Dar ejemplo





 “Dar ejemplo no es la principal manera de influir en los demás, es la única manera” (Albert Einstein)






    Esperaba en la puerta de embarque de Barajas para volar a Vigo con Air Europa a las 15:40 horas. El avión ya estaba en el finger desde mucho antes. Llegó la hora de embarcar que figuraba en la pantalla y, como casi siempre, parece que iba a retrasarse la salida. También como casi siempre dos señores comenzaron a referir que invariablemente había retrasos en las salidas de casi todos los vuelos en Barajas. Uno de ellos incluso comentó que intentaba, siempre que podía, evitar Madrid por este motivo. De pronto apareció un pequeño autobús que se detuvo cerca del morro del avión, del que salió una persona y subió por la escalerilla de entrada al aeroplano. Poco después bajó, abrió la puerta del autobús, del que salieron varias personas, en su mayor parte mujeres, con pequeñas maletas de ruedas y subieron todas al avión. Les comenté a los dos señores que creía que ese era el motivo de la demora que llevábamos para embarcar. Uno de ellos, al parecer viajero frecuente en avión, me explicó que podía tratarse de la tripulación, y haberse retrasado. Le dije que no me lo parecía porque no iban de uniforme y eran demasiados. Poco después embarcamos. Comprobamos que no me había equivocado. En clase preferente del avión ya estaba la actual ministra zamorana-gallega del gobierno. Las personas de su séquito estaban sentadas en los asientos de delante, de atrás y contiguos a ella, con libretas abiertas, escribiendo, y me dio la impresión que querían mostrarnos que no dejaban de trabajar un minuto. Más tarde, la mayor parte de las personas de la comitiva se fueron a sentar a clase turista; creo que quedó en primera una o dos personas acompañando a la ministra.
    Siempre me llamó la atención favorablemente que los comandantes de aviación y auxiliares de vuelo en Estados Unidos embarcan, generalmente, por la misma puerta de los pasajeros sin caérsele los anillos. He visto viajar, y pasarse el vuelo trabajando, a ejecutivos de importantes empresas en clase turista. ¿Por qué en la situación actual de crisis económica, los cargos públicos, cuyas dietas de sus viajes pagamos nosotros, no pueden viajar, lo mismo que hacemos los que les pagamos sus desplazamientos, en clase turista en los vuelos cortos? ¿Viajaría la ministra en primera si el billete fuese abonado de su bolsillo? ¿Acaso creerá la ministra que por viajar en clase turista durante una hora perderá categoría o no será igual de respetada? ¿Por qué no embarca ella y la comitiva por donde lo hacen los demás pasajeros? Me decía después el taxista que la había visto subir a bordo en Peinador con normalidad, por la misma puerta que el resto de pasajeros, poco antes de ser ministra. ¿Por qué la compañía de aviación esperó hasta que llegó la ministra para iniciar el embarque? ¿Permitiría la tripulación del avión que varias personas invadiesen asientos de primera que no les pertenecen hasta que llegasen los ocupantes legales? Al desembarcar en Vigo, la ministra salió también por la escalerilla de “personalidades” junto a su acompañamiento, entorpeciendo la salida de los demás pasajeros. ¿Por qué ellos -los actuales gobernantes-, que están pidiendo sacrificios y recortando los sueldos a los trabajadores públicos, no dan ejemplo?
    Sé que muchas de estas preguntas son discutibles y muchos opinarán que es normal que un alto cargo público goce de estas prebendas. Pero creo que numerosos políticos, y muchas otras personas no políticas, se confunden al creer que el cargo hace a la persona, cuando es al revés, es la persona la que hace al cargo. Si los cargos políticos no dan buen ejemplo todo el tiempo, y más aún en momentos como los actuales de grave crisis económica, la influencia que ejercerán sobre la población será nula y hará que muchas personas recuerden la frase de Castelao, que decía más o menos, “predicando por os votos andan catro lacazans, engañando a catro tontos, prometendo o que non dan” (predicando por los votos andan cuatro vagos, engañando a cuatro tontos, prometiendo lo que no dan).
    Otros que estamos obligados a dar buen ejemplo siempre somos los padres. Los hijos hacen lo que ven a sus padres. Y no se debe confundir dar buen ejemplo a los hijos con ser amigo de ellos, como creían algunos, hace no muchos años. Recuerdo un fenomenal artículo de Indro Montanelli, uno de los más grandes periodistas y escritores italianos,  en el que razonaba sobre este asunto y acababa diciendo que los hijos, si los padres quieren hacer de amigos de ellos cuando son jóvenes, les infravalorarán por esta majadería cuando sean mayores.
    Y también, como en el caso de los políticos, dar ejemplo no es predicar una cosa y hacer otra. No vale decir a los hijos que estudien y trabajen mucho, y luego darles ejemplo de todo lo contrario. No vale decirles que coman menos, si tienen tendencia a la obesidad, y luego que vean a sus padres comiendo excesivamente y con muchos kilos de más. O indicándoles que no fumen porque es muy prejudicial para la salud y fumar ellos.
    Pero no solo los padres, todos los profesionales y trabajadores de cara al público debemos esmerarnos en dar ejemplo. Me decía hace poco un enfermo que le había llamado la atención el enorme ruido que existía en los pasillos y estancias del hospital, y yo pensaba que los visitantes harían menos ruido si los trabajadores del hospital diésemos buen ejemplo.
    En este difícil momento de nuestro país creo que todos, sea cual sea nuestro cometido, debemos dar buen ejemplo. Y no estaría de más que todos, absolutamente todos, tuviésemos en cuenta la recomendación de André Maurois, “cuando el horizonte es negro y la tempestad amenaza, el trabajo es el único remedio contra el mal que nos acecha”.
    Mi padre no hizo de amigo ni me dio clases teóricas sobre cual debía ser mi proceder en la vida. Me dio buen ejemplo, trabajando todos los días desde muy temprano. ¡Cuánto se lo agradezco y cuánto bien me hizo hasta que se murió!
        



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