Cartas a mi nieta
Contigo todo fue y es maravilloso
“El medio mejor para hacer buenos a los niños es
hacerlos felices” (Oscar Wilde)
“Los niños necesitan más de modelos que de críticos”
(Joseph Joubert)
Tus padres tenían que ir a una boda y nos
llamaron para cuidarte el fin de semana. Tu abuela y yo no lo dudamos. Pensamos
que pasaríamos un buen fin de semana contigo, pero no imaginábamos que sería
tan maravilloso. Te voy a explicar el porqué, para que cuando puedas leerlo y luego
lo experimentes cuando seas abuela, nos digas, aunque probablemente ya no estemos,
si decíamos la verdad.
Ya te conté en la carta anterior los
halagos que recibiste de todo el mundo el día de tu bautismo. Este fin de
semana solo te vimos nosotros y un matrimonio amigo que no había estado en el
bautismo -bueno, no es verdad, porque también te vieron y miraron muchas
personas más por la calle- pero te adularon lo mismo. Incluso más: dijeron que
ibas a ser artista o presentadora de TV, por lo que te gustaba posar para la
cámara y lo bien que lo hacías.
Lo
decían porque cuando paseábamos contigo por la calle no parabas de cantar, y si
nos parábamos a mirarte nos dedicabas siempre una sonrisa y, a veces, esos
ruidos tan simpáticos y duraderos, detenidos solo para respirar, que aprendiste
enseguida después de habértelos enseñado, haciendo vibrar los dos labios con
la ayuda de la lengua. Bueno, tú lo hacías algo distinto porque salivabas más
que yo, pero hasta esto te quedaba muy simpático. Después la foto o fotos, y tú
a posar y mirar para la cámara. Y el marido no paraba de decir también que
tenías mucho peligro, después de ver un video moviéndote como una
prestidigitadora en tu sillita verde con el muñeco pintado.
Cuando nos detuvimos en una cafetería para
comprar un helado una señora, que esperaba por su marido y no dejaba de
mirarte, se despidió cariñosamente de ti con la mano, porque seguro que le
llamaste la atención por tu vivaracha mirada.
Disfrutamos de ti, contigo, desde el
momento que te avivabas por la mañana. Tu abuela y yo acudíamos juntos a
despertarte, aunque el último de los dos días ya estabas despierta cuando
llegamos a la cuna. Te desperezabas, bostezabas, estirabas los brazos, cerrabas
otra vez los ojos, y empezabas a mover las patitas y los brazos de esa forma
tan bonita que sabes hacerlo. Te quedabas quieta, y de repente un gritito de
felicidad. Nos mirabas, sin parar de sonreír, y volvías otra vez a sacudir
vivamente las patitas y los brazos. No echabas de menos a tus padres cuando te
despertabas porque conocías que nosotros también te queríamos muchísimo. Ya
verás lo contenta que te pondrás cuando tu nieta/o al despertarse te mire y te dedique
una sonrisa maravillosa. Tal vez tan maravillosa como era y es la tuya, pero no
más.
Ya estabas dormida cuando el domingo por la
noche llegaron tus padres. Nos fuimos, como
todos los abuelos, hablando de ti durante todo el tiempo que duró el viaje. De
tu sonrisa, de la cara que pones, como cierras la boca y mueves la cabeza hacia
los lados cuando no quieres comer más, de los espabilada y maravillosa que eres…,
y de tantas cosas más.
Tres fines de semana después fuiste con tus
padres y abuelos paternos a una boda. Nos dijeron que allí también fuiste el
centro de las atenciones. Todos los invitados te cogían y a todos les dedicabas
una sonrisa, según nos contaron tus padres. Estuviste casi más solicitada que
la novia. Vimos las fotos, sentada en tu trona y posando para la cámara de tus
padres y abuelos paternos, como siempre.
El domingo de ese fin de semana, tus padres
regresaban contigo de Badajoz después de la boda y nos obsequiaron pasando contigo
por Zamora, donde estábamos los otros abuelos con el hermano y unos primos de tu
abuela, y los amigos que nos habían acompañado ese maravilloso fin de semana que
estuvimos contigo en La Coruña y te conté antes. Estábamos comiendo cuando
llegaste con tus padres. Fui corriendo a buscarte al coche. Al verme,
comenzaste a reírte, a echar grititos de felicidad, y a sacudir repetidamente,
rítmicamente, los bracitos y las piernecitas. ¡Ya conocerás lo maravilloso que
es eso para un abuelo! Te cogí en brazos y fui corriendo para el restaurante,
cantándote las canciones de Amancio Prada que le cantaba a tu madre cuando era pequeñita
como tú: "Eu teño un canciño", "Ven bailar Carmiña", y
alguna otra que no sé el título. Y lo que vino después fue lo que me hizo más
feliz en mucho tiempo. Tu abuela te cogió en brazos y comenzaste a llorar, con lágrimas,
y a gesticular para volver conmigo. Te cogía en mis brazos y dejabas de llorar.
