Cartas a mi nieta


En los caballitos


"La vida se hizo para vivirla. La curiosidad debe mantenerse viva. Uno nunca debe, por ninguna razón, dar la espalda a la vida" (Eleanor Roosevelt)


    Sabes, Valentina, en cuanto vi el video que te hizo tu madre montada en el caballito pensé que tenía que escribirte una nueva carta. Se lo dije a tu abuela y me dijo que sí, que eran caballitos en los que te subieron, pero que sería mejor titularla “En el tiovivo”. Cuando yo era pequeño, en mi aldea, le llamábamos caballitos. No conocíamos la palabra tiovivo. Fui a Google y no aparece, donde te subieron, como caballitos sino como tiovivo, que Wikipedia define como atracción de feria que consiste en una plataforma giratoria sobre la que hay animales y vehículos de juguete para montarse y girar en ellos, con los sinónimos caballitos, calesita y carrusel.

    En el tiovivo al que te llevaron en La Coruña tu madre y tu abuela no había cochecitos, solo tres caballitos en una pequeñísima plataforma giratoria pensada probablemente para niños de tu edad.

    Cuando comenzó tu madre a grabar el video ya estabas subida al caballito y la plataforma moviéndose despacito. Tu abuela iba a tu lado, por afuera, corriendo lentamente con pequeños pasitos y cantándote “el caballo va despacio, despacio, despacio… y entonces empieza a correr, a correr, a correr…, al galope, al galope, al galope…”, porque cuando te lo cantamos, cuando estás en nuestros brazos, en la segunda parte de la canción aparece la sonrisa de tu mirada y comienzas a mover el cuerpo y los brazos y piernas hacia adelante y hacia atrás, como si fueses cabalgando, con mucha rapidez. Pero en el caballito solo movías ligeramente las piernas y el cuerpo hacia adelante y hacia atrás, porque tus manos las llevabas bien sujetas al manillar del caballito. Además, prestabas más atención a lo que estabas viendo que a lo que oías.

    Pero tu madre estaba feliz y no paraba de sonreír y de repetir ¡“Valentina, que haces, adonde miras!, porque en vez de disfrutar del tiovivo no dejabas de mirar para la columna de la plataforma, pintada con líneas gruesas rojas y blancas inclinadas, y para su parte superior de color verde, con luces que se encendían y apagaban en los laterales de la parte más alta, aún más ancha; y para la base de la plataforma, también más ancha, pintada de color verde y azul, con grandes lunares negros. Pero no solo mirabas para la columna y lo alto y bajo de la plataforma sino también para el suelo del tiovivo, para los lados, para los otros caballitos, para atrás y volvías a mirar para arriba.

    Enseguida, mientras te estaba viendo, recordé lo que te decía en una de las cartas anteriores, que no eres cotilla como le dijo de ti cariñosamente tu madre a la directora de la guardería sino que eres muy curiosa. Y esto me hace muy feliz. Ya te dije que Albert Einstein dijo que la curiosidad era la antesala del conocimiento, y que él no tenía talentos especiales, pero que era profundamente curioso.

    Tu madre no dejaba de reírse, mientras te grababa, y de nuevo volvió a decirte: “pero Valentina, ¿Qué haces?, ¿adonde miras?, y seguía sonriendo, feliz. Luego, le dijo a tu abuela, que continuaba corriendo despacio y cantando la canción del caballo a tu lado, “Mamá, cámbiala de caballito porque no hace más que mirar para los botones, las luces, las inscripciones, para todos los lados…”, como si la culpa fuera del caballito. Tu abuela le hizo caso y te subió a otro de los tres caballitos pero tú seguiste igual, a lo tuyo, a escudriñar como haces siempre que llegas a un sitio que nunca has estado, a mirar para todo lo desconocido, con esos ojos tan vivos y esa mirada tan avispada que tanto nos encanta. La misma que tienes cuando te despiertas, cuando conduces el león o un banco por el suelo de casa, cuando estás en los columpios del parque, cuando vas en la silla por la calle “hablando o cantando” sin perder de vista a todas las personas que pasan a tu lado, mejor dicho a tus dos lados, y que tanto llama la atención de la gente.

    Eres… no sé ya cómo decirte lo que eres. Eres riquísima, y una quita penas como dice de ti tu abuela. Y lo mejor aún: eres muy curiosa y vas a ser muy inteligente. Mejor dicho, ya lo eres. ¡Cuánto te queremos todos, patitas!       

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