Napoleón versus Puigdemont
“Todos los necios son obstinados y todos los obstinados son
necios” (Baltasar Gracián)
He comenzado a leer “La lucha por el poder.
Europa 1815-1914”, de Richard J. Evans, y en las primeras páginas comienza
recordando la batalla de Waterloo, en la que Napoleón Bonaparte fue derrotado el
18 de junio de 1815. Y como no recordaba lo que había estudiado en el colegio
hace muchos, muchos años, me fui a Wikipedia y vi que Napoleón fue depuesto y
abdicó como emperador de Francia el 6 de abril de 1814 y exiliado unos días
después a la isla de Elba. Napoleón escapó de Elba en febrero de 1815 y retomó
Francia. Llegó el 20 de marzo, sin disparar ni un solo proyectil y
aclamado por el pueblo, levantando un ejército regular de 140 000 hombres
y una fuerza voluntaria que rápidamente ascendió a alrededor de 200 000
soldados. Era el comienzo de los Cien Días.
Establecido de nuevo en París, promulgó una nueva constitución, de carácter más
democrático y liberal que la vigente durante el Imperio. Muchos veteranos
acudieron a su llamada, comenzando de nuevo el enfrentamiento contra los
aliados. El resultado fue la campaña de Bélgica, que concluyó con la derrota en
la batalla de Waterloo.
Napoleón fue encarcelado y desterrado por los británicos a la isla de Santa Elena en el Atlántico,
el 15
de julio de 1815
y allí falleció el 5 de mayo de 1821.
Esto me hizo recordar a Puigdemont, el
presidente del actual gobierno de Cataluña. Por supuesto no en el parecido
físico ni en la valentía. Por las fotos que he visto, Napoleón tenía también flequillo
pero dejaba más frente visible tal vez porque tenía menos pelo. En cuanto a la
valentía, por lo que leí en una biografía de Napoleón hace años y lo que leo y
veo todos los días del presidente de Cataluña, gana Napoleón por goleada. Pero
posiblemente se parecen en una cosa: en la obstinación.
No dispongo del tiempo suficiente para
investigar a estos dos protagonistas, leyendo todo lo publicado sobre ellos, y
tampoco, aunque dispusiera de él, tengo la capacidad de análisis de aquel famoso
médico, Gregorio Marañón, que tan bien estudió a personajes famosos y sacó
conclusiones incuestionables (recuerdo “Amiel” y “El conde duque de Olivares”,
que leí cuando era joven y que tanto me habían gustado).
Imagino que Napoleón era muy obstinado. Con
sus guerras murieron miles de personas en Francia, resto de los países europeos
y Rusia, y arruinó a estos mismos países. Puigdemont está comenzando a perjudicar
a Cataluña y es posible que esta decadencia económica que está causando acabe
afectando también al resto de España y a Europa. Esperemos que no haya muertos.
Pero no es valiente como Napoleón.
Puigdemont sabe que ni tan siquiera irá a la cárcel y que seguirá cobrando el sueldo.
Y, aunque lo destituyan, seguirá con esa paga y le quedará una buena pensión,
porque los políticos ―¡cómo se defienden entre ellos aunque piensen
diferente!―siempre han seguido y siguen aquello de “hoy por ti, mañana por mí”
(le recomiendo leer “España es culpable”, de Pérez-Reverte, publicado en un XL
Semanal reciente, donde los define muy bien a ellos y al resto de españoles).
Laurence Sterne decía que
la obstinación se llama perseverancia en una buena causa, pero esta que trae
Puigdemont entre manos no lo es. Creo, como Samuel Buttler, y por lo que he
visto en la vida, que los más obstinados suelen ser los más equivocados, como
todos los que no han aprendido a dudar.
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