La rutina
“Uno tiene en sus manos el color de su día… rutina o
estallido” (Mario Benedetti)
Desde hace años salgo a correr de madrugada
y también desde hace muchos voy oyendo, mientras corro, clases de inglés de
Vaughan (ya he dicho aquí alguna vez que he gastado miles de pesetas antes y
euros después en cursos de inglés, dos de ellos en Dublín y Brighton, y los
beneficios han sido mucho menores de los esperados por culpa del alumno) y una
de las frases que siempre me ha llamado y sigue llamando la atención cada vez
que la escucho es esta: los niños precisan de la rutina en sus vidas. Estoy
completamente de acuerdo, pero, ¿solo es necesaria en la niñez?
Todos los días, desde los cuatro o cinco
años hasta los nueve, caminaba a Curra desde Quilmas más de un kilómetro a la
misma hora de la mañana para asistir a la escuela y lo hacía encantado. Si
algún día mi madre no me dejaba ir, por el motivo que fuese, me enfadaba mucho.
Como decía al principio desde hace años
salgo a correr de madrugada y el día que no salgo por el motivo que sea, no me
encuentro igual de bien el resto del día. Dicen que si es porque con el
ejercicio se activan las endorfinas, y cuatro hormonas más, que aumentan el
bienestar físico y disminuyen la sensación de dolor emocional (¿?). No lo sé.
Solo sé que el correr es un ejercicio que mientras lo realizo no me causa
placer corporal, pero sí después. Y además —no se lo diga a nadie— siempre creí
que correr a horas intempestivas iba a detener el (mi) envejecimiento. Hoy me he
dado cuenta que estaba equivocado. El termómetro estaba cerca de los cero
grados y necesité gorro para correr porque mi cabeza no estaba igual de poblada
que en el pasado. Recordé que la calvicie es un rasgo secundario de virilidad y
me puse contento.
He modificado muy poco en estos años la
rutina del ejercicio de madrugada. Antes iba a correr a las cinco y ahora salgo
pasadas las seis, aunque me sigo levantando a la misma hora. Tal vez lo que me
hizo salir más tarde ha sido lo que me dijeron unas chicas que venían de fiesta
caminando por el paseo del Miño hace algunos años: “Abuelito, ¿qué haces
corriendo a estas horas?”. También he cambiado el margen o paseo del río por
donde corro.
No he cogido, afortunadamente, una baja en
mi vida laboral y todos los días he ido a trabajar al hospital, incluso antes
de la hora. Tanto me gusta la rutina ―no sé si es que la necesito por algún
motivo que no conozco― que el sábado y el domingo son los días que menos me
gustan de la semana.
Bueno, sí, en esto sí he cambiado. Cuando
era joven me gustaban los fines de semana por las diversiones de los viernes y
sábados hasta las tantas con los amigos y no tener que madrugar al día
siguiente.
He oído decir a alguien que la motivación
es lo que nos hace empezar algo y la rutina lo que hace que continuemos
haciéndolo. Y, añadiría, que es lo que hace que consigamos terminarlo. He
comenzado a escribir una novela hace meses y la rutina hará que tal vez algún
día consiga terminarla.
He leído, no sé dónde, que la rutina mata
al amor, pero que el verdadero amor mata a la rutina. En mi opinión, el único
amor verdadero es el de los padres a los hijos —más incluso el de la madre— y
no lo mata la rutina.
Sí, vale, es bonita la sentencia del inicio
de Mario Benedetti si realmente es así como la leí en algún sitio, pero el día da
para todo, para la rutina y también para la innovación o explosión.
No puedo saber que hubiera sido de mi vida sin
la rutina. Y usted tampoco. Aceptaría, sin pensarlo, repetir la vida desde el
inicio sin ella para poder comparar las dos vidas…
Concluyo. En mi opinión, la rutina es
fundamental en la vida de los niños y de los mayores.
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