Médicos y políticos




“Los médicos no son para eso; su misión es recetar y cobrar; el curarse o no es cuenta del enfermo” (Molière)
 




 

        
“La política es el campo de trabajo para ciertos cerebros mediocres” (Friedrich Nietzsche)








Me había prometido no escribir más veces sobre los políticos. Creía que ya había hablado mal de ellos lo suficiente. Pero hoy, cuando salía de mi consulta para ir a comer, pensé sí podía haber algún parecido entre políticos y médicos. Es de lo que voy a escribir ahora, y no para hablar mal de los unos ni de los otros porque pertenezco al grupo de los médicos. Y no es elegante hablar mal de los compañeros, ni de nadie.
    Lo primero que me vino a la cabeza fue mi estancia en el Hospital Marqués de Valdecilla de Santander, en donde hice mi especialidad de neumología en la segunda parte de la década de los 70, del siglo pasado, claro.
    Allí vi claramente que los mejores médicos eran lo que tenían la cabeza mejor amueblada, los más trabajadores, los que más estudiaban, y los más serios, también. Sin embargo, los más “populares” podían ser otros que eran más habladores, más simpáticos, que se manejaban (no trataban) mejor con los pacientes y familiares, pasándole más la mano por el hombro e informándoles más detenidamente. Es verdad que, al ser un hospital público, no había interés alguno en aumentar la clientela porque había bastante para todos y se cobraba lo mismo con más o menos pacientes. En cualquier caso, al final, casi todos los otros trabajadores del hospital conocían quiénes eran los mejores médicos, y si tenían que operarse o consultarse sabían bien a quiénes tenían que pedir el favor primero. Yo también, en aquel momento y ahora, si tuviera que escoger entre un médico muy amable que me pasara la mano por el hombro y otro que lo fuera menos, pero que fuese mejor médico, que supiese más, escogería al segundo. Claro, mejor, que tuviese las dos cosas, sabiduría y amabilidad. También es verdad, que los que conocían bien a los médicos excelentes solían ser los buenos profesionales de otros estamentos y los buenos médicos residentes. Y esto, ¿cómo compararlo con los políticos? El porcentaje de políticos excelentes hoy es mucho más bajo que el de médicos excelentes, mejor dicho, muchísimo más bajo. Sucede lo mismo, en este pequeñísimo porcentaje de buenos políticos (¿menos del uno por ciento?) —no voy a decir excelentes porque sería más difícil encontrar uno excelente entre estos que encontrar una aguja en un pajar— qué con los médicos, que no son los más populares, no son los que más gustan a la mayoría de la gente ni a los afiliados de su partido. Pondré dos ejemplos. Uno en el PSOE, comparando Javier Fernández, presidente de Asturias, y Pedro Sánchez. Creo que no hay comparación entre uno y otro, y sin embargo ya ven cuál es más popular entre la gente de su partido y hasta en la población general. El otro en el PP. Creo que tampoco había comparación entre Manuel Pizarro, presidente de Endesa y de la CNMV previamente, y cualquier otro político del Partido Popular.
    Y esto mismo pasa entre los médicos. Un ejemplo que ya he puesto otras veces en los escritos de este blog. Había dos médicos de cabecera en mi ayuntamiento cuando estaba estudiando la carrera de medicina. Uno excelente, el mejor médico que he conocido a lo largo de mi vida profesional, serio, poco hablador, que tenía menos enfermos “igualados” que el otro, nada buen médico, más informal, pero más campechano, hablador, popular, que tomaba chiquitos con los enfermos y daba bajas laborales a los marineros embarcados por una caja de puros y les recetaba lo que le pedían. A don Juan, el primero, lo conocían en el hospital de Santiago de Compostela por sus buenísimos diagnósticos. A la madre que le pedía unas vitaminas para abrirle el apetito a su hijo le recomendaba, en vez de prescribírselas, que le pusiera la misma comida por la noche, y si tampoco la comía que se la pusiera al día siguiente en el almuerzo y si tampoco la comía que lo llevara a la consulta por la tarde… Y la madre no volvía con el niño ni a por vitaminas.
    Dice Carlo M. Cipolla en “Las leyes de la estupidez humana” ―se lo recomiendo leer―que hay el mismo número de estúpidos entre los catedráticos que entre los bedeles de la universidad, y me lo creo. También creo que puede haber un número igual de estúpidos entre los políticos que entre los médicos. Sin embargo, creo que él número de inteligentes —no espabilados—, es bastante mayor entre los médicos que entre los políticos. No me pondría en las manos de algún médico porque conozco a alguno que no sé cómo habrá podido acabar la carrera, pero no me pondría en las manos de ningún político porque no considero fiable a ninguno. Además, aunque digo que en alguno de los médicos no me pondría en sus manos porque solo Dios sabe cómo han conseguido terminar esta carrera universitaria, solo un número pequeño de los políticos tienen una carrera universitaria finalizada, o eso creo, y muchos no han estudiado ni han dado un palo al agua en su vida. ¡Esto no es hablar mal, es decir, la verdad, o, al menos, mi verdad!
    William Osler, eminente médico canadiense, uno de los mejores médicos nacidos en el siglo XIX, que falleció en 1919, decía que un buen médico tiene que tener las cuatro H: honradez, humanidad, humildad y humor. Creo que un buen político debería tener las tres H: honradez, humildad y humor. Si entre los médicos no hay muchos con las cuatro H, entre los políticos creo que no encontraríamos uno con las tres. Nuestro presidente de gobierno actual no tiene una sola H.
  



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