Políticos




“Pradicando po los votos andan catro lacazans, engañando a catro tontos, prometendo o que non dan” (Predicando por los votos andan cuatro holgazanes, engañando a cuatro tontos y prometiendo lo que no dan) (Alfonso Castelao)


    Era domingo por la mañana. Estaba en un despacho de periódicos dispuesto a pagar uno que había cogido de la exposición. Entró un político, situado entre los primeros lugares del hit parade provincial y, sin reparar que estaba yo antes, cogió un periódico, se fue directamente al mostrador con la cabeza bien alta, lo pagó, y salió del local como una estrella de Hollywood -no muy agraciada físicamente, eso sí-, sin haber pedido disculpas por saltarse la cola. Lo he vuelto a ver alguna vez más, una cogiendo un coche oficial con chófer y otra por la tarde de un viernes de verano, con otros políticos entrando en un coche mal aparcado en el centro de la ciudad, y mi impresión, aún sin conocerlo, fue la misma que tengo cuando veo a la mayor parte de ellos en la TV o en los periódicos.  

    Es un momento fácil ahora para criticarlos y para decir que son todos, o casi todos, iguales. Desde hace mucho tiempo vengo preguntándome si no habría otras personas que pudieran gobernar mejor nuestro país y que cosas habría que cambiar para que unos buenos controles no permitieran que los que nos gobiernan a nivel estatal, autonómico, provincial y municipal sean, en general, tan golfos, tan sinvergüenzas, tan de cuidado. Pero aún me preocupa más la duda que no he logrado resolver: ¿serían o seríamos igual de sinvergüenzas cualesquiera españoles que estuviesen o estuviésemos ahí?

    Durante la carrera me di cuenta enseguida que los que encabezaban las protestas políticas contra la dictadura de Franco y llevaban detrás a la masa de estudiantes eran, generalmente, los peores estudiantes, los menos brillantes. Después, seguí observando tres cuartos de lo mismo: los médicos menos brillantes, los menos afanosos, eran quienes generalmente se dedicaban a la política; muy raramente lo hacían los mejores, los más brillantes. Ahora, examino a los políticos para ver lo que me sugieren sus caras y sus palabras cuando hablan en la TV y los comparo con las caras y palabras de buenos profesionales. En general, la perspicacia o sagacidad de las caras y las palabras (lo que dicen y como lo dicen) de los políticos salen perdiendo por goleada. 

   No sé las razones de que esto sea así pero me las imagino. Para ser un buen médico es necesario que a uno le guste la medicina, ser inteligente, buena persona, y estudiar y trabajar duro todos los días. Para ser un buen político hay que ser honrado, sagaz, apasionado, y trabajar duro para intentar que los ciudadanos del país, autonomía, provincia o municipio vivan mejor. Para ser un político como la mayor parte de los que tenemos no se necesita ser honrado, ni trabajador, ni inteligente, ni apasionado: solo meterse en un partido, acatar las órdenes de los superiores e inclinarse ante ellos, y zancadillear a los que puedan impedirle seguir ascendiendo en el escalafón. ¡Ah! Y hacer más o menos bien lo que decía Castelao, predicar y engañar, o lo que decían los paisanos de mi aldea cuando veían en la TV en blanco y negro del bar a Licinio de la Fuente, un ministro de Franco: “fura as espiñas falando” (agujerea las espinas hablando).   

    Y ¿cómo controlarlos? Para controlarlos haría falta un sistema judicial independiente, y que el fiscal general del estado fuese elegido directamente por los ciudadanos. Porque si los encargados de controlarles son designados por ellos, como sucede ahora, poco les van a controlar.

    Hace unos meses el catedrático de Derecho Constitucional, Roberto L. Blanco Valdés escribió, en las páginas de opinión de La Voz de Galicia, un fenomenal artículo, que tituló "¡Ay!, la neurosis del poder". El basó el artículo en el libro "La neurosis del poder", escrito por Piero Rocchini y publicado en 1992 en Italia, después de haber estado nueve años ejerciendo como psicólogo en el Parlamento italiano.

    Una de las conclusiones de Rocchini es que una clase dirigente inútil y de corte cada vez más parasitario es perjudicial y debe ser superada, pues da lugar a un poder que se nutre a sí mismo, olvidando la finalidad para la que ha sido creada. Y resume así los mensajes que envían los políticos: “soy una persona importante, mejor dicho: importantísima. Soy el centro del universo y los demás existen para dar vueltas a mi alrededor”. Dice también que el político narcisista vive para sí y la atención a los demás es solo instrumental. Parece escrita para nuestro presidente actual. 

    Creo, como el profesor Blanco Valdés, interesantísimo lo que dice Piero Rocchini. Lo mismo sucede en España y me imagino que en muchos otros países, sobre todo del sur de Europa y Latinoamérica. Tal vez sea distinto en los países del norte de Europa. Hace poco leía que a los daneses no les gustan los políticos, pero confían en los suyos.  

    Mi impresión cuando veo o escucho a la mayor parte de los políticos es la misma que la de aquel día en el kiosco. Hoy mismo, hace un momento, un poco antes de finalizar el artículo, he visto a dos concejalas del ayuntamiento de esta ciudad, de distinto partido político, en los puestos medios o bajos del hit parade provincial, y la impresión que me dieron fue la misma que la del día que estaba en el kiosco y la de muchas otras veces. Creo, como Rochini, que se creen el centro del universo (bueno, estas concejalas que acabo de ver imagino que solo se creen el centro de la ciudad). Cuánto más necios, más se lo creen (estoy acordándome ahora de algunos portavoces del Congreso de los Diputados). 

    Pero también estoy de acuerdo con lo que muchos piensan y dicen: que cada país tiene los políticos que se merecen sus ciudadanos. Porque muchos de los que han alcanzado y alcanzan el poder en países del sur de Europa, incluido por supuesto el nuestro, posiblemente nunca lo hubieran logrado en países del norte del continente europeo.

    No dejo de pensar que haríamos muchos de los que les criticamos si estuviésemos en su lugar, con los mismos escasos controles que hay sobre ellos. Y me viene muy bien lo que contestaba más o menos el señor Bono, ex-presidente de Castilla La Mancha y ex-ministro de Defensa de España, cuando le preguntaban unas señoras ¿periodistas? en TVE sobre los políticos corruptos: “No se puede generalizar. Hay políticos honrados y menos honrados, igual que hay notarios (nombró otros profesionales que no recuerdo) honrados y menos honrados. Somos igual que ustedes porque venimos de la sociedad en la que están ustedes, no somos diferentes”. ¿Y si Bono tenía razón? En lo de la inteligencia no la tiene, porque desempeñando sus cargos podía haber personas mucho más capaces. Pero también es verdad que podrían estar personas aún peores, que nos prometiesen, engañasen y empobreciesen aún más. Por el camino que vamos puede suceder pronto.

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