Morimos como nacemos, pero al revés y callados
“Envejecer
no es problema. Sólo hay que vivir lo suficiente” (Groucho Marx)
“Gritamos
cuando nacemos, para empezar a respirar; callamos cuando morimos, para dejar de
respirar”
Supongo que tal vez no le resulte agradable
leer lo que sea sobre la muerte, pero pienso que es algo tan natural como el
nacer, y siempre he creído que la "naturaleza", o quien sea, nos
prepara fenomenalmente para las dos cosas, para nacer y para morir.
Siempre recuerdo el nacimiento de mi primer
hijo como el hecho que más me impresionó y llenó de felicidad en la vida. Cuando
aquella niña hermosísima acababa de salir del vientre de su madre, después de
muchas horas de trabajo, escuché enseguida el llanto más bonito que he oído en
mi vida. Y comenzó a respirar.
Muchos años después, el día más triste de
mi vida, oí como mi padre enmudecía y dejaba de respirar para siempre.
Los primeros meses después de nacer los pasamos
en la cuna. Salimos muy poco de casa y cuando nos sacan, en los cochecitos con
capota y más tarde en las sillas de ruedas, siempre vamos acompañados de nuestros
padres, otras personas de la familia o cuidadoras de confianza. Hasta podemos
viajar lejos, porque a nuestros padres les agrade llevarnos con ellos o porque
no tengan a nadie de confianza con quien dejarnos.
Poco después comenzamos a caminar o a
intentarlo. Las caídas son muy frecuentes, casi continuas, hasta que logramos
mantenernos de pie. Nuestros huesos en formación se doblan y aguantan sin
romperse. Más tarde, caminamos lentamente, pero vamos haciéndolo cada vez mejor
y con mayor rapidez. Después comenzamos a recordar. Nuestros padres ya saben
que nos funciona la memoria aunque a veces, por nuestra conveniencia, hagamos como si la hubiésemos
perdido. En la edad del pavo, nos volvemos algo insoportables y es el momento en
el que los padres tienen que actuar con mucha mano izquierda. Y ya pronto nos
hacemos adultos
En la edad adulta, unos se desvían del “camino
recto” y ya no vuelven a él; otros se desvían y vuelven, y los demás no se
desvían nunca. Unos fundan una familia con hijos y otros no. Unos se casan varias
veces, otros ninguna. Pero todos acabamos envejeciendo. Y la mejor forma de
saber que ya estamos en el comienzo de esta etapa es cuando tenemos que alejar
el libro o el periódico para poder leerlo. Después olvidamos los nombres de las
personas, luego las caras, y comienzan a decirnos "por ti/usted no pasan
los años", como muy bien lo expresa Lewis Wolpert en el libro que titula
exactamente así.
Van pasando los años. Nos movemos más
lentamente porque las piernas se tornan desobedientes a las órdenes que reciben
del cerebro. Además de los olvidos ya mencionados se añaden otros, como el subirse
la pretina (en las mujeres no conozco su equivalencia) y más tarde como
bajarla.
Luego suceden las caídas, y como ahora nuestros
huesos están huecos se rompen con facilidad. Estas resbaladas suceden aún con
mayor frecuencia por tomar medicamentos para dormir por la noche, debido a la
mala costumbre (o imposibilidad para mantenernos despiertos, como sucede en la
infancia) de pasar gran parte del día durmiendo a cachos.
Los últimos años/meses de nuestra vida los
pasamos sentados o en la silla de ruedas, y en la cama. Salimos poco de casa
porque no podemos o porque ya no nos apetece, y si lo hacemos siempre nos
acompañan nuestros hijos, otros familiares o cuidadoras/es de confianza.
Aunque es verdad que algunos viejos
envejecen fenomenalmente. Se levantan temprano, trabajan y caminan todos los días, incluso
viajan lejos solos o acompañados de sus familiares, hasta poco antes de dejar
de respirar y callarse para siempre. ¡Bienaventurados ellos!
www.clinicajoaquinlamela.com
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