“O galego e muito galego” (El gallego es mucho gallego)
“Lo que se hace con precipitación nunca se hace bien; obrad siempre
con tranquilidad y calma” (San Francisco de Sales)
El domingo 12 de febrero, cuando volvía de
correr -ya sé que a mi edad tal vez sería más adecuado caminar que correr- por
el Paseo Marítimo de La Coruña, dos paisanos gallegos bajaban de la calle donde
vive mi hija hablando y uno le dijo al otro “o galego e muito galego”, y por lo
que dijo a continuación no me quedó duda alguna a quien se refería. Ese día,
además, se hablaba mucho de él porque finalizaba el congreso nacional de su
partido.
Después de oírlo, me hizo pensar varias
cosas. Una, que los paisanos gallegos no hablan por hablar y muchos de ellos
dicen cosas más sensatas que muchos de nosotros, los estudiados.
Otra, que de quien hablaban, así como se le
ve, aunque probablemente sea una buena persona, es mucho más más peligrosa de
lo que parece. No es de esos políticos que al darle la espalda te “apuñalan”
sino de los que dejan y hacen que “te apuñales” tú solo. Desde que estuvo como
vicepresidente del gobierno gallego con Manuel Fraga hasta hoy, todos los que
se han enfrentado más o menos abiertamente con él han desaparecido, han perdido
la batalla. El último, el presidente o expresidente de honor del Partido
Popular, José María Aznar. Sólo lo he visto dos veces. Una, desayunando en una
cafetería de Sanxenxo con su señora y otra acompañando a su hijo al piso de un
familiar, también en ese mismo pueblo, y me pareció una persona normal,
probablemente afable. Me sonrió al pasar, sin conocerme de nada, y me apeteció
hacer algo que nunca haría con ningún otro político: felicitarle por haber
ganado, no recuerdo lo qué ahora. Uno de mis hijos estuvo en una boda con él
hace poco. Dijo que había bailado una gran parte de la noche y que es
“majísimo”.
Otra más. Esa tranquilidad que posee pone
de los nervios a casi todo el mundo, políticos y no políticos. Unos dicen que
no hace nada, incluso que debe ser muy vago, que deja pasar las cosas sin mover
un dedo. Cuando la oposición política habla tan mal de él, pienso que no lo
debe hacer tan mal porque a veces les oigo hablar bien de otros que, dios mío,
dan pena. Siempre creí que a los políticos de la oposición les importa poco
como marcha el país, lo que les importa es llegar ellos al gobierno, y, para
lograrlo, lo mejor es que los que estén gobernando lo hagan mal, lo estén
haciendo mal.
Casi todo el mundo reconoce que es un gran
parlamentario, posiblemente el mejor de los de hoy en día. En 2016 he visto
algunos cortes en la TV de sus intervenciones enfrentándose con los jefes de
los partidos de la oposición, y a veces, por su finura y retranca gallega -falta
de compromiso y gusto por la imprecisión- con que los trataba, sobre todo a los
jefes del PSOE y Podemos, me daba la risa. Claro que, esa retranca, no cae tan
simpática a los de fuera de nuestra tierra como a nosotros, tal vez porque no
la entienden o porque la envidian porque no la tienen.
Por último, recordé a Francisco Umbral. Me
gustaban muchos los artículos que escribía en El Mundo, y dedicó algunos de
ellos a hablar de él, y cada vez mejor. Al final incluso apostó por él. Antonio
Lucas, un buen periodista de El Mundo, publicó el 6 de enero de 2012, un artículo
sobre el gallego del que estamos hablando visto por Francisco Umbral, con esta
frase del magnífico escritor fallecido hace pocos años: “Sabe llevar su razón
por la vida con paz”. Y que en 2005 escribió esto en El Mundo: “Cuando comencé
a escribir sobre él como revelación silenciosa de su partido, hubo como un
cierto cachondeíto fino en torno a mí. “Puedes empujarle a fuerza de metáforas”,
me decían. Pero uno acostumbra a elegir un personaje en la política, como
Marcel Proust en la novela, para seguirle los pasos hasta el borde […] Y decían
que este registrador llegaba poco a la gente, si llega un poco más hay que
sacarlo del agua, como a Fraga, con un calzoncillo negro de buscar bombas
atómicas”. Y también esto otro: “No es que sea un burócrata lentorro ni mucho
menos un perezoso de la política. Es que este registrador de la propiedad, o
como se diga eso, eligió su carrera y profesión a compás de su temperamento,
que siempre encuentra tiempo y espacio para hacer una ironía sin perder una
frase ni una torre. Cataluña se ha levantado contra él, y no sólo porque tenga
razón sino porque sabe llevar su razón por la vida con paz, experiencia y esperanza”.
Antonio Lucas terminaba el artículo así: “A Marino Rajoy le guardó esa ley,
como dicen los gitanos, que se convierte en una sorda hermandad de simpatías.
Apostó por un holograma con barba y descubrió que por dentro iba un político
con posteridad propia. Un gallego amarrado al mástil de una frase que sólo en
Galicia funciona: “El que resiste gana”. La acuñó Cela una tarde que creyó que
se moría. Hoy aquel registrador está en Moncloa. Umbral lo visionó hace mucho
desde la bola larga y plana de su columna. No por hechicero, sino por hábito de
audacia. Y seguro que si hoy hubiera enviado texto no tendría el mal gusto de
anotar: “Ya os lo decía”. ¿Qué no?”.
Estoy leyendo ahora "Las tres Españas del
36", de Paul Preston, y escribe esto de otro gallego: “Apenas si caben dudas
acerca de que el área en que sus habilidades políticas resultaban
verdaderamente prodigiosas era la manipulación de sus iguales y sus
subordinados. Poseía una extraña capacidad para adivinar la debilidad de un
oponente al tenerle delante [...] Y quizá el arma que manejaba con mayor
habilidad era el embarazoso silencio que reducía a su interlocutor a un
nervioso balbuceo. Pero no se valía del silencio para intimidar. Aunque no le
interesaba un diálogo constructivo, escuchaba con atención y raramente
interrumpía; permanecía impasible, mirando inquisidoramente a su interlocutor y
a menudo parecía estar de acuerdo con lo que este decía, sin comprometerse o
revelar incluso su opinión. La habilidad de calibrar casi al instante la debilidad
y/o el precio de un hombre le permitía saber infaliblemente cuándo su presunto
oponente podría convertirse en colaborador suyo por ascenso o mediante la
promesa de algo –un ministerio, una embajada, un prestigioso puesto militar, un
cargo en una empresa estatal, una condecoración, una licencia de importación o
simplemente una caja de puros-.”
Mi opinión respecto a este político gallego
me recuerda a lo que me sucedía de joven con las canciones. No eran las más
pegadizas, las más fáciles, las que más me gustaban a la larga sino aquellas
que iban gustándome más cuánto más las oía. A un amigo mío, le sucedía con las chicas lo que a mi con las canciones.
No sé cuánto puede estar influyendo en esta
muy buena opinión mía sobre él, que sea gallego y que se me parezca cada vez
más, en lo inteligente y lo prudente, a un muy buen amigo mío.
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