejor médico es el que conoce la inutilidad de la mayor parte de las medicinas” (Benjamin Franklin)            





    Hace mucho que quería escribir sobre esto, pero siempre me detenía porque, aunque médico, no soy psiquiatra. Ahora, lo hago después de leer el libro “Psicofármacos que matan y denegación organizada”, de Peter C. Gotszche.
    Desde que era joven mi madre, posiblemente ya sufriendo depresión nerviosa, era diagnosticada por los médicos de Santiago de Compostela de piedras en la vesícula y tratada con medicamentos y dieta. Recuerdo que la acompañaba a un famoso médico internista -ya lo conté aquí en más de una ocasión, creo- que le recomendaba dieta a base de sopa de tapioca y sémola, y pescado blanco (lenguado, rodaballo, merluza…). Cuando acudía a la consulta para las revisiones señaladas, aquel médico, que no tenía casi ninguna de las cuatro H que debe tener un buen médico (honestidad, humanidad, humildad y humor), le preguntaba cómo se encontraba, si había mejorado. Ella le decía que no estaba mejor, y él, lo primero que hacía después era preguntarle si había hecho la dieta recomendada. Mi madre le decía que en los ultramarinos -bueno, solo había uno- de Quilmas, donde vivíamos, no había sémola ni tapioca y que tomaba sopa de fideos, y que el pescado blanco que cogía su marido, mi padre, tenía que venderlo para que yo pudiese estudiar. Él le contestaba que si no hacía la dieta que le había recomendado no podía mejorar, pero la mandaba volver en uno o dos meses, posiblemente solo para cobrarle una nueva consulta. Luego le mandó hacer un electroencefalograma y la envió a la consulta de un psiquiatra que me daba clase de psiquiatría en la facultad de medicina. Era un hombre bueno. Le diagnosticó depresión nerviosa y comenzó a tratarla con los fármacos que había en aquel momento, que siguen utilizándose y probablemente son igual de efectivos, quise decir infectivos, que los de ahora, pero más baratos. Tomó este y otros fármacos, probablemente los otros eran tranquilizantes, y, cuando estaba haciendo la especialidad en el hospital Valdecilla de Santander, tuve que ir a buscarla para ser intervenida allí de urgencias por estenosis pilórica debida a una úlcera duodenal, posiblemente relacionada con la enorme cantidad de medicamentos que estaba tomando.
    Continuó tomando psicofármacos toda su vida, después de los sesenta y tantos años se pasaba gran parte del día en la cama, engordó, y terminó en la década de los ochenta enfermando de demencia senil. Nunca podré saber si tanto psicofármaco que tomó pudo influir en la aparición de demencia, como ahora se sospecha. Pero saqué una conclusión, que los psicofármacos a mi madre le habían perjudicado más que beneficiado.
    He visto muchos pacientes en mi consulta, sobre todo mujeres, que acuden por otro motivo, ya que no soy psiquiatra, que en la entrevista me refieren que padecen depresión y toman medicamentos antidepresivos desde hace muchos años. Al preguntarle porque los siguen tomando si no les ha curado la depresión, la respuesta de todos o casi todos es que cuando intentan dejarlos se ponen peor. Y yo les pregunto, ¿peor de la depresión o por los síntomas de abstinencia por no tomarlos? No saben explicarlo, pero me parece que les pasa como cuando alguien está enganchado a una droga, como la nicotina o el alcohol, que, aunque no hacen bien alguno sino todo lo contrario, al no consumirlos, aparecen los síntomas de abstinencia. El Dr, Gotszche lo explica muy bien en otro libro titulado “Medicamentos que matan y crimen organizado”: “Podemos experimentar síntomas horribles al tratar de dejar el tratamiento, síntomas que pueden ser similares a los de la enfermedad, y otros que no habíamos sufrido antes. Es algo realmente terrible que casi todos los psiquiatras –y por lo tanto también sus pacientes- interpretan esto como una señal de que el tratamiento es aún necesario. Y normalmente no lo es. Lo que pasa es que se han convertido en dependientes del fármaco, igual que un drogadicto tiene dependencia de la heroína y cocaína. Y debido a que los fármacos ISRS (inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina) para tratar la depresión tienen efectos anfetamínicos, deberíamos considerarlos como drogas con receta y tomarlos lo menos posible”. Otro de los efectos adversos muy importantes es que cambian la personalidad de los que los toman.
    Ahora, un familiar está sufriendo una recaída de un trastorno generalizado de ansiedad, y, a pesar de enorme cantidad de psicofármacos que le están dando, está peor que al principio cuando no tomaba ninguno. Claro que ahora está menos ansioso o nervioso, pero, aunque dice que desde que toma tantos fármacos está peor, no quiere que se le intenten rebajar. En mi opinión le está sucediendo lo mismo que a las personas con depresión, que están enganchadas lo mismo que lo están las de la heroína o cocaína, que saben que le están haciendo daño, pero no son capaces de dejar estas drogas por los síntomas de abstinencia que le producen al dejar de consumirlas.
    Y hace pocos días aparecía esta noticia en las páginas de Orense de La Voz de Galicia: “el 70 % de los adolescentes con depresión no están diagnosticados”. Detrás de estas noticias siempre o casi siempre está la industria farmacéutica, que, como ya he comentado muchas veces, corrompe a médicos y responsables de salud. Lo mismo está sucediendo con enfermedades que conozco mejor. Salen informaciones como esta: "muchos pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) tabáquica no están diagnosticados", y la industria farmacéutica regala espirómetros para diagnosticar a los pacientes y tratarlos con fármacos inhalados -esto es por lo que está interesada en diagnosticarlos- cuando el único tratamiento efectivo para que la enfermedad no progrese es cesar de fumar cigarrillos. Hoy, si uno está triste o con duelo por el fallecimiento de algún familiar, ya es diagnosticado de depresión y tratado con psicofármacos. Y esto sucede también en los niños, y ya habrá leído que algunos fármacos antidepresivos aumentan el riesgo de suicidio en estos, y posiblemente también en las personas mayores.



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