Miedo a la muerte





“La fuente de todas las miserias para el hombre no es la muerte, sino el miedo a la muerte” (Epicteto de Frigia)







    Ayer un amigo me dijo que teníamos que aprovechar el tiempo porque ya nos quedaba poco. Bueno, no sé si dijo poco o menos. Otro amigo, también ayer ―fue una coincidencia hablar con dos amigos el mismo día, mejor dicho, aún hablé con otro más tarde, porque los amigos los cuento con los dedos de la mano, aunque no me sobra ningún dedo, y estoy contento porque Pío Baroja dijo que la inteligencia guardaba relación indirecta con el número de amigos que uno decía tener― creo que me dijo algo parecido, y me quedé tan tranquilo.
    Digo esto porque de pequeño tenía mucho miedo, pánico, a la muerte. He pensado muchas veces en ello y creo que, al menos en parte, se debía a que cuando era pequeño dormía con mi abuela y ella, antes de dormirse, rezaba el credo o tal vez el rosario porque a mi me parecía que duraba una eternidad y terminaba siempre con una oración a un santo ―¿San José?― para que nos concediera una “buena” muerte.
    Fuera por la oración de mi abuela al santo o por lo que fuera, seguí teniéndole durante algunos años mucho miedo a la muerte. Casi lloraba al pensar en ella. Y, además del miedo, lo que peor llevaba era pensar en que yo me fuese no sé para dónde porque no sé si de aquella creía en el cielo, y mis amigos ¿y amigas? (lo de las amigas no lo recuerdo porque no sé sí tenía las mismas de ahora) quedasen divirtiéndose aquí en la tierra.
    Durante los estudios de la carrera de medicina aún me debió durar aquel miedo porque tuve todas las enfermedades graves que estudiaba: tétanos, cirrosis, linfoma de Hodgkin, cor pulmonale crónico, etcétera. Hasta creo que algunas otras que no me atrevo a nombrar.
    Aunque los filósofos dicen qué porque se hayan muerto todas las personas hasta ahora eso no quiere decir que alguna pueda no morir, hoy todos sabemos que nos vamos a morir. Al menos la mayoría de los de mi quinta porque no llegaremos a 2050, fecha en la que según un investigador argentino, más joven que nosotros y que espera llegar a ese año, la gente dejará de morir porque la investigación científico-médica conseguirá la inmortalidad de los humanos.
    Enfrentarse a la muerte es en mi opinión la situación más difícil de nuestra vida. Los médicos conocemos muy bien que nadie se muere contento, pero unos se enfrentan a ella y lo manejan mejor que otros. Recuerdo una entrevista que me impresionó. Jesús Hermida conversaba hace muchos años con Juan Antonio Vallejo Nájera, psiquiatra, gran comunicador y escritor, cuando ya padecía el cáncer de páncreas que la causó la muerte a los 63 años. Le preguntó que pasaba cuando estaba solo. Él, en su especialidad ayudaba a los enfermos a enfrentarse a situaciones de pánico, pero dijo que cuando estaba solo, desde que sabía que padecía esta enfermedad, se le caía alguna lágrima.
    Le dije, o le debía haber dicho, a mi amigo, también médico, al que conozco desde nuestro bachillerato en el colegio de La Salle de Santiago de Compostela, algo que creo que él me había dicho hace algún tiempo: que no tengo miedo a la muerte porque mi savia queda en mis tres maravillosos hijos y en mis tres nietos (por ahora), y es como si continuara viviendo.
    Ya sé que los padres no podemos decir con la seguridad de las madres que los hijos son nuestros. Pero estoy seguro de que al menos mi hija lo es, por las dos preciosas vikingas que ha traído al mundo. Los de mi época que nacimos en la Costa de la Muerte éramos todos o casi todos rubios porque allí hace muchos años paraban los vikingos cuando viajaban en barco buscando el calor de Levante, de Valencia. Debieron hacer otras cosas, cuando atracaban allí sus barcos, además de descansar, de forma consentida o no consentida. No creo que los vikingos le tuvieran miedo a la muerte. Los de esta maravillosa y peligrosa zona de la costa de Galicia, valientes como ellos, no le tememos a la muerte porque seguiremos existiendo en nuestros descendientes cuando ella nos visite.



   


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