La enferma viejecita, la enfermera, y el médico de la UCI
"La belleza, cuanto menos vestida,
mejor vestida está" (John Fletcher)
El doctor López Piñeiro está en uno de los
despachos médicos de la planta de hospitalización de neumología, dispuesto a
comenzar la visita de los pacientes que tiene a su cargo. Una enfermera le
avisa que vaya rápido a la habitación 504 porque hay una parada. En esa
habitación, como en todas las demás de la sala de neumología, hay tres camas.
La paciente que se ha parado -así hablan los médicos y enfermeras-, de 93 años,
es la de la cama situada al lado de la ventana que da al exterior. Estaba
sentada en uno de los tres sillones de la habitación cuando se encontró mal, se
mareó, perdió el sentido y se cayó del asiento al suelo. Cuando el doctor López
Piñeiro entra en la habitación la enferma está echada en el suelo, boca arriba.
Así la habían puesto la enfermera y dos auxiliares de enfermería para poder
llevar a cabo las maniobras de reanimación cardiorrespiratoria. Está despeinada,
y los párpados caídos no permiten ver sus ojos. El pijama que viste del
hospital le queda muy flojo y las mangas de los brazos, demasiado largas, tapan
casi totalmente los dedos de las manos de ambos brazos, inmóviles y pegados a
los lados de su cuerpo.
La enfermera que le había llamado le
insufla aire a la paciente viejecita con la mascarilla de un ambú a través de
la nariz y la boca. Una de las dos auxiliares de enfermería le hace masaje
cardiaco, con mucho cuidado para no romperle alguna costilla. Otra enfermera
está insertándole un catéter fino de plástico en una de las duras y envejecidas
venas del antebrazo derecho.
El doctor López Piñeiro cree que la parada
cardiorrespiratoria se debe a una trombosis cerebral y, aunque duda, la intuba,
colocándole un tubo endotraqueal a través de la boca, con la ayuda del
laringoscopio. Lo consigue fácilmente, como en muchas ocasiones anteriores que
lo había hecho en el primer año de la especialidad de Cuidados Intensivos,
antes de cambiarse a la de neumología. Ahora la enfermera ya introduce el aire
en los pulmones de la ancianita, apretando y soltando la bolsa negra de
plástico del ambú con sus finas y cuidadas manos, a través del tubo que tiene
alojado en la tráquea. El doctor López Piñeiro la ausculta y comprueba que el
aire entra en los dos pulmones y que el corazón de la viejecita late despacio.
Le abre los dos párpados y comprueba que tiene la mirada desviada a la derecha
y la comisura de la boca desviada hacia el otro lado, a la izquierda.
Poco después, la enfermita ya obedece
órdenes sencillas. Al pedirle el doctor López Piñeiro que apriete su mano con
la mano derecha, lo hace, pero es incapaz de hacer lo mismo con la mano
izquierda. Le levanta el brazo izquierdo y después la pierna de ese mismo lado,
y el brazo y la pierna caen desde arriba sin resistencia alguna. Por una vena
de su antebrazo derecho fluye suero glucosado a mucha velocidad, a través del
catéter que cae desde la botella colocada en el árbol metálico de
sujeción.
Esta viejecita, con el pelo totalmente
gris, había sido hospitalizada de urgencia por una neumonía una semana antes y
había evolucionado bien con el tratamiento antibiótico. El doctor López Piñeiro
incluso había pensado darle de alta a su domicilio muy pronto. Pero había
llegado deshidratada al servicio de urgencias y esto tal vez había favorecido
la trombosis vascular cerebral que tiene ahora.
Vivía muy cerca del hospital, con su única
hija y el yerno. Había hecho siempre una vida muy sana, nunca antes había
visitado un médico, y su hija no entendió porque había enfermado de neumonía.
El doctor le había explicado, al día siguiente de haber ingresado su madre, que
uno está sano hasta que está enfermo y que está vivo hasta que se muere, y que
llevar una vida saludable es mejor que lo contrario pero no garantiza que uno no
pueda enfermar, sobre todo en la vejez, y morir. Y un día antes de haber
ocurrido esta complicación le había dicho a su hija que probablemente daría de
alta a su madre en uno o dos días.
El doctor López Piñeiro, antes de intubar a
la enferma viejecita, había ordenado a una de las tres enfermeras de la sala
que llamara al médico de guardia de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). El
médico intensivista de guardia llega enseguida, cuando acaba de ser intubada la
viejecita por el doctor López Piñeiro. Este le pone al corriente de lo que le
ha sucedido a la enferma, que continúa echada en el suelo de la habitación boca
arriba y, a su lado, la enfermera que oprime el ambú conectado al tubo
endotraqueal para introducir aire en sus pulmones. La auxiliar de enfermería ya
ha dejado de hacerle masaje cardiaco.
