Primum non nocere
“Es
menester no ignorar que los medicamentos tomados en brebajes no siempre
resultan útiles a los enfermos, y que habitualmente perjudican a las personas
sanas” (Aurelio Cornelio Celso. De Re Medica, Libro II, Siglo I a. C.)
Aunque
no se conoce con exactitud el origen del aforismo “primum non nocere”, los médicos debemos tenerlo siempre muy en
cuenta cuando atendemos al enfermo. Significa, “ante todo, no hacer daño”. Se atribuye a Hipócrates, un famoso
médico griego que nació en el siglo V a. C. Al parecer, cuando enseñaba a sus
alumnos, les decía: “prepararos para
ayudar al enfermo y para no hacerle daño”.
Actualmente,
la práctica de la medicina en los países occidentales está enormemente influenciada
por la industria farmacéutica. Ella promueve y financia la mayor parte de los
ensayos o estudios clínicos para conocer la eficacia de los medicamentos que ha
investigado y desarrollado para el tratamiento de las enfermedades. Los médicos
participan en estos ensayos clínicos y son recompensados económicamente por las
compañías farmacéuticas. Los ensayos clínicos son diseñados habitualmente por
los profesionales (médicos, estadísticos, etc.) de la compañía farmacéutica y
los resultados también son analizados casi siempre por sus médicos e
investigadores.
Cuando
un nuevo fármaco es aprobado para la dispensación en las farmacias, las
compañías farmacéuticas lo presentan a los facultativos mediante la realización
de reuniones o conferencias, a las que se invita a grupos de médicos para exponerles
las virtudes del medicamento. Para hacer la presentación invitan a “expertos”,
la mayor parte de ellos “creados” por las propias compañías farmacéuticas.
Suelen ser buenos comunicadores, fáciles de convencer en cuanto a las
“excelentes” cualidades del nuevo fármaco, y muchos de ellos trabajan como
consultores de compañías farmacéuticas. Las charlas de estos “expertos” son bien
remuneradas por las compañías farmacéuticas.
¿Qué
influencia ejerce sobre la prescripción del médico esta forma de presentación
del nuevo medicamento? Es una cuestión muy debatida. Muchos doctores insisten
en que esta invitación para conocer el nuevo fármaco no influye para nada en
las futuras prescripciones que harán a sus pacientes. Aunque no se cuestione la
integridad de cada uno de los facultativos que asisten y de los que hemos
asistido a estas exposiciones, es difícil creer que las compañías farmacéuticas
gasten millones de dólares anuales en el marketing de sus productos si no
obtuviesen un beneficio mayor. En Estados Unidos la industria farmacéutica
gastó dos billones de dólares en 2001 solo en actos y conferencias para médicos.
Los
fármacos son compuestos químicos con efectos secundarios adversos. En la
práctica médica se observan con frecuencia estos efectos secundarios indeseables
de los medicamentos. Los pacientes pueden presentar complicaciones relacionadas
con el o los fármacos que el médico está utilizando en ese momento para el
tratamiento de su enfermedad. A los problemas que sufren los pacientes por estos efectos adversos de los
medicamentos, incluso cuando la actuación por parte del médico ha sido
absolutamente correcta, se le denomina yatrogenia medicamentosa.
Durante
su actividad profesional algunos médicos pueden servirse, para su formación
sobre los nuevos medicamentos, de la información que les aportan los delegados
de las compañías farmacéuticas y de la obtenida en las reuniones para la
presentación del fármaco, en las que, por supuesto, se destacan los efectos beneficiosos
del medicamento y se suele pasar más de puntillas sobre los efectos contraproducentes.
Por
intereses diversos se ha ido creando una opinión bastante generalizada en la
sociedad de que la medicina ahora es “milagrosa” y que la buena salud se puede conseguir
ingiriendo píldoras para prevenir las enfermedades (aspirina para evitar la
formación de coágulos en las arterias, píldoras para mantener a raya el
colesterol, otras para mejorar el “riego cerebral”, etc.), porque en estudios
clínicos, la mayor parte de ellos sufragados por las propias compañías
farmacéuticas, se “demostró” en grupos de cientos o miles de pacientes que los
que tomaban ese fármaco determinado tenían un porcentaje algo menor de
trastornos cardiovasculares, cerebrovasculares, etc. Y, al mismo tiempo, se
informa menos de lo que se debiera a la población que esos mismos beneficios,
si existen, y aún mayores, se podrían conseguir haciendo una vida sana: no
fumando, no ingiriendo bebidas alcohólicas, comiendo poco y caminando mucho. ¡Y
sin los efectos secundarios indeseables de los medicamentos!
Los
pacientes mayores cuando acuden a consulta nos muestran sus carteras de bolsillo
llenas de recortes de cartón con los nombres de los medicamentos, y muchos nos
dicen que están tomando más de una docena de píldoras al día. A una gran parte de
ellos los medicamentos les fueron prescritos en momentos diferentes y por distintos
médicos. Cuando se les pregunta a ellos o a los familiares que lo acompañan por
la razón por la que toman cada uno de los fármacos, en muchas ocasiones no la conocen, ni saben, en
muchas otras, cuanto tiempo llevan tomando cada uno de ellos. Ellos o los familiares
van al médico a “buscar las recetas” y siguen tomando los mismos medicamentos,
a las mismas dosis, hasta que se le recomiende alguno nuevo más. Los
medicamentos van sumándose y pocas
veces se comprueba si el paciente continúa precisando todos los anteriores, si
puede suprimirse alguno, o pueden reducirse las dosis. Y al mismo tiempo muchos
de estos enfermos mayores no hacen ejercicio, comen más de lo que necesitan,
tienen sobrepeso, y pasan la mayor parte del día en reposo, todo lo contrario
de lo que sería beneficioso para mejorar su salud.
Existen fármacos excelentes y otros de eficacia dudosa. Benjamin
Franklin, un hombre sabio, decía: “El mejor médico es el que conoce la
inutilidad de la mayor parte de los medicamentos”.
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