¡Qué niña!





“Los niños adivinan que personas los aman. Es un don natural que con el tiempo se pierde” (Charles Paul de Kock)


“Los niños no tienen pasado ni futuro, por eso gozan del presente, cosa que rara vez nos ocurre a nosotros” (Jean de la Bruyere)







    Todos los invitados que asistían a tu bautismo no paraban de hacer comentarios: ¡Qué niña! ¡Qué maja! ¡Qué guapa! ¡Está siempre sonriendo! ¡No le he visto echar una lágrima! ¡No sabemos cómo llora! ¡Ni lloró cuando el sacerdote le echó agua en la cabeza! ¡Y como lo miraba, como si entendiese todo lo que estaba diciendo! Estas y muchas más eran las apostillas elogiosas de los invitados después de terminada la ceremonia religiosa. Incluso los hacían durante la misa, cuando tú echabas algunos grititos de alegría como si conocieses el significado del porqué te encontrabas rodeada de tantos familiares. De los familiares que tanto te quieren.
    Tu madre y tu padre te miraban emocionados y aprovechaban cualquier momento para besarte, para besarte y volver a besarte. Se notaba que te gustaban sus besos porque les sonreías cada vez que lo hacían, aunque a veces les hacías ver que ya estaba bien.  
    En las miles de fotos que se te hicieron dentro y fuera de la iglesia, al terminar la ceremonia, tú, como siempre, estuviste posando para los fotógrafos de la familia, con tu avispada mirada y tu encantadora sonrisa.
    ¡Qué guapa estabas con el mismo vestido que se bautizó tu madre y tus dos tíos maternos! El vestido blanco precioso con encajes que había confeccionado con sus habilidosas manos tu bisabuela materna. ¡Qué pena que no pudiese estar allí acompañándote, acompañando a su preciosa bisnieta!
    Tus dos tíos maternos, todavía sin hijos, no paraban de mirarte emocionados, de acariciarte, de besarte, de apretar tus mofletes, y de hacerte fotos. Y te cogían en brazos cuando podían, porque estabas muy solicitada, con más o menos estilo. Tu tío paterno no podía prestarte tanta atención porque tenía que atender a tu primo Fernando.
    Al finalizar el ceremonial de tu bautismo y la misa, tú y todos los invitados nos trasladamos a una casa rural cercana para celebrarlo con una comida. Y allí, otra vez, nos asombrabas a todos. Sentada entre tus padres, en un asiento apropiado para tu edad -creo que lo llaman trona-, no parabas de golpear con tus manos la mesita delantera que te servía de cobijo para que no te cayeras, de sonreír para todo el mundo y de posar para las miles de fotos y videos que te hicieron.
    Valentina, cuando el sacerdote te bautizó y te hizo cristiana no echaste una lágrima. Ojala sigas así todo el resto de tu larga vida, sin echar una lágrima. Tu familia no te las hará echar. Tus padres te adoran y te adorarán siempre. También nosotros: tus abuelos, tíos y resto de la familia. Te lo mereces, porque eres maravillosa.  



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