Volvió a intentarlo tu abuela, que no te quería ni te quiere menos de lo que yo
te quiero, y llorabas de nuevo. Más familiares intentaron cogerte y volvías a
llorar. Pero lo que más llamó la atención de todos los que allí estaban fue que
también lloraste cuando tu madre te cogió de mis brazos. Intenté que no probara
tu padre, porque me fastidiaría más que hicieses lo mismo con él que con los
demás. Luego, cuando necesitaste que te cambiaran el pañal ya no le lloraste a
tu madre ni a tu abuela, porque sabías que eso no lo hago nada bien. Cambiar
los pañales siempre se me dio mucho peor que cantar, aunque tampoco esto lo
hago muy bien.
Después me puse a pensar porque habías
hecho aquello. Se me ocurrieron varias teorías. Que tu madre te transmitió lo
mucho que le gustaban mis canciones cuando era pequeñita. No sé si esto tiene
alguna base científica, pero así como las terneritas de Porto de Sanabria nunca
comen setas venenosas y ese aprendizaje lo "heredan" de sus madres, tal
vez tú también naciste esperando oír esas canciones de tu abuelo que a tu madre
tanto le gustaban (sabes Valentina, por esto que te estoy diciendo ahora fui
muy criticado porque el parecer no tiene base científica alguna, y además me pusieron
verde por compararte con una ternerita de Porto de Sanabria, con lo inteligente
que eras y continúas siendo -a mí las terneritas de Porto también me parecen
muy inteligentes-. La otra, por lo que dijo Charles Paul de Kock: "Los niños adivinan que personas los aman. Es un don natural
que con el tiempo se pierde”. Pero claro, no parece probable que, aunque
te quería y quiero muchísimo, tu abuela y tu madre te quieran menos. Alguien me
dijo que a las niñas pequeñas les gustaban las voces graves, pero no me parece
que esta fuese la única razón. Hasta llegué a pensar si aún conservaré algo del
encanto que tenía cuando era jovencito para las chicas. Valentina, esto es de
broma, porque le doy la razón a Pierre Agustín, "tontería y vanidad son
compañeros inseparables", y no me considero ni lo uno ni lo otro. Además,
aunque fuese así cuando era jovencito, luego debí perder todo ese encanto
porque no enamoraba a ninguna. Las razones que dieron tu abuela y tu madre fueron
que yo te había ido a buscar al coche y después, como había mucha gente en el comedor,
te asustaste un poquito y sabías, porque ya eras muy perspicaz, que yo te
protegería de toda aquella gente mejor que las personas de tu género, como la
abuela y tu madre.
Por tanto, aunque no sé la razón exacta de
aquello, te lo cuento como sucedió porque debes ser la única persona de la familia
que no lo conoce, ya que lo de aquel día lo divulgué urbi et orbi, y lo recordaré
siempre como uno de los días más felices de mi vida.
No habías aún cumplido los diez meses.
Después vinieron muchos días y fines de semana como estos y que ya te contaré
en otras cartas. Como este, dos días después de que hubieses cumplido los diez
meses. Tu abuela llevaba dos días contigo en La Coruña y cuando llegué el
sábado por la tarde, un día antes del momento que estoy finalizando esta nueva
carta, estabas dormida. Cuando te despertaste me dedicaste sonrisas
maravillosas, sacudidas de las patitas, chillidos de felicidad. Te cogí en
brazos. Poco después te cogió la abuela. Comenzaste a llorar y a gesticular
para volver a mis brazos. Hoy, ahora, al despertarte volviste a hacer lo mismo.
¡Cuánta felicidad nos dabas y nos das!
Pero no solo hiciste y haces felices a los
otros abuelos y a nosotros. Hiciste y haces felices a tus padres, a tus tíos y
a todas las personas que han estado y están un rato contigo. Eras y sigues
siendo maravillosa.
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