La enfermera que aprieta el ambú con las
dos manos es muy atractiva. Su uniforme, un vestido entero de color blanco, con
botones centrales delanteros desde el cuello hasta el remate del mismo, le
queda un poco por encima de la rodilla. Tal vez un poco más por encima de la
rodilla de lo habitual porque con tantos lavados es probable que se haya
encogido algo. Este uniforme blanco, con botones por delante, fue retirado unos
años después por la dirección del hospital porque si las enfermeras no se
ponían una falda o combinación debajo, la separación entre uno y otro botón era
tanta que dejaba ver sus muslos. El botón inferior del uniforme de la bella
enfermera está desabrochado, y esto, junto a la incómoda posición de cuclillas
que ella había adoptado por resultarle más cómoda para apretar la bolsa negra
con aire del ambú, permite ver sus preciosas piernas y parte de sus muslos.
Pero ella está tan centrada en auxiliar a la viejecita que no se percata de lo
que enseña.
El médico de la UCI comienza a dar vueltas
alrededor de la ancianita y de la enfermera, y le comenta al doctor López
Piñeiro que es muy mayor para ingresarla
en la UCI y que, como ya ha superado la parada cardiorrespiratoria,
puede seguir siendo atendida en la misma cama de la sala de neumología donde
estaba.
- Bueno, también es verdad que podría
subirla a la UCI si a ti te parece mejor -le dice al doctor López Piñeiro-, aunque
por su edad creo que es preferible dejarla aquí. Además, probablemente podrás
desintubarla muy pronto.
El médico de la UCI es mayor que el doctor
López Piñeiro y bastante menos atractivo, mejor dicho, nada atractivo. Resopla,
posiblemente por el peso excesivo que tiene, y sigue moviéndose, girando
alrededor de la ancianita y de la enfermera. No se puede asegurar que llevase
gafas, aunque ya pasaba de los cincuenta, pero su ojos, con gafas o sin ellas,
miran de vez en cuando por la ventana exterior, desde donde se ven los prados
cercanos y los árboles que rodean el hospital, pero acaban siempre posándose en
los bonitos muslos que la bella enfermera enseña sin darse cuenta, mientras
sigue apretando el ambú rítmica y sosegadamente. Y el médico de la UCI sigue
dando vueltas y más vueltas, y sus ojos siempre acaban mirando al mismo sitio:
a las bonitas piernas de la enfermera.
La enfermera cambia constantemente su
posición de cuclillas, apoyando de forma intermitente el peso del cuerpo en una
pierna y luego en la otra. Cuando ya no puede más, por el cansancio de sus
piernas y de sus brazos, le dice a una auxiliar de enfermería, que acaba de
entrar en la habitación, que continúe insuflando aire con el ambú en los pulmones
de la viejecita, y ella se levanta y sale de la habitación. El vestido de la
auxiliar de enfermería no es tan corto como el de la enfermera, ni tiene
botones por delante, ni ella es tan atractiva. El médico de la UCi deja de mirar al suelo, donde
estaba hace un momento la viejecita y la guapa enfermera -la viejecita todavía
sigue en el suelo de la habitación, intubada-, como hacía un poco antes de
forma continuada, y decide ahora, sin dudarlo, no subir a la enfermita a la
UCI.
El doctor López Piñeiro se ha dado cuenta
de todo y lo comprende. A los médicos, como a los demás hombres, les gusta la
belleza, también la de las mujeres. Además, el médico de la UCI no había
cometido falta alguna ya que la
paciente ancianita estaba siendo correctamente manejada por
el médico y las enfermeras de neumología. Deleitar la vista mirando cosas
bellas siempre es agradable y seguro que disminuye el estrés que tienen los
médicos de la UCI, pensó el doctor López Piñeiro.
La viejecita fue subida a la cama con la
ayuda de los dos médicos, enfermeras, auxiliares de enfermería y el celador de la
planta, aunque hubieran bastado menos porque era muy delgadita. El doctor
López Piñeiro pensó en ese momento que la delgadez de la enferma viejecita
probablemente había sido una de las razones principales de haber llegado a esa
avanzada edad.
…....
(*) Una de mis aspiraciones -de
las muchas que aún tengo- es escribir una novela. Solo conozco el título:
"Recuerdos de un joven médico viejo". Y pensé que debía atreverme a
escribir un primer borrador del inicio de un capítulo, ¿el primero? Esto es lo
que hice, sin haberlo revisado, rectificado. Me gustaría oír sus críticas,
incluso si me desanima a continuar con este propósito. Gracias.